martes, 11 de mayo de 2021

Japón: de la paz al caos

 

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En el cambio del siglo XVI al XVII españoles y portugueses se encontraban en Japón, pero estos últimos eran los que monopolizaban el comercio con occidente. Un inglés, William Adams, que trabajaba para comerciantes holandeses, fue convocado por el shogun mientras su país estaba en guerra con España y Portugal.

El shogun recelaba de los misioneros católicos, que conseguían cada vez más prosélitos en Japón, por lo que aquellos fueron expulsados. Al shogun le interesaba otra cosa: construir barcos para tener relaciones comerciales con otros países, y Adams contribuyó a ello. Así envió Japón sus primeros barcos que llegaron hasta México, camino de crear una flota mercante. Adams, por su parte, conseguía beneficios para la Compañía Holandesa de  las Indias Orientales.

El shogun no estaba solo; contra su deseo, barones independientes o daimios controlaban feudos gracias a la colaboración de los samuráis, miembros de la sociedad selecta de la época, pero estos daimios fueron sometidos por el shogun y así se llegó a una paz que antes no existía en Japón. En realidad se formó un sistema de gobierno en el que el emperador gobernaba con los daimios aunque estos estaban sometidos a aquel. Cuando el shogun Ieyasu (de la dinastía Tokunawa) murió se hizo un funeral tras su incineración, y sus restos se esparcieron en una montaña donde había practicado con frecuencia la cetrería.

La capital se estableció en Edo, la actual Tokio, que fue descrita por el español Rodrigo de Vivero y Velasco, gobernador de Filipinas que pasó una temporada en Japón. Las calles de Edo estaban ocupadas según los diversos oficios, sastres, zapateros, carpinteros, herreros… y la sociedad de la época era rígida, inspirada en el confucianismo. Los campesinos y los artesanos eran mayoría, constituyendo la clase inferior los comerciantes, por los que se tenía un vivo desprecio. Estas clases inferiores estaban sometidas por una serie de convencionalismos, como no poder vestir ropas caras y ricas, reservadas para las clases superiores.

Después del shogunato que siguió a Ieyasu le sucedió el nieto de este, que tenía experiencias místicas a partir de la admiración que sentía por su abuelo, pero gobernó de forma más inflexible, no acompañando nunca al ejército en el campo de batalla, como había sido costumbre con anterioridad. Este shogun actuó extravagante y caprichosamente, y como en tiempo de paz no había botines que repartir ¿cómo controlar a los barones territoriales? Se les hizo pasar parte del año en Edo, llegando en numerosas procesiones de varios miles de individuos, entre escoltas y porteadores. Así creció Edo, y los samuráis en la capital, sin sus familias, evolucionaron hacia la burocracia, donde no faltaron mujeres que, sin embargo, debían tener permiso de sus maridos para otras profesiones y actividades.

La legislación se hizo estricta y así se consiguió una paz falsa, se controlaron las carreteras que conducían a Edo e igualmente los movimientos de las personas. Los que desobedecían podían ser condenados a crucifixión si eran hombres y a esclavitud si mujeres. Se impuso el miedo. Aún así los viajes fueron aumentando por la seguridad en los caminos y se desarrollaron en ellos las ciudades. La principal carretera fue la que unió Kioto a Edo, escribiéndose diarios de viajes.

El grupo proscrito era el de los cristianos, habiendo recompensas por delatar a japoneses que hubiesen abrazado el cristianismo, y mayor premio por denunciar a sacerdotes. El cristianismo se hizo subversivo a los ojos del shogun por ser contrario a las tradiciones japonesas; fueron martirizados algunos e incluso niños. Ello causó desafección al régimen, sobre todo en el sur, donde antiguos samuráis eran ahora labradores aunque no habían olvidado la experiencia de las armas.

Los impuestos eran elevadísimos, pagándose al nacer un hijo o por cavar una fosa para enterrar a alguien. Los tributos se pagaban en arroz, que no podían comer los que lo cosechaban; el campesinado vivía en la miseria y las sequías y hambrunas se dieron en algunas regiones. No pagar los impuestos era castigado con severas penas y así se llegó a levantamientos importantes de campesinos que reivindicaron los cristianos.

El shogun envió tropas para reprimir dichos levantamientos, pero los rebeldes consiguieron resistir momentáneamente hasta que las autoridades llevaron a cabo grandes matanzas. Los holandeses, interesados en el comercio, preferían mantenerse al margen, y aquellos levantamientos fueron la excusa para que el shogun decidiese extirpar el cristianismo de Japón. Se prohibió viajar al exterior y los que estuviesen fuera no podrían volver. Japón se aisló, el shogun mandó destruir la flota y redujo el comercio exterior.

Cuando mercaderes portugueses desembarcaron en Japón el shogun mandó matar a algunos, a otros les sometió a castigos y a otros los expulsó. Este aislamiento no terminará hasta finales del siglo XIX.

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