jueves, 13 de abril de 2023

Unamuno según Carlos París

 

Dice Carlos París[i] que cuando era joven formó grupo con aquellos compañeros de estudios que se sentían unamunianos, cuando otros eran orteguianos. Cita entre los primeros a Miguel Sánchez-Mazas[ii], José María Valverde[iii], José Luis Rubio y Francisco Pérez Navarro; consideraban estos que Unamuno buscaba los temas de su interés en lo popular, en sus viajes por España, mientras que Ortega era más exquisito, pero este, aún joven, ayudó a fundar la “Liga de Educación Política” (1913) con la intención de “curar la enfermedad de España”, según dijo en una conferencia titulada “Vieja y nueva política”.

Causaba Unamuno en París y sus compañeros una “vibración pasional” cuando se adentraban en el concepto de “intrahistoria”, que atiende al alma de las gentes, a sus luchas y preocupaciones, a sus ideas, toscas o elevadas, por oposición a la historia convencional al uso, y también les atraía el quijotismo de Unamuno, que en este caso también fue compartido por Ortega desde otros presupuestos.

El pamplonés Juan David García Baca, filósofo y estudioso de la ciencia, supo ver en la obra unamuniana esa intrincada unidad entre pensamiento y ciencia, que llevaría al filósofo bilbaino a contemplar el universo como un conjunto de fenómenos físicos que tenían la capacidad de hundirle en las más profundas meditaciones. Ciertamente, Unamuno tuvo una preparación científica no desdeñable que ha estudiado Rafael Pérez de la Dehesa.

París recuerda la enemiga de las dictaduras con Unamuno: desterrado este a Fuerteventura por Primo de Rivera[iv] (no volverá a España mientras dure su régimen), el ministro Ruiz-Giménez recomendó a París no conferenciar sobre él a principios de los años cincuenta del pasado siglo, y el obispo Pildain tenía a Unamuno como enemigo público.

París ve en Unamuno un carácter vasco pero “español de profesión”; huérfano de padre muy pronto, educado en el más acendrado catolicismo de niño, serán hitos que le marcarán psicológicamente durante toda la vida. Estudió en Madrid y luego regresó a Bilbao; preparó oposiciones para una cátedra de Psicología, Lógica y Ética que no obtuvo, pero sí la de Griego en la Universidad de Salamanca. Estudió a Darwin y a los materialistas, y a partir de unos marineros noruegos a quienes conoció en el puerto de Bilbao aprendió el idioma en el que se habían publicado las obras de Kierkegaard, por lo que pudo leerle de primera mano dejando copiosas notas en los márgenes de sus libros.

En 1897 Unamuno sufrió una crisis estudiada por Sánchez Barbudo[v], anticipándose a la nacional de un año más tarde, siendo encontrado cierto día angustiado y lloroso. Se encerró entonces en un monasterio y allí escribió su diario, que ha permanecido inédito durante mucho tiempo. Su eterno forcejear con la fe no se apagará en toda su vida, sintiendo la insatisfacción en la ciencia ante su ansia de inmortalidad que ha puesto de manifiesto, mejor que en ninguna obra obra, en “Sentimiento trágico de la vida”.

                                         Unamuno en la Universidad de Salamanca en 1934*

Unamuno no buscó componendas, sino que mantuvo la tensión entre la ciencia y el ambito de lo religioso, cuestión esta que vivió interiormete, en contínuo conflicto y reflexión consigo mismo. Una segunda crisis le lleva a reflexionar en el yo privado y el yo público, el consciente y la proyección que se extiende hacia la sociedad; dijo sentirse como una multitud y se preguntó si no se estaría alienando ante lo público. Vive en una época que ya no es decimonónica y pausada, sino marcada por el ajetreo de los acontecimientos de todo tipo, de los nuevos filósofos, de la modernidad mal digerida…

Lo público, sin embargo, no le abandonaba, y él mismo proclamó el advenimiento de la II República desde el Ayuntamiento de Salamanca, aunque luego se sienta decepcionado por el suceder de los acontecimientos. Cuando se produjo el levantamiento militar de 1936 lo apoyó en un primer momento y se arrepintió pronto: el filósofo angustiado consigo mismo y con el mundo que le rodea no tiene la paz para reflexionar pausadamente sobre los acontecimientos que le abruman.

