domingo, 23 de abril de 2023

Quito en 1809

 

                                        Salón del Convento de los Padres Agustinos de Quito*

Sabido es que Napoleón Bonaparte, una vez al frente de Francia, persiguió varios objetivos: engrandecerla y engrandecer a su familia, combatir a las monarquías absolutistas europeas y a Gran Bretaña, hacerse con el control del comercio atlántico y, a ser posible, con la América española.

El vacío de poder que se sintió en España con la captura por Bonaparte de los reyes Carlos IV y Fernando VII se intentó sustituir con la formación de Juntas provinciales y luego una Junta Central, pero no pocas de las instituciones tradicionales, entre ellas el Consejo de Castilla, se plegaron más o menos convencidas al rey José. Era, pues, una situación de extrema confusión que se intentó solucionar recurriendo a la guerra.

En América se tuvieron los mismos sentimientos: en algunos lugares se sustituyó a las autoridades nombradas desde la España borbónica por otras, por ejemplo en el Virreinato de Nueva Granada, donde Quito fue la primera ciudad (agosto de 1809) que formó una Junta Suprema, y este fenómeno se extendió a partir de 1810. La Junta de Quito se revistió enseguida de legitimidad mientras que entre la población circularon noticias confusas, formándose corrillos en la plaza Mayor. El Presidente de la Junta quiteña, para hacer avanzar el proceso, que nada tuvo de independentista, hizo publicar un bando en el que se informaba sobre la ocupación francesa de la Península y el apresamiento de su Junta Central.

Quito se erigió, entonces, en abanderada para la restitución de Fernando VII en el trono: se colgó en el balcón del Cabildo un retrato del rey y se divulgó la idea del gobierno mixto, en el que junto a aquel el pueblo se erigia en su soporte. La Junta quiteña recibió los homenajes de las autoridades civiles y militares y parece que todo rodaba bien, pero hubo detractores de este movimiento acusándolo de “fiesta de toros”.

La Junta, no obstante, tenía un programa propio: abolió el estanco del tabaco, eliminó el “cabezón” o alcabala y redujo a la mitad el precio del papel sellado, demostrando así que la institución estaba en manos de criollos defendiendo sus intereses. A continuación se produjeron reuniones de la Junta en lugares de urgencia, entre los que estuvo la vivienda de su Presidente, pero luego se optó por darles un carácter más solemne y se escogió el salón del Convento de los Padres Agustinos, donde se puso en lugar preeminente un retrato del rey Fernando VII. En cada reunión se hacían alusiones a la religión, al rey y a la patria.

Llegó el momento en que se pensó debía procederse al juramento de los miembros de la Junta y se hizo ante el obispo, sentándose todos ante el altar mayor; se celebró una misa y se cantó un “Te Deum”. Luego se “regaron” monedas a la puerta de la iglesia y, pocos días después, se creó La Orden Militar de San Lorenzo, en lo que la Junta demostraba su mentalidad aristocratizante y antigua. En dicha Orden se integrarían la nobleza de Quito y los extranjeros que se fuesen sumando al nuevo orden. La Junta se concibió a sí misma como el hilo conductor del patronazgo real.

Pero pronto surgió la hostilidad de las regiones vecinas: Guayaquil y Cuenca acudieron al virrey pidiéndole que sometiese a la Junta quiteña, el cual inició un plan de reconquista con tropas opuestas a Quito. Los grupos dirigentes de esas ciudades demostraban que preferían el poder central del virrey a una ciudad, Quito, por encima de las demás. Otros cabildos, no obstante, empezaron a sustiuir a las autoridades borbónicas, ejemplo de lo cual son Caracas, Bogotá, Buenos Aires, Santiago de Chile y México, donde el virrey[i] nombrado por José I tuvo la oposición del cabildo, consiguiendo su nulidad y apoyando a Fernando VII: “nunca un monarca legítimo dejaba de serlo sin el consentimiento de la nación española”.

En México se produjeron entonces las revueltas del bajo clero, siendo exponentes principales los curas Hidalgo y Morelos, formando el primero un ejército de indios y mestizos que se alzaron dando vivas a Fernando VII, a la Virgen de Guadalupe, “a la América y muera el mal gobierno”; es el llamado grito de Dolores, ciudad del centro de México, pero esto inquietó a los criollos, pues temieron un estallido social que afectase a sus intereses. Al sur del país, en la Capitanía General de Guatemala, que comprendía una extensión muy superior al actual estado, se publicaron bandos y se dijeron sermones contra el “cautiverio” del rey Fernando repudiando a José Bonaparte, pero como esta situación causaba inquietud entre los grupos dirigentes, se sofocaron estos movimientos, aunque no se pudo ya impedir la duplicidad gubernativa y la fragmentación territorial.

En 1810 la municipalidad de Buenos Aires estableció un Comité Superior Provisional de las Provincias del Río de la Plata, pero se mostraron discrepancias entre Buenos Aires y otras ciudades como Asunción y Montevideo (fenómeno parecido al de Quito). En Perú, el virrey Abascal resistió contra los juntistas argumentando que mientras en España estaban justificadas las juntas porque estaba ocupada por un ejército extranjero, no era tal la situación en América. Salió a la luz un Catecismo “para la firmeza de los verdaderos patriotas”, donde se proclamaba que “se trataba de vencer o de morir esclavos”, en alusión a una eventual invasión francesa de América.

Los procesos independentistas, contra lo que comúnmente se cree, se produjeron más tarde: en México en 1813, pero como se sabe la independencia real no se dio hasta 1821; en el Río de la Plata el Congreso de Tucumán de 1816 proclamó la independencia en medio de discordias; solo en Caracas la proclamación de independencia se produjo pronto, en 1811, pero Guayana, Coro y Maracaibo no la siguieron (otra vez el caso de Quito). En dicho año Caracas convocó un Congreso Constituyente donde se pusieron de manifiesto los presupuestos económicos y la intervención inglesa, siempre presente desde este momento en el proceso de independencia americana.

La alianza inglesa con Portugal y Brasil contó con el apoyo de la infanta Carlota Joaquina, esposa del rey Juan VI[ii], la cual alegaba que era la única Borbón que no estaba sujeta a Napoleón, y por lo tanto podía decidir por ella misma. Cuando se produjo la alianza inglesa con España para combatir a Francia, Gran Bretaña cambió de estrategia hasta el final de la guerra (1814), y desde 1815 volvió a intervenir en América una vez Fernando VII se ceñía de nuevo la corona de España.


[i] Pedro Catani.

[ii] Considerado rey del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve entre 1816 y 1825.

* Fotografía de la Biblioteca Cervantes.

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