domingo, 16 de abril de 2023

Rabí Moysen y Iacob Cansino

 

                                 Fortaleza de Szigetvár (pinterest.es/pin/350084571017170611/)

En 1638 tradujo Iacob Cansino[i] una obra del hebreo Rabí Moysen Almosnino que lleva por título “Extremos y grandezas de Constantinopla”, encontrándose el primero en Orán, entonces en poder de la monarquía española.

En la obra se relatan los servicios que desde hacía tiempo habían prestado, como traductores e intérpretes, los antepasados de Iacob, remontándose a su bisabuelo en época del rey Carlos I, habiendo además viajado “a Fez y Marruecos” en servicio de dicho rey. Isac Cansino fue su abuelo, y Hayen Cansino su padre, además de un tío suyo que también había servido como intérprete para el que pide un empleo. Por último se refiere a Aron Cansino, hermano suyo.

El autor de la obra, Rabí Moysen, dice residir en Constantinopla “por mis pecados y adversa fortuna, que todo se juntó para tirar contra mí sus ponzoñosas saetas”, cuando estaba en Salónica como comisario (parece que llevaba en esta ciudad dedicado a los negocios año y medio). Ciertamente, la obra se entretiene en aspectos poco relevantes, aunque otros tengan el valor de una crónica de las últimas décadas de la ciudad, que padece un calor intenso en el verano como frío en el invierno, lo que achaca a los vientos que corren en todas direcciones, tanto procedentes del mar Negro como del Mediterráneo y de tierra adentro. Dichos vientos serían los causantes de las lluvias, que son copiosas en determinadas épocas del año, y en consonancia con el clima cita las enfermedades más comunes que él observa: “apostemas”, fiebres, modorras, tabardillos…

En cuando a los precios de los productos habla del encarecimiento de algunos de ellos, pues la mayoría parece que procedían del exterior viajando por mar: carne, pescado, vinos, frutas, etc., lo que provocaba “prodigalidad y avaricia” en cada caso. Habla también de las diversas clases sociales y de la enorme diferencia de riqueza y bienestar en cada una de ellas, dedicando un espacio a los mercaderes, verdadero nervio de la gran urbe, que se valían de dos monedas principales: los ducados y las “hojas de cobre”.

Algunas costumbres son de interés, como el dar limosnas las personas más ricas para demostrar su capacidad y otras por piedad, y también describe la diversidad de “moradas”, desde las más ostentosas y palaciales hasta las más humildes, sin que falte el contínuo deambular de los pretendientes a la Corte en busca de un oficio más o menos cómodo. Dice abundar los mancebos y el número de hijos por familia, lo que contribuía a una sociedad abigarrada y a grandes segregaciones sociales.

En lo que llama “libro segundo” habla de la muerte de Solimán y de los grandiosos edificios que se construyeron en la ciudad durante su reinado: primero el lugar donde está enterrado, llamado “La Marata”, y los alrededores donde se construyeron una mezquita[ii] “con columnas de mármol fino de El Cairo”; una plaza cuadrada con cuatro paredes muy altas de la misma altura que la mezquita; en medio de la plaza “una balsa” cuadrada de agua “que llaman Gadiruan” con cubierta de mármol y sustentada por diez columnas. Otras plazas rodean a aquella y a la mezquita, y hay en La Marata cuatro estudios “que llaman Moderresas” (madrasas) al frente de cada cual está un “catedrático mayor”…

Como Solimán murió al sur de Hungría (1566), cuando el ejército otomano que él mandaba sitiaba la fotaleza de Szigetvár, su cuerpo embalsamado tuvo que ser trasladado a Constantinopla. Luego sigue el autor hablando de la “entrada” de Selim (el segundo de tal nombre) que reinaría solo ocho años, y de las guerras que se hicieron por mar y tierra.

Fuera de La Marata había un gran patio donde solían concentrarse los extranjeros, quizá para intentar relacionarse con los de su misma nación, y es allí mismo donde se distribuía comida para que los necesitados no pululasen peligrosamente por la ciudad al tener su necesidad básica cubierta. En otro patio grande se distribuían muchas casas y aposentos donde curaban a los enfermos pobres, “que es lo que los españoles llaman Hospital y ellos Timarhana”, habiendo médicos, enfermeros y botica. Continúa diciendo que lo que se lee en las madrasas son “leyes de justicia legal”, sabido que el Corán regula toda la vida del musulmán, tanto en lo privado como en lo público.

La “segunda fábrica” que mandó hacer Solimán fue un camino real para “encaminar las aguas de un río”, y así poder abastecer a la ciudad, “y siendo el sitio del origen del manantial muy alto no se podían hacer las acequias […] y así fue necesario hacer unos arcos muy altos en extremo por los cuales pasó el agua y llegó hasta la misma ciudad.”. No obstante un enorme caudal de agua, ocasionado por las fuertes lluvias de unos días, destruyeron la obra y volvieron a dejar a la ciudad sin abastecimiento, continúa diciendo. De nuevo se apresuró Solimán a reconstruir la obra, a pesar de que sus ministros le tuvieron ignorante de la catástrofe durante algún tiempo.

Completa su obra Rabí Moysen con alusión a las joyas que se venden en los mercados y en los comercios especializados, del trajín por las calles, de la diversidad de grupos sociales y étnicos, de las mujeres y sus virtudes, así como de los vicios de algunas, de la oración diaria y semanal, de los judíos que vivían en Constantinopla y de otros extremos que llegan a una casuística inncesaria.


[i] Había llegado a la Corte española en 1633 para servir como traductor e intérprete al rey, lo que había sido autorizado por Antonio de la Cueva, marqués de Floresdávila, a cuyo cargo estaba el gobierno de Orán.

[ii] La de Süleymaniye, que entonces era la mayor de la ciudad.

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