Unamuno recibió pronto las influencias del marxismo y lo reflejó en un ensayo titulado “La dignidad humana”, donde denucia la concepción del hombre como mera mercancía. Se anticipó al mundo de la industria cultural mercantilizada como todo lo demás, y vio el valor de los braceros (toda la sociedad trabajadora) para que los teóricos de la ciencia y la filosofía pudiesen crear sus ideas. Su preocupación central –dice París- es la inmortalidad y la finalidad del Universo; no es posible que esa enorme máquina inconmensurable e inabarcable para la mente humana no tenga un fin, un objetivo en el que ha de participar la humanidad. Ansía la plenitud, la infinitud del ser humano que quiere ser de todos los tiempos.

Ya Santo Tomás habló de que el alma tiende a ser una con todas las cosas, y en cuanto al tiempo ¿por qué no ha de poder estarse en el antes, en el ahora y en el después al mismo tiempo? Unamuno vuelve a la Grecia presocrática donde aquellos pensadores hablaron de la unidad originaria, y siente la “congoja”, la angustia de los existencialistas que transmite en “Paz en la guerra”, ambientada en el conflicto carlista de 1872, cuando Unamuno era un niño.

Otra idea de Unamuno es la del paraíso perdido, que refleja en su obra de teatro “La Esfinge”, donde el protagonista es conducido al suicidio: el padre lee pasajes del Génesis al hijo y nuestro autor refleja la armonía en el paraíso que luego estará perdido. Luego, la escisión y la muerte en el mito de Caín y Abel, el primero dedicado a desgarrar el seno de la tierra con el arado y a fecundarla con su sudor, teniendo del segundo una visión serena apacentando a su ganado.

La envidia cainita de los españoles que Unamuno siente como clavada en él mismo se refleja en su obra “Abel Sánchez”, donde la figura del predilecto de la fortuna se opone al que trabaja duro y continuadamente. Los instintos y las pulsiones humanas, el hombre como instalado en lo real frente al mundo del pensamiento; “los seres humanos debiéramos darnos los unos a otros en alimento” (reflejo de la eucaristía), y el concepto de alienación reflejado en la dialéctica del señor y el esclavo, el otro es un desafío para el yo.

La finitud, imagen de la conciencia como un cementerio en el que se van agotando las posibilidades, nuestro filósofo se entregó con frecuencia a ejercicios espirituales en recuerdo de los de su niñez como un autoanálisis, descubriendo las barreras que ha de vencer para volver a la infancia. Los sótanos y escondrijos del corazón: creemos que son lugares que es mejor no visitar y sin embargo allí habitan los demonios que nos gobiernan. El hombre –dijo- vive todavía en la prehistoria; si el hombre llega a captarse a sí mismo escapará de la alienación y conseguirá formar la patria de todos los seres humanos.

Poco antes de morir en Salamanca, cuando ya habían muerto asesinados algunos amigos y conocidos suyos, se enfrentó a Millán-Astray; por la tarde fue abucheado en el Casino; ante el brasero y un amigo exclamó –al parecer- su última frase en respuesta a otra: “Dios no puede abandonar a España”. Cuando niño supo de la guerra civil de 1872 y ahora empezaba la de 1936…


[i] Nació en Bilbao en 1925 y falleció en Madrid en 2014. Presidente del Ateneo de Madrid, como hacía tiempo lo había sido Unamuno.

[ii] 1925-1995. Filósofo y matemático español.

[iii] 1926-1996. Poeta, filósofo y crítico literario.

[iv] Había publicado unos poemas mofándose del dictador.

[v] Madrid, 1910 – Florida, 1995. Fue colaborador de La Gaceta Literaria y El Sol, participando en las Misiones Pedagógicas durante la II República. Firmó la Ponencia colectiva de escritores y artistas españoles en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura.

* Fotografía de El País.

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