Esta postura caprichosa y "amanerada" del dios Apolo es muy propia de la época helenística del mundo griego (la última de las tres etapas en dicha civilización) y Giambologna la adopta para esta figura en bronce que se encuentra en el Palacio Vecchio de Florencia. El dios está en fuerte contraposto, pues la cabeza gira violentamente hacia su izquierda mientras que sus brazos lo hacen en dirección opuesta. La inflexión acusadísima de la cadera y de las piernas supera todo lo que había hecho Parxíteles en el siglo IV antes de Cristo. El desnudo, la cuidada anatomía, el modelado muy movido, nos recuerdan a aquella época del mundo griego antiguo. Apoyado, el dios parece observar algo como un simple mortal, metáfora de que los dioses, en el mundo grecolatino, padecían las mismas pasiones y costumbres que los hombres y eran representados como tales.
Pero si alguna vez Giambologna ha llevado su imaginación al extremo, hasta el punto de que tal obra no parece de su siglo, es en esta composición alusiva a los montes Apeninos sobre la misma roca, con lava y ladrillo, de 10 metros de altura. Aquí no hay medida humana ni proporción; no hay ya "respeto" por el gusto clásico; hay una superación del mismo. De la misma forma que Miguel Ángel, agotado por las formas clásicas y por sus "piedades" idealizadas, llegó a la "Rondanini" y a sus "esclavos" a medio devastar, Giambologna da rienda suelta a su libertad creativa; no hay aquí norma alguna, se trata de una obra singular y quizá irrepetible, que sitúa a éste autor anticipándose a su tiempo.
Un viejo con los cabellos, las cejas y las barbas, la piel incluso, formadas por trozos deformes de lava, pensativo, clavada toda su anatomía en lo que parece un paisaje. Quizá Giambologna ha pretendido representar con esta obra lo abrupto de los Apeninos, esa espina dorsal que atravisa casi toda Italia de norte a sur. Es obra de 1570 y mide 10 metros. Se encuentra en el jardín de la Villa Medici en Pratolino (Vaglia).
En cambio el "Perseo" muestra una estética contraria, obra realizada solo seis años más tarde, en mármol, para decorar los jardines Boboli en Florencia. El joven animoso sobre un caballo que levanta sus patas delanteras, en movimiento fulgurante. Uno de los episodios de la "vida" de Perseo le hacen ir en busca del casco de Hades, que vuelven invisible a quien lo lleve puesto (¿es el regreso victorioso del semidiós lo que representa aquí nuestro autor?). Formando parte de una fuente en los jardines Boboli de Florencia, la obra no tiene nada que ver con la anterior: de nuevo la idealización, la belleza y el culto a la antigüedad clásica.
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