Triunfo de Baco y Ariadna |
Aníbal Carracci, posterior a Leonardo, pinta este fresco en el palacio Farnesio (aquí vemos un detalle) siguiendo una estética clasicista cuando ya el barroco apuntaba en la pintura de la mano de Caravaggio. La importancia que Carracci le concede a la luz es nula: toda la obra está pintada sin contrastes entre luz y sombra. No quiere decirse que no oscurezca algunas partes, sobre todo los cuerpos, porque de lo contrario no conseguiría el efecto de volumen, pero aquí no se puede decir que haya estudio lumínico alguno o se puede decir que una "misma luz" inunda toda la composición.
Crucifixión de San Pedro |
Caravaggio, pintor contemporáneo de Carracci, de corta vida pues muere a los 37 años en 1610, inicia los estudios lumínicos del barroco que van a dar origen a su "tenebrismo": iluminar mucho unas partes para dejar en la oscuridad otras. Esto tiene mucho que ver con las inquietudes políticas y religiosas de la época, confiriendo a esta pintura un claro dramatismo, pero tiene que ver, sobre todo, con el afán de Caravaggio por innovar la pintura. La luz existe, luego ha de pintarse, pero éste pintor lo hace exageradamente, artificiosamente; esta no es una luz "natural", no es real, sino que está "inventada" por Caravaggio (Velázquez, Zurbarán, Ribera, Rembrandt y otros también serán tenebristas). Los contrastes lumínicos son muy violentos, como los escorzos del barroco, porque éste es un estilo que intenta teatralizar las escenas, asombrar a los sentidos; contrariamente al racionalismo y purismo del Renacimiento. La exageración de la luz en los cuerpos los hace a estos mórbidos en ocasiones.
Rue Mosnier |
Manet, pintor impresionista aunque empezó no siéndolo, hace un estudio lumínico mucho más cercano a la realidad: los grandes contrastes entre luz y sombra aquí no existen; dichos contrastes ya se han superado (véanse las sutiles líneas entre luz y sobra en el centro de la calle y en los edificios; también en la sombra que proyecta el carruaje de la derecha sobre la acera). Esto se debe a que los impresionistas -más que ningún otro pintor- salieron a la calle, al campo o a la ciudad, para pintar a plena luz, intentando captarla en diferentes momentos del día: en unas ocasiones dominarán los grises, en otras los colores brillantes bañados por la luz, pero nunca pintarán con grandes contrastres lumínicos, porque estos no existen en la realidad, y menos en la naturaleza (sí existen, por ejemplo, en una habitación iluminada solo por una vela).
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