El campo de Tarrafal al norte |
Aunque puedo aceptar que existen algunas diferencias entre un régimen fascista y los regímenes totalitarios que han existido en Europa (la España franquista y el Portugal salazarista, por ejemplo), lo cierto es que en lo fundamental no había libertades políticas en ninguno de ellos, ni libertad de expresión, ni libertad de prensa, ni garantías jurídicas, ni división de poderes; sí había una represión feroz, un predominio de las clases oligárquicas sobre el conjunto de la población, que no tenía derechos sindicales; la sociedad estaba organizada corporativamente y el gobierno era más de "facto" que de "iure". Esto por citar solo algunos rasgos que relacionan al fascismo con los estados totalitarios.
Es interesantísimo el artículo de Josep Sánchez Cervelló, "Características del régimen salazarista", donde demuestra que "vulneró siempre las libertades individuales". Como a partir de 1957 en España, también en Portugal el gobierno estaba formado supuestamente por "técnicos", queriéndose decir con esto que eran los que más sabían y no tenían interés político o ideológico alguno: tal falacia no hace falta demostrarla porque todo el mundo la ha descubierto ya. Además los regímenes totalitarios afines al fascismo se han valido del ejército y las fuerzas de seguridad donde se han hecho las necesarias depuraciones para que fuesen dóciles al poder, cuando como en el caso de España dicho poder no estaba ya en manos del mismo ejército.
España tuvo campos de concentración durante el franquismo, y Salazar los mantuvo en Portugal, pero para disimular, el más importante lo estableció al norte de la isla de Santiago (Cabo Verde), en Tarrafal: fue creado el 23 de abril de 1936 y cerrado el 26 de enero de 1954, donde la proximidad al Ecuador "provocó, junto con la dureza del sistema carcelario, una elevada mortalidad entre la población penal. Posteriormente fue reabierto en 1961 [comenzaron las guerras coloniales que Portugal mantuvo en África] para internar a los nacionalistas africanos" (1). Es decir, el régimen salazarista se autotitulaba nacionalista, pero no permitía que existiese un nacionalismo guineano, angoleño, mozambiqueño, etc.
Las elecciones portuguesas -que las hubo con libertad para que la oposición presentase a sus candidatos- hoy se sabe que fueron amañadas y se aprovechaban para completar los ficheros policiales (al salir a la palestra pública los candidatos opositores) y luego enviarlos a Tarrafal si era menester, y si no a la cárcel, o a la "libertad" vigilada; en otras ocasiones se les extorsionaba, maltrataba en los calabozos de la policía, etc. El general Franco prefirió no hacer elecciones (solo algunos referendos falseados, sin libertad para la oposición) y las elecciones municipales con candidatos solo salidos de las listas del propio Gobierno: un ejemplo de cinismo, burla e inmoralidad. La Iglesia, mientras tanto, nada dijo ni en el caso de Portugal ni en el de España. Como tampoco dijo nada sobre los campos de concentración en Betanzos, Los Almendros, Llevant, Castuera, Miranda de Ebro, Utrera, Dos Hermanas, Formentera y tantos otros.
El campo de Tarrafal es todavía hoy un páramo, con un terreno ligeramente ondulado, rapado de vegetación, rodeado por el mar, solitario, ardiente, con difíciles accesos. En medio de aquella estancia miserable padecían sufrimientos los presos portugueses, africanos y quien se terciase. Mientras tanto Salazar y los suyos asistían a misa en Lisboa, comulgaban beatamente, despachaban los asuntos de Estado e ignoraban a propósito la realidad de su país, que era de una pobreza extrema en amplias capas de la población: peor que en ninguna región en Alemtejo, Algarve, Tras-os-Montes, las Beiras, sobre todo en los valles de la sierra da Estrela, pero también en Miño y en los arrabales de Lisboa, Porto y otras ciudades. Los negros mugrientos del Rossío, los coches elegantes que transitaban por Terreiro do Paço, los viñedos en Pesso da Régua, el mar Atlántico y la luz brillante de la atmósfera portugesa, solo apagada en parte en el norte, no compadecieron nunca a los mandamases -civiles y militares- de la dictadura portugesa.
