domingo, 15 de noviembre de 2020

Divisiones franciscanas

 

                                              Antiguo convento franciscano en Zaragoza (*)

Desde 1210 en que Francisco de Asís recibe la aprobación del papa Inocencio III para crear su orden religiosa, debido al rápido crecimiento que tuvo, aquel se vio obligado a redactar una Regla donde quedase reflejado el ideal de vida de los frailes, pero esta Regla sería modificada varias veces.

En un primer momento los franciscanos se dedicaron a la asistencia de necesitados: leprosos, asilados, enfermos y, en la península Ibérica, se fundaron numerosos conventos que dieron lugar a las provincias de Santiago, Aragón, Navarra y Castilla. Pero los conflictos dentro de la orden no tardaron en producirse: por un lado estaban aquellos que querían vivir de forma más rigurosa y ponían el acento en la pobreza más que en el estudio; eran los espirituales; por otro lado los de la comunidad, que aceptaban la relajación que las comunidades habían ido adoptando.

Durante los siglos XIV y XV los franciscanos se dividieron en conventuales y observantes. Los primeros vivían en grandes conventos siguiendo una disciplina monástica que admitía la propiedad en común y la recepción de rentas y bienes raíces. Los observantes eran los que rehusaban toda dispensa en materia de pobreza y eran partidarios de la vuelta al ideal primitivo, en realidad una constante en la historia de las órdenes religiosas y en todas las religiones.

Aunque los reformadores fueron apareciendo en todos los países europeos donde los franciscanos habían fundado conventos, en España se tomó la medida de designar visitadores (1373), que intentarían comprobar el grado de relajación en cada convento. Dos años después, en el convento de San Francisco de León se promulgaron unas constituciones para poner freno a los abusos cometidos en la provincia de Castilla, y los movimientos renovadores se fueron imponiendo poco a poco.

En 1415, en el Concilio de Constanza, un decreto[i] reconoció a los observantes, que comenzaron a fundar conventos en todas las provincias, y el papa Eugenio IV fue decisivo para su éxito, ya que una bula[ii] de 1446 concedía a los observantes independencia de los conventuales. No sabemos hasta qué punto había en todo esto una lucha por el poder dentro de la orden, pues la independencia venía a facultar tener vicarios generales, provinciales y locales propios. El Vicariato Cismontano estuvo dirigido por Juan de Capistrano, nacido en Náples en 1386, que predicó por muchos países europeos, y el Vicariato Ultramontano fue dirigido por Juan de Maubert. A partir de éste momento unos franciscanos observantes llevaban una vida eremítica y otros no, llegando a tener los primeros una gran difusión en Castilla, sobre todo debido a la labor de Pedro Villacreces, nacido en 1362. Su reforma se basó en la combinación de una ascesis flexible con notas humanísticas donde la predicación popular era fundamental. Colaboradores suyos fueron Pedro de Santoyo, Pedro Regalado y Lope de Salinas.

Los observantes españoles quedaron organizados en 1447, articulándose tres Vicarías correspondientes con las provincias de Aragón, Castilla y Santiago. Los grupos eremíticos tenían el mismo ideal de vida que los observantes, a pesar de lo cual había diferencias que no se superaron, en Castilla, hasta 1459 por medio de una bula[iii], encontrándose dificultades similares en la provincia de Santiago. En la provincia de Aragón el movimiento eremítico tuvo una gran importancia y la reforma dio sus frutos ya en 1424 con varios conventos: Chelva[iv], Manzanera[v], Santo Espíritu[vi] y Segorbe[vii].

La vida reformada en los conventos franciscanos se parecía a la llevada a cabo por Francisco de Asís en la Porciúncula (en el centro de Italia, Asís): mortificación, oración, silencio, caridad con los enfermos, humildad y obediencia, creciendo la observancia en la península Ibérica de una manera inusitada, creándose a lo largo de la Edad Moderna nuevas provincias, sobre todo en Castilla, donde los conventuales fueron expulsados de algunas ciudades, consolidación que tuvo su artífice ya en época y por obra del cardenal Cisneros, imponiendo la observancia en los centros conventuales (1496). En los territorios orientales de la península, sin embargo, permanecieron muchos grupos conventuales.

Durante el reinado de Carlos I continuó el proceso de reforma, particularmente en Navarra, por la labor de fray Francisco de los Ángeles Quiñónez[viii], pero no todos los conventos le siguieron. Con Felipe II el conventualismo solo estaba arraigado en la Corona de Aragón y en algunas zonas periféricas de la provincia de Castilla, siendo la política del rey la erradicación definitiva en toda la monarquía, uniéndose dos intereses por su parte: la religiosidad del monarca y la lucha que mantenía con las oligarquías urbanas en la Corona de Aragón, la mayor parte de las cuales apoyaban a los claustrales.

El rey tuvo que vencer la oposición del papado, que consideraba excesiva la intromisión de aquel en asuntos eclesiásticos, pero en 1566 un Breve[ix] ordenaba la reforma y supresión de todos los claustrales españoles, medida que se completó con otro Breve que extendía la reforma a la segunda orden franciscana, las monjas clarisas, habiendo tenido estas también numerosas divisiones (**).


[i] “Supplicationibus personarum”.

[ii] “Ut sacra ordinis Minorum”

[iii] “Debitum pastoralis officici”.

[iv] Norte de la actual provincia de Valencia.

[v] Sur de la actual provincia de Teruel.

[vi] Nordeste de la actual provincia de Valencia.

[vii] Sur de la actual provincia de Castellón.

[viii] Nacido en León, falleció en Veroli, centro de Italia, en 1540.

[ix] “Máxime Cuperemus” de Pío V.

(*) iglesiaenaragon.com/ocho-siglos-del-carisma-franciscano-en-aragon

(**) El presente resumen está basado en la obra de Karen María Vilacoba Ramos, "El monasterio de las Descalzas Reales...".

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