martes, 10 de noviembre de 2020

Delirios de grandeza

 


El loco en la pintura ha sido tratado de forma muy variada, siendo Goya, quizá, el que nos ha dado una visión verdaderamente dramática de su suerte. Ahí está su obra “La casa de los locos”, pintada en 1814, donde se amontonan, de forma irregular unos y otros, desnudos, sentados, movidos en un espacio lúgubre. Y no es el único ejemplo del pintor aragonés.

Siglos antes, El Bosco pintó “La nave de los locos”, un óleo sobre tabla de pequeño formato que se muestra en el Museo del Louvre. Algunos parecen cantar, particularmente un fraile y una monja, otros se han caído al agua y en una pequeña barca se amontonan personajes sin lógica alguna.

Van Gogh parece haberse incluido en el corro de locos que giran en un patio cerrado por altos muros. Podríamos poner otros muchos ejemplos, incluso de retratos expresionistas de personas particulares, a veces el propio autor.

En el caso de Géricault, éste pinto una serie de retratos de locos para el doctor Georget, médico psiquiatra entusiasmado con el estudio de la locura, como es el caso de uno con la mirada perdida en el espacio, desaliñado y con una barba descuidada, no viejo, contrastando el color de la encarnación con el pardo de los ropajes (1822).

Aunque se tiene a Géricault como el pintor de oficiales con sus caballos, el de “La balsa de la Medusa” y otras pinturas románticas y heroicas, lo cierto es que también pintó muchos retratos, tanto de sanos como de locos, y otro ejemplo de estos, el que aquí se ilustra, es el “Hombre con delirios de mando militar”, obra de entre 1819 y 1822, un óleo sobre lienzo de 81 por 65 cm. que pertenece a una colección privada.

Si excelente es la caracterización del loco (o disminuido) de “La hija de Ryan”, película dirigida por David Lean, no menos logrado está el personaje que, de igual manera, tiene delirios de grandeza, en éste caso militar, y se viste con el gorro de soldado, se pone una vieja medalla en el pecho, quizá sin estar relacionada con las armas, mientras no puede esconder ni su semblante alocado ni su pobreza superior. Delgado, otra vez los ojos desviados y la barba descuidada, el fondo oscuro y el rostro pálido, viejo en éste caso, transmite la idea perfecta del que se cree lo que no es.

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