sábado, 7 de enero de 2023

Imperios, guerra y reformas

 

                   Edificio del Consulado de Comercio de A Coruña (fotografía de El Ideal Gallego)

Mantener un imperio ultramarino como el español en el siglo XVIII se hizo cada vez más difícil, aunque se consiguió en un contexto complejo de la política europea de dicho siglo, más concretamente en su segunda mitad. Las potencias marítimas europeas no concebían ceder en los avances que había experimentado su expansionismo: España, Portugal[i], Inglaterra, Holanda y Francia, por poner los ejemplos más notables.

Cuando el rey Carlos III llega a España procedente de Nápoles (1759) estuvo decidido, de acuerdo con sus ministros, a mantener el poderío naval y colonial español, aunque permitió que los comerciantes franceses traficaran con Perú, en lo que influyeron los “pactos de familia” de las dos monarquías reinantes (Francia y España). Al acecho estaba Inglaterra, verdadera potancia naval recelosa de esa alianza, que en 1703 había firmado con Portugal y otras potencias un acuerdo en el contexto de la guerra de sucesión a la corona de España (Tratado de Lisboa); el otro agente en América firmó con Inglaterra a continuación el Tratado de Methuen[ii], que extendía la alianza al comercio entre ambos estados.

La política de Carlos III llevó a España a participar en la última fase de la guerra de los siete años (1756-1763), que enfrentó a Inglaterra y Francia con sus respectivos aliados por el control sobre Silesia, América del Norte y la India. Fue una guerra que involucró a muchos países europeos (Prusia, Hannover, Gran Bretaña y sus “trece colonias” de América, Portugal; y por otro lado Sajonia, Austria, Francia, Rusia, Suecia-Finlandia y España con su imperio), pero también a los habitantes de territorios extraeuropeos: Centroamérica, oeste de África, India y Filipinas, siendo precedente de los grandes conflictos mundiales de siglos posteriores.

La Compañía Inglesa de las Indias orientales operaba sobre todo en India, lo que fue contando con la colaboración de los grupos dirigentes nativos. Francia también se había establecido en algunos puntos de la costa oriental de la India desde la segunda mitad del siglo XVII: Yanaon, Pondichéry, Karikal, Chandernagor y algún otro con sus áreas de influencia, que se internaban en buena parte del centro-sur de la península indostánica.

Ante estos intereses “mundiales”, el rey español Carlos III ordenó la invasión de Portugal en 1761 con un ejército de 40.000 hombres, que ocupó Almeida, Tras-os-Montes y entre el Duero y el Miño, aspirando también a Lisboa, lo que no consiguió por la oposición del ejército luso-inglés, teniendo que retirarse el ejército español hasta Valencia de Alcántara, Badajoz y Alburquerque[iii] (una hermana del rey español era la esposa del lusitano José I, y su principal ministro el marqués de Pombal). En todo ello tuvo una intervención decisiva el conde de Aranda, que llego desde Polonia donde era embajador, en 1762, habiéndolo sido en Portugal en 1755-1756. En realidad se trató de la entrada de España en la guerra de los siete años ya citada.

Cuando se llega a un acuerdo de paz, esta se firma en París en 1763, y el imperialismo británico alcanzó su máximo antes de que poco tiempo después se produjese la rebelión e independencia de sus trece colonias en Norteamérica. Antes de dicha paz Carlos III se resitió a ceder Florida a Inglaterra, por lo que Francia intervino (otra vez los pactos de familia) para que lo aceptase a cambio de Luisiana, lo que así se hizo en 1762, jugando Aranda un importante papel. La ocupación de Manila por los ingleses revirtió con el Tratado de París de 1763.

La paz permitió a Inglaterra hacerse con la región de Bengala (1765), y desde aquí fue incorporando buena parte de la India en el siglo XIX. Carlos III, por su parte, estableció buques correo desde A Coruña a La Habana (mensuales) y al Río de la Plata (bimensuales) con mercancías españolas o europeas a la ida y americanas a la vuelta, haciendo esto extensivo a todos los súbditos que comerciasen en Cuba, La Española, Puerto Rico, Margarita y Trinidad, luego Luisiana, Yucatán y Campeche, posibilitando que el comercio se duplicase (en ocasiones se triplicase) en diez años.[iv]

No obstante, la política naval y colonial de Carlos III fue posible gracias a las bases que habían puesto José Campillo[v] y el marqués de la Ensenada[vi] con anterioridad. El primero fue intendente general de marina, Secretario de Estado y Hacienda, Marina, Guerra e Indias entre  otros importantes puestos. Ensenada fue, con Fernando VI, Secretario de Hacienda, Guerra, Marina e Indias,  haciendo importantes reformas en lo primero que posibilitarían atender las necesidades de la marina.



[i] Hasta 1777 la colonia de Sacramento, en Uruguay actual, no queda definitivamente bajo soberanía española, habiendo cambiado de manos sucesivamente con anterioridad.

[ii] Diplomático inglés que intervino en dicho tratado. De tal importancia ha sido que sus efectos se mantienen en la actualidad.

[iii] Adela López Pego, “El conde de Aranda y la españolidad de Luisiana. Su retrocesión”.

[iv] Id. nota ii.

[v] Nació en Asturias en 1693 y falleció en Madrid en 1743.

[vi] Natural de Hervías (noroeste de la actual comunidad de La Rioja), nació en 1702 y falleció en Medina del Campo en 1781.

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