Hoy, el campo de Tarrafal es un recuerdo; es un paisaje al norte de la isla caboverdiana más extensa, pero es también un eco del sufrimiento de aquellos que se opusieron a la barbarie de unos señoritos émulos de Mussolini, aunque limitados en sus excesos por una "moral" disimulada, torcida, terca en sus ademanes de violencia.
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(1) Josep Sánchez Cervelló, "Características del régimen Salazarista".
Es interesantísimo el artículo de Josep Sánchez Cervelló, "Características del régimen salazarista", donde demuestra que "vulneró siempre las libertades individuales". Como a partir de 1957 en España, también en Portugal el gobierno estaba formado supuestamente por "técnicos", queriéndose decir con esto que eran los que más sabían y no tenían interés político o ideológico alguno: tal falacia no hace falta demostrarla porque todo el mundo la ha descubierto ya. Además los regímenes totalitarios afines al fascismo se han valido del ejército y las fuerzas de seguridad donde se han hecho las necesarias depuraciones para que fuesen dóciles al poder, cuando como en el caso de España dicho poder no estaba ya en manos del mismo ejército.
España tuvo campos de concentración durante el franquismo, y Salazar los mantuvo en Portugal, pero para disimular, el más importante lo estableció al norte de la isla de Santiago (Cabo Verde), en Tarrafal: fue creado el 23 de abril de 1936 y cerrado el 26 de enero de 1954, donde la proximidad al Ecuador "provocó, junto con la dureza del sistema carcelario, una elevada mortalidad entre la población penal. Posteriormente fue reabierto en 1961 [comenzaron las guerras coloniales que Portugal mantuvo en África] para internar a los nacionalistas africanos" (1). Es decir, el régimen salazarista se autotitulaba nacionalista, pero no permitía que existiese un nacionalismo guineano, angoleño, mozambiqueño, etc.
Las elecciones portuguesas -que las hubo con libertad para que la oposición presentase a sus candidatos- hoy se sabe que fueron amañadas y se aprovechaban para completar los ficheros policiales (al salir a la palestra pública los candidatos opositores) y luego enviarlos a Tarrafal si era menester, y si no a la cárcel, o a la "libertad" vigilada; en otras ocasiones se les extorsionaba, maltrataba en los calabozos de la policía, etc. El general Franco prefirió no hacer elecciones (solo algunos referendos falseados, sin libertad para la oposición) y las elecciones municipales con candidatos solo salidos de las listas del propio Gobierno: un ejemplo de cinismo, burla e inmoralidad. La Iglesia, mientras tanto, nada dijo ni en el caso de Portugal ni en el de España. Como tampoco dijo nada sobre los campos de concentración en Betanzos, Los Almendros, Llevant, Castuera, Miranda de Ebro, Utrera, Dos Hermanas, Formentera y tantos otros.
El campo de Tarrafal es todavía hoy un páramo, con un terreno ligeramente ondulado, rapado de vegetación, rodeado por el mar, solitario, ardiente, con difíciles accesos. En medio de aquella estancia miserable padecían sufrimientos los presos portugueses, africanos y quien se terciase. Mientras tanto Salazar y los suyos asistían a misa en Lisboa, comulgaban beatamente, despachaban los asuntos de Estado e ignoraban a propósito la realidad de su país, que era de una pobreza extrema en amplias capas de la población: peor que en ninguna región en Alemtejo, Algarve, Tras-os-Montes, las Beiras, sobre todo en los valles de la sierra da Estrela, pero también en Miño y en los arrabales de Lisboa, Porto y otras ciudades. Los negros mugrientos del Rossío, los coches elegantes que transitaban por Terreiro do Paço, los viñedos en Pesso da Régua, el mar Atlántico y la luz brillante de la atmósfera portugesa, solo apagada en parte en el norte, no compadecieron nunca a los mandamases -civiles y militares- de la dictadura portugesa.
Hoy, el campo de Tarrafal es un recuerdo; es un paisaje al norte de la isla caboverdiana más extensa, pero es también un eco del sufrimiento de aquellos que se opusieron a la barbarie de unos señoritos émulos de Mussolini, aunque limitados en sus excesos por una "moral" disimulada, torcida, terca en sus ademanes de violencia.
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(1) Josep Sánchez Cervelló, "Características del régimen Salazarista".
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