Vista general de Bragança |
El liberalismo portugués en el siglo XIX consiguió que los clubs y partidos políticos fuesen legales, entre otras cosas, pero no que hubiese orden público. Y no fue posible el orden público porque no habia justicia; las clases adineradas gobernaban el país, las instituciones y la economía, el campo y la industria, el vino de Porto y todos los resortes de la nación. Y no habiendo justicia no es posible la paz social; podrá taparse, someterse a la población, ensangrentar el país, pero no habrá paz social. Lo que digo no es exclusivo de Portugal (España tiene sobrados motivos para equipararse al país vecino). Ya en 1867, el año de la Janeirinha, Eça de Queirós decía : Quen olha ao longe e ao largo por este país, o que ve? Surdas murmuraçôes, reuniôes populares aclamadoras e sentidas, protestos violentos, hesitaçôes dolorosas, vozes de revolta, movimentos de forças, representaçôes legais ... O povo nâo está contente. Por essas cidades e por essas terras está-o demostrando com reuniôes, com pasquins, com proclamaçôes, com vozearias.
En el año 1867 tuvo lugar un movimiento social en buena parte de Portugal contra el impuesto de consumos y una nueva planta administrativa aprobada por el Gobierno -entre otras medidas- en el ámbito local. Se trataba de reducir el número de municipios, probablemente con una intención racionalizadora y debido a la escasa población de algunos de ellos. Pero cuando las cosas no marchan bien unas reivindicaciones se mezclan con otras, de forma que la población aprovecha para acusar al gobierno de no atender sus reclamaciones, una de ellas la oposición al impuesto de consumos, que gravaba de forma indirecta y con carácter general buena parte de los productos de primera necesidad.
El conflicto unió al pueblo bajo, algunos caciques locales e incluso algún noble, destacando el conde de Peniche. Hasta tal punto el clima de revuelta era serio (como señaló Eça de Queirós) que uno de los proyectos, no llevado a cabo, fue crear una Guardia Civil como la española de 1844. El primer ministro, Martens Ferrâo, era un notable de la época, apuntado al liberalismo de cortos vuelos; terminó siendo embajador de Portugal ante el papa, negociando el concordato de 1886. El nombre de "Janeirinha" se debe a que el movimiento dio comienzo el 1 de enero de 1867, rompiendo -según algunos- con la tendencia regeneracionista de los gobiernos desde mediados de siglo (en realidad todo regeneracionismo en manos de los ricos se queda en poco, como ocurrió con el caso español).
El impuesto de consumos (verdadero caballo de batalla también en España) era doblemente injusto: primero porque gravaba los productos de primera necesidad, y segundo porque afectaba a todo el mundo. La rentabilidad del mismo, para las arcas del Estado, es que la gran masa de la población estaba implicada, como si no hubiese otras fuentes de riqueza a donde acudir. La reforma administrativa, por su parte, parecía muy radical, porque eliminaba más de cien municipios, lo que significaba -seún Palacios Cerezales- "la marginación de otras tantas redes de influyentes locales". La comarca de Guarda, al este del país, y Miño, al noroeste, fueron las más agitadas, pero también se notó en el Algarve, y más al norte en Coimbra. Guimarâes (cuna de la nacionalidad portuguesa), Braga, Barcelos y Viana fueron villas o ciudades donde el movimiento prendió. Mientras tanto el conde de Peniche atizaba el fuego, opositor al gobierno, sin el temor a ser detenido por su condición de par.
En Oporto y Lisboa, las dos grandes ciudades, también hubo tumultos. Una comisión encabezada por el conde de Peniche, junto con una gran multitud que le seguía, quisieron entregar a las autoridades un memorial de agravios, pero fueron dispersados en Belem. Con todo, el gobierno se vio obligado a dimitir, pues el rey Luis I vio que sería mejor posponer las reformas y que el desorden no derivada en derramamiento de sangre.
El nuevo gobierno estuvo dirigido por el marqués de Ávila, mientras que en el análisis de los hechos Nogueira Soares señaló que la decisión de claudicar fue debida a la renuencia de las tropas a reprimir los desórdenes en Oporto. ¿Y si esta actitud se generalizaba? Lo cierto es que el nuevo gobierno abolió el impuesto de consumos y volvió a la planta aministrativa antigua: el pueblo llano había conseguido algo vital para su supervivencia y los caciques locales habían preservado su cuota de poder en cada concejo o comarca.
