martes, 25 de abril de 2023

Pintar en Tahití

 

                                                               "Música bárbara", 1892

La obra de Gauguin es muy abundante y variada, por mucho que hayan quedado en la retina de los observadores los cuadros de su etapa tahitiana. Nos legó “La playa de Dieppe”[i], donde el color está atenuado con dominio de los blancos y azules. Atrás su “Bodegón con cabeza de caballo”, que si no es una obra cubista por la técnica, sí lo es por el tema, donde se mezclan elementos muy variados. La obra “Gauguin en su caballete” es uno de los muchos autorretratos del pintor, como las anteriores citadas, de 1885, cuando estaba apuntando su madurez.

De 1886 son varios dibujos, que repetirá en años posteriores, y de 1888 son su “Por encima del abismo”, donde estalla el color que le caracterizará y que tanto influirá en la pintura posterior. Del mismo año es “Árbol azul” y “Niñas bretonas danzando”, quizá esta obra una de las más entrañables de la pintura moderna.

A partir de 1891 está en Tahití huyendo de la civilización moderna, si bien en la Polinesia francesa los nativos contaban con asistencia médica, iglesia y algunos avances que no les hacían completamente apartados. De ese año es “Una calle en Tahití”, y en 1992 pinta –seguramente influido por las conversaciones con los nativos y sus bailes- “Música bárbara”.

Luego vendrían las muchas escenas de la vida en Tahití y en Atuona, en las Islas Marquesas. Jóvenes polinesias, juegos, colorido, escenas religiosas traspasadas por su mentalidad innovadora, animales, máscaras, paisajes… Lo cierto es que Gauguin pasó necesidades en la Polinesia, no pudiendo ayudar debidamente a su familia (esposa y varios hijos) que no había querido acompañarle en su aventura. Imaginamos al pintor embarcando en un puerto francés en medio de fardos y el trajín de los empleados. En el Pacífico ha de pescar y cazar si quiere alimentarse, duerme bajo los cocoteros, come la pulpa de los frutos.

Entra en contacto con una comunidad indígena y parece que es bien tratado, sintiendo que aquella vida es la buscada por él, lejos del bullicio de la civilización, en el contexto de un final de siglo que ha sido de avances y novedades con sus pros y sus contras. Los tahitianos le ofrecen limones y otros alimentos, recibe noticias de su esposa diciéndole que no ha conseguido vