Entre los siglos XVI y XVII tuvieron lugar una serie de guerras entre los conquistadores españoles y los calchaquíes, indígenas de los valles Calchaquíes, en el noroeste de la actual Argentina y en el norte del actual Chile. Ellos se llamaban a sí mismos paizoca, y uno de estos grupos eran los quilmes, que darían lugar al santuario del que fueron desalojados, enviados a otras partes de Argentina y particularmente a la provincia de Buenos Aires.
Los calchaquíes no fueron libres antes de la llegada de los españoles, pues se les integró a finales del siglo XV en el imperio inca, pero cabe pensar que las instituciones de dicho imperio no fueron capaces de orpimir a las comunidades de los valles de Tucumán y Salta con la "eficacia" de los encomenderos españoles. Uno de los caciques paizoca, Juan Calchaquí, ofreció resistencia desde 1560 a los españoles, ávidos de tierras y honores. El cacique fue ayudado por varios curacas, o jefes de familias en un tipo de organización social más bien gentilicia. Viltipoco, uno de los curacas, se rebeló contra los españoles al mando de los omaguas, otro de los pueblos de aquellos valles.
En 1630 estalló otra guerra entre los paizoca, pues el nombre calchaquí les fue impuesto por los incas a partir de su lengua, que trajo en jaque a los conquistadores. Se trataba de tierras del interior, aunque en las estribaciones del la cordillera andina. El clima tropical contrastó con las temperaturas y régimen de lluvias a los que estaban acostumbrados los conquistadores: meseteños, extremeños, norteños y andaluces. El predoinio de la estación seca y la altura sobre el nivel del mar fueron inconvenientes con los que tuvieron que contar los españoles.
El mestizaje fue haciendo sus efectos, y en 1658 ya estaba al frente de los calchaquíes un hispano de hombre Pedro Bohórquez, que luego sería capturado y ejecutado por los españoles. La resistencia de estos pueblos, pues fueron varios bajo una misma denominación simplificadora posterior, representa un ejemplo de los muchos que las comunidades libran contra la ocupación extranjera. En cierto modo cabe hablar de lucha por la libertad, pues sus estructuras sociales, por opresivas que fuesen para la mayoría en favor de los caciques, o incluso de poderes extraños como los incas hasta el siglo XVI, nunca serían tan eficaces como las impuestas por los españoles. Cuando los criollos argentinos se hicieron cargo del país en el siglo XIX, como tales criollos y ricos hacendados no hicieron más que que lo que su clase e intereses reclamaban: seguir oprimiéndolos.
Los diversos pueblos calchuquíes eran buenos ceramistas, practicaban la agricultura del maíz en las zonas donde había suficiente humedad y una especie de haba que llamaban (o llaman) poroto. Sus sacerdotes abusarían lo que se les permitiese en la medida en que también ejercían la hechicería y la medicina. Pictogramas que se nos han conservado hablan de unas comunidades que tuvieron su cultura, rica como otras muchas de la América profunda, encajada en los valles interiores, lejos del mar, pero a donde no dejó de llegar el hombre blanco. Los jesuítas y sus reducciones estuvieron en contacto con estos pueblos, pero no fueron capaces, como sí en otros casos, de salvarles de los abusos que sufrieron.
(Ver "Disputas en torno a la ciudad sagrada-ruinas de Quilmes...", Karina Bidaseca y Santiago Ruggero: Breves Contribuciones del Instituto de Estudios Geográficos", Universidad de Tucumán, 2009-2010).
No hay comentarios:
Publicar un comentario