Antonio Pildain |
Señores, yo os digo una cosa, que aquí habá masas más [o] menos ficticiamente removidas, en eso no entro yo, habrá masas que exijan el sacrificio de las órdenes religiosas; pero arriba hay otras masas, y, Sr. Presidente, es mi obligación y obligación grave, hacer constar aquí que la doctrina católica no es la de que únicamente cabe la resistencia en el terreno legal de las urnas electorales. Sr. Presidente, a mí me incumbe el deber de hacer constar que, según la doctrina católica, ante una ley injusta caben estas tres posiciones, perfectamente lícitas: primera, la de la resistencia pasiva; segunda, la de la resistencia activa legal, y tercera, la de la resistencia activa a mano armada.
Las anteriores palabras no son las de un laico, sino las de un clérigo y autoridad de la Iglesia, un obispo que había sido elegido en las elecciones a Cortes de 1931, las primeras de la II República, y que no podía aceptar el que dicho régimen se encaminase por la senda del laicismo, aún menos que la Iglesia perdiese los privilegios y la influencia que había tenido hasta entonces. ¿Influyó en esta actitud del obispo Pildain su condición de vasco? Porque es sabido que el tradicionalismo del clero vasco ha sido una constante, pero esto es poco importante, porque el cardenal Segura, por ejemplo, no era vasco y su intransigente actitud ante la República y ante todo lo que no fuese su particular concepción de la vida, le hicieron pronunciar palabras también muy gruesas.
Pildain había sido elegido dentro de una coalición católico-fuerista para las elecciones del 28 de junio de 1931, lejos todavía de la guerra y ya un representante cualificado de la Iglesia amenazaba con "la resistencia activa a mano armada". No pocos generales tomarían nota. El hecho de que dicha coalición estuviese formada por monárquicos carlistas y alfonsinos (además del por el Partido Nacionalista Vasco) dice mucho de que lo dinástico aquí era secundario, lo importante era lo ideológico y los intereses materiales de la Iglesia, siendo uno de sus objetivos combatir la libertad religiosa.
Ahora bien, si el obispo Pildain (su nombramiento como tal estaba en trámite y se produciría pocos meses más tarde) fue intransigente e incluso temerario, máxime teniendo en cuenta que aquellas palabras fueron pronunicadas en el Congreso de los Diputados durante una sesión, fueron posteriores a otras del que entonces era Presidente de la Cámara, el socialista Julián Besteiro: Pero si vosotros nos cerrais las puertas; entonces nosotros tendríamos que decirles que la República no es realmente República, y que no podría ser nuestra República sino por medio de la insurrección.
Julián Besteiro |
Parece que hablara un dirigente anarquista durante la ya declarada guerra civil a partir de 1936, pero estamos todavía en 1931 y ya soplaban vientos tormentosos. No sabemos si Pildain y Besteiro se habrán arrependido alguna vez de haber pronunciado tales palabras, lo que sí sabemos es que en fecha tan temprana la II República española ya tenía ejemplos del abismo entre unas posiciones y otras. Para el socialista la República era tal si se cumplían las aspiraciones de emancipación de las clases asalariadas y, en general, de la población trabajadora. Para el obispo la República debía ser un régimen que conservase los privilegios e intereses de la Iglesia católica. Las frases pronunciadas son equivalentes, pero los objetivos no: mientras que Besteiro moriría en la cárcel de Camona (Sevilla) en 1940, víctima de la enfermedad y de los ultrajes, el obispo Pildain fue obispo de Canarias durante tres décadas y, salvo algún rifi-rafe con el régimen (por cuestiones secundarias) que como él amenazó se erigió "a mano armda", gozó de la influencia y el poder.
¿Que es eso de "arriba hay otras masas"? ¿Hablaba Pildain de la divinidad, de la trascendencia, de los más poderosos? Por otra parte no parece que la doctrina católica -como tal doctrina- defendiese las posiciones de Pildain; otra cosa es que se acomodase al sol que más calienta. ¿A cuantas leyes injustas se opuso Pildain durante el régimen de 1939? En cuanto a Besteiro, de nada le sirvió ser uno de los que, seguro de que la guerra estaba perdida para los republicanos, conspiró para que terminase claudicando. La "mano armada" no perdonó a quien había sido Presidente del Congreso de los Diputados, un destacado socialista y había amenazado de "insurrección" en fecha tan temprana.
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