jueves, 26 de noviembre de 2020

Heródoto, geógrafo y etnógrafo

 


Después de que el rey Ciro de Persia conquistase Babilonia y sus tierras, quiso, según Heródoto, someter a los masagetas[i], que dicen se encuentran hacia la aurora, es decir, al este del mar Negro, considerando algunos –dice el autor- que son una familia o rama de los escitas. El rey persa tuvo que pasar el río Araxes, actual Aras, al sur del Cáucaso, que dice Homero podría ser de la misma longitud que el Danubio (lo cierto es que éste río es bastante más largo que el Aras), pero su cauce debe de ser amplio, pues dice nuestro autor que se forman muchas islas.

Los habitantes de estas islas viven de las raíces y de las frutas de los árboles, habiendo descubierto ciertos árboles (se dice) que producen una fruta[ii] que echan al fuego reunidos en bandas, de forma que el olor que despiden aquellas les embriaga “del mismo modo que los Griegos con el vino” (sic), pasando entonces a cantar y bailar.

Luego describe algunos rasgos del río Araxes, que tiene su origen en los Metienos[iii] y, en su época desembocaría en el Caspio formando un delta, pues Heródoto habla de “cuarenta bocas”, o bien formando una marisma, pues dice que se forman lagunas y pantanos, donde viven unos hombres que se alimentan de pescado crudo, vistiéndose con pieles de focas “o becerros marinos”.

Luego explica Heródoto que el mar Mediterráneo (en el que navegan los griegos) se comunica con el que está más allá de las columnas de Hércules “y llaman Atlántico, como también el Eritreo” (Índico), que “vienen todos a ser un mismo mar. El mundo conocido por Heródoto no iba más allá del tercio norte de África, la península Arábiga, hasta el Indo, los Cárpatos y el Atlántico.

Dice que la longitud del mar Caspio es de quince días de navegación en un barco a remo, y su latitud es de ocho días en la mayor anchura[iv], siendo certero cuando dice que al oeste se encuentra el Cáucaso, en cuyo espacio se encuentran varias naciones, la mayor parte de las cuales se alimentan de frutos de los árboles silvestres, y entre estos árboles hay algunos cuyas hojas, una vez machacadas y disueltas en agua, se pintan los vestidos con formas de animales, consiguiendo que no se borren aunque se laven.

Dice Heródoto que al este del mar Caspio hay una inmensa llanura (la que conocemos como depresión cáspica, que está a una cota media de 26 metros por debajo del nivel de dicho mar), y esta depresión es la que ocupan los masagetas contra los que Ciro pretendió la guerra, a pesar de que tenían fama de no haber sido vencidos, lo que quizá se debía a “lo extraño de su nacimiento”, ya que parecían más que hombres.

Ciro envió una embajada a la reina de los masagetas (Tomyris) pretextando quererla por esposa, pero dicha reina no creyó al persa, sabiendo que lo que éste pretendía era su reino. Ciro hizo marchar entonces a su ejército hacia el río Araxes construyendo puentes en el mismo, levantando torres en las naves y otras obras. La reina de los masagetas le envió entonces una embajada, diciéndole que perdía el tiempo con tantos preparativos, que sus tropas le esperaban de una forma u otra, lo que hizo que Ciro consultase a sus generales, que le aconsejaron esperar a ver qué hacían los masagetas.

Creso, rey de Lidia sometido al imperio persa, aconsejó a Ciro en sentido contrario, pues dijo que si se esperaba a los masagetas en territorio propio, venciendo estos, no se detendrían y avanzarían hasta conquistarlo todo, pero si el ejército persa hacía la guerra en territorio de los masagetas, aún siendo derrotado, sería más difícil que estos se adentrasen en las posesiones de Ciro. Los masagetas –siguió diciendo Creso- no conocen los lujos de los persas, por lo que si estos invaden su territorio, podían organizar un banquete con gran número de carneros, con abundancia de vino, preparado todo ello para que los masagetas se abalancen sobre dichos manjares. Sería la ocasión de que los persas se echasen sobre ellos e hiciesen una gran carnicería.

Esto último es lo que decidió Ciro, que puso a Creso al servicio de su hijo Cambyses, encontrándose con los masagetas, que “se parecen mucho a los escitas” –dice Heródoto-, teniendo caballería e infantería, usaban flechas, lanzas y grandes hachas, todas estas armas hechas con oro y bronce (el oro para el adorno de los cascos, los ceñidores y las bandas que cruzaban debajo de los brazos). Los caballos llevaban un peto de bronce y así se enfrentaron al ejército de Ciro, que consiguió vencer en un principio, e incluso hacerse con el hijo de la reina masageta, la cual le pidió rescatar a su hijo, a lo que no hizo caso el persa, que le dio muerte.

Pero en una nueva embestida Tomyris venció a los persas en una feroz carnicería que duró largo tiempo. “Las tropas persianas” –dice Heródoto- sufrieron una pérdida espantosa, y el mismo Ciro perdió la vida. Tomyris hizo entonces llenar un odre de sangre humana, cortó la cabeza al cadáver de Ciro y la metió dentro del odre, mientras decía: “Perdiste a mi hijo cogiéndole con engaño a pesar de que yo vivía y de que yo soy tu vencedora…”. Éste fue el final de Ciro, “sobre cuya muerte sé muy bien las varias historias que se cuentan, pero yo la he referido –dice Herótodo- del modo que me parece más creíble”.


[i] Ver aquí mismo “Los masagetas”.

[ii] Otros hablan de hierbas olorosas que, puestas al fuego, el humo es embriagador.

[iii] Estrabón explicó siglos más tarde que no nace donde señala Heródoto, sino al oeste de Armenia.

[iv] En realidad 1.210 km. de norte a sur.

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