Arcadia, única región griega donde perduraron los misterios de Egipto |
"En Sais -dice Heródoto-, en el mismo templo de Minerva, a espaldas de su capilla y pegado a su misma pared, se halla el sepulcro de cierto personaje, cuyo nombre no me es permitido pronunciar en esta historia [Euterpe, Libro II de "Historias"]. Dentro de aquel sagrado recinto hay también dos obeliscos de mármol, y junto a ellos una laguna hermoseada alrededor por un pretil de piedra bien labrada, cuya extensión, a mi parecer, es igual a la que tiene la laguna de Delos, que llaman redonda.
En aquella laguna hacen de noche los egipcios ciertas representaciones, a las que llaman misterios de las tristes aventuras de una persona que no quiero nombrar, aunque estoy a fondo enterado de cuanto a esto concierne; pero en punto de religión, silencio. Lo mismo digo respecto a la iniciación de Ceres o Tesmoforia, según la llaman los griegos, pues en ella deben estar los ojos abiertos y la boca cerrada, menos en lo que no exige secreto religioso: tal es que las hijas de Danao trajesen estos misterios del Egipto, y que de ellas los aprendieron las mujeres pelasgas; que el uso de esta ceremonia se aboliese en el Peloponeso después de arrojados sus antiguos moradores por los dorios, siendo los arcades los únicos que quedaron de la primera raza, los únicos también que conservaron aquella costumbre".
Hasta aquí el relato de Heródoto sobre ciertas tradiciones egipcias que habrían adoptado algunos griegos. La persona a la que Heródoto no quiere nombrar es un dios egipcio, Osiris, que como en muchos mitos pasa por aventuras y desventuras, momentos de gloria y de desgracia. El tal dios -para Heródoto innombrable- habría sido asesinado por su hermano Seth, que despedazó su cuerpo echándolo por varias partes de Egipto. La esposa y hermana de Osiris, Isis, habría recuperado las diversas partes de aquel cuerpo excepto el pene, porque se lo habría comido el pez oxirrínico, nombre derivado de una ciudad al sur del delta del Nilo.
Sea como fuere, según Heródoto, los habitantes del Peloponeso, antes de que llegasen los dorios (1200 a. de Cristo, quizá uno de los "pueblos del mar") y por lo tanto antes de que se formase el pueblo griego o heleno, como en tiempos posteriores se le conocerá, recibieron el rito que se debía a Osiris. El relato tiene interés porque viene a confirmar lo que ya sabemos sobre las relaciones entre egipcios y pobladores de la futura Hélade antes de Troya.
No deja de ser curioso que Osiris, para los antiguos griegos, sea el dios de la fertilidad, quizá queriéndole restituir de la desgracia que sufrió teniendo que resucitar por la recomposición que de su cuerpo hizo Isis, pero sin pene. Más lógica tiene que sea también el dios de la resurrección y que presidiera los juicios de aquellos que mueren en el momento de iniciar una nueva vida.
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