Ahora bien, la importancia de éste movimiento social, de una extensión en el país extraordinaria, no terminó con el cambio de gobierno y la anulación de las reformas. Continuó en Mirandela contra los funcionarios de hacienda para hacer desaparecer datos sobre propiedades. También en la capital de Tras-os-Montes, Bragança, donde los motines -sigo en esto a Palacios Cerezales- se dieron con violencia en Macedo de Cavaleiros, Moncorvo, Afândega da Fé y Vila Flor. También en Freixo-de-espada-a-cinta y Valpaços. El ejército tuvo que reprimir a la población en Lisboa y Oporto, así como en Famalicâo. En realidad se estaba formando un asociacionismo obrero que, sin los visos de la I Internacional (no aparecen aquí reivindicaciones propias de esta organización) comenzaba a dar señales de su fuerza.
Hasta un obispo, el de Viseu, se apuntó a la "Janeirinha". Su personalidad -que tendría su replica en España más tarde con el cardenal Segura- se demuestra al no aceptar el dogma de la infalibilidad papal cuando esta se acordó sin racionalidad alguna. No podemos comparar este movimiento, en plena transformación liberal del Estado portugués, con las guerras "irmandiñas" gallegas del siglo XV, pero sí hay una concomitancia: la participación de personajes de muy distinta extracción social y representación ideológica, aunque con mayoría popular en ambos casos.
El Código Penal de 1853 que había prohibido las huelgas habla de que estas ya se practicaban con mayor o menor organización, y que fueron vistas por la retrógrada burguesía portuguesa como una amenaza a sus privilegios y poder. Pero también es cierto que cuanto más atrasado está un pueblo -económicamente- más anárquicas son sus acciones reivindicativas: nada que ver con el movimiento sindical actual. A los seguidores del conde de Peniche se les llamó "penicheiros", y estos, junto con los movilizados por el obispo de Viseu, se unieron a las organizaciones populares que encontraban el patrocinio de algún prohombre más o menos prestigioso, aunque esta cualidad no tuviese que ser necesariamente moral.
Portalegre, Covilhâ, Castelo Branco, fueron otras localidades afectadas por el movimiento, que tuvo una mezcla de reivindicación política en los dirigentes, social en la masa, y que demostró el hartazgo al que había llegado una población que ya había mostrado los dientes cuando a mediados de siglo las cosechadoras mecánicas -de fabricación inglesa- dejaban sin trabajo a jornaleros y peones. No gustaba a los propietarios agrarios, verdaderos dueños de buena parte del país, que los portugueses emigrasen, pues si lo hacían disminuía la población campesina y aumentaban los salarios al haber menos mano de obra disponible: los terratenientes y sus gobiernos, los industriales y los banqueros querían a la población humilde en Portugal, que no saliesen del país, pero que no protestasen. Los querían pero quietos, o movilizados para un trabajo pagado inmisericordemente.
No es algo distinto a lo que sabemos de España y de buena parte de la Europa del sur, de la América que abarca desde Tierra del Fuego hasta más al norte de río Grande; no distinto a lo que sabemos sobre los siervos de la gleba rusos, los jornaleros chinos y de otras latitudes...
En el año 1867 tuvo lugar un movimiento social en buena parte de Portugal contra el impuesto de consumos y una nueva planta administrativa aprobada por el Gobierno -entre otras medidas- en el ámbito local. Se trataba de reducir el número de municipios, probablemente con una intención racionalizadora y debido a la escasa población de algunos de ellos. Pero cuando las cosas no marchan bien unas reivindicaciones se mezclan con otras, de forma que la población aprovecha para acusar al gobierno de no atender sus reclamaciones, una de ellas la oposición al impuesto de consumos, que gravaba de forma indirecta y con carácter general buena parte de los productos de primera necesidad.
El conflicto unió al pueblo bajo, algunos caciques locales e incluso algún noble, destacando el conde de Peniche. Hasta tal punto el clima de revuelta era serio (como señaló Eça de Queirós) que uno de los proyectos, no llevado a cabo, fue crear una Guardia Civil como la española de 1844. El primer ministro, Martens Ferrâo, era un notable de la época, apuntado al liberalismo de cortos vuelos; terminó siendo embajador de Portugal ante el papa, negociando el concordato de 1886. El nombre de "Janeirinha" se debe a que el movimiento dio comienzo el 1 de enero de 1867, rompiendo -según algunos- con la tendencia regeneracionista de los gobiernos desde mediados de siglo (en realidad todo regeneracionismo en manos de los ricos se queda en poco, como ocurrió con el caso español).
El impuesto de consumos (verdadero caballo de batalla también en España) era doblemente injusto: primero porque gravaba los productos de primera necesidad, y segundo porque afectaba a todo el mundo. La rentabilidad del mismo, para las arcas del Estado, es que la gran masa de la población estaba implicada, como si no hubiese otras fuentes de riqueza a donde acudir. La reforma administrativa, por su parte, parecía muy radical, porque eliminaba más de cien municipios, lo que significaba -seún Palacios Cerezales- "la marginación de otras tantas redes de influyentes locales". La comarca de Guarda, al este del país, y Miño, al noroeste, fueron las más agitadas, pero también se notó en el Algarve, y más al norte en Coimbra. Guimarâes (cuna de la nacionalidad portuguesa), Braga, Barcelos y Viana fueron villas o ciudades donde el movimiento prendió. Mientras tanto el conde de Peniche atizaba el fuego, opositor al gobierno, sin el temor a ser detenido por su condición de par.
En Oporto y Lisboa, las dos grandes ciudades, también hubo tumultos. Una comisión encabezada por el conde de Peniche, junto con una gran multitud que le seguía, quisieron entregar a las autoridades un memorial de agravios, pero fueron dispersados en Belem. Con todo, el gobierno se vio obligado a dimitir, pues el rey Luis I vio que sería mejor posponer las reformas y que el desorden no derivada en derramamiento de sangre.
Calle de Freixo-de-espada-a-cinta |
Ahora bien, la importancia de éste movimiento social, de una extensión en el país extraordinaria, no terminó con el cambio de gobierno y la anulación de las reformas. Continuó en Mirandela contra los funcionarios de hacienda para hacer desaparecer datos sobre propiedades. También en la capital de Tras-os-Montes, Bragança, donde los motines -sigo en esto a Palacios Cerezales- se dieron con violencia en Macedo de Cavaleiros, Moncorvo, Afândega da Fé y Vila Flor. También en Freixo-de-espada-a-cinta y Valpaços. El ejército tuvo que reprimir a la población en Lisboa y Oporto, así como en Famalicâo. En realidad se estaba formando un asociacionismo obrero que, sin los visos de la I Internacional (no aparecen aquí reivindicaciones propias de esta organización) comenzaba a dar señales de su fuerza.
Hasta un obispo, el de Viseu, se apuntó a la "Janeirinha". Su personalidad -que tendría su replica en España más tarde con el cardenal Segura- se demuestra al no aceptar el dogma de la infalibilidad papal cuando esta se acordó sin racionalidad alguna. No podemos comparar este movimiento, en plena transformación liberal del Estado portugués, con las guerras "irmandiñas" gallegas del siglo XV, pero sí hay una concomitancia: la participación de personajes de muy distinta extracción social y representación ideológica, aunque con mayoría popular en ambos casos.
El Código Penal de 1853 que había prohibido las huelgas habla de que estas ya se practicaban con mayor o menor organización, y que fueron vistas por la retrógrada burguesía portuguesa como una amenaza a sus privilegios y poder. Pero también es cierto que cuanto más atrasado está un pueblo -económicamente- más anárquicas son sus acciones reivindicativas: nada que ver con el movimiento sindical actual. A los seguidores del conde de Peniche se les llamó "penicheiros", y estos, junto con los movilizados por el obispo de Viseu, se unieron a las organizaciones populares que encontraban el patrocinio de algún prohombre más o menos prestigioso, aunque esta cualidad no tuviese que ser necesariamente moral.
Portalegre, Covilhâ, Castelo Branco, fueron otras localidades afectadas por el movimiento, que tuvo una mezcla de reivindicación política en los dirigentes, social en la masa, y que demostró el hartazgo al que había llegado una población que ya había mostrado los dientes cuando a mediados de siglo las cosechadoras mecánicas -de fabricación inglesa- dejaban sin trabajo a jornaleros y peones. No gustaba a los propietarios agrarios, verdaderos dueños de buena parte del país, que los portugueses emigrasen, pues si lo hacían disminuía la población campesina y aumentaban los salarios al haber menos mano de obra disponible: los terratenientes y sus gobiernos, los industriales y los banqueros querían a la población humilde en Portugal, que no saliesen del país, pero que no protestasen. Los querían pero quietos, o movilizados para un trabajo pagado inmisericordemente.
No es algo distinto a lo que sabemos de España y de buena parte de la Europa del sur, de la América que abarca desde Tierra del Fuego hasta más al norte de río Grande; no distinto a lo que sabemos sobre los siervos de la gleba rusos, los jornaleros chinos y de otras latitudes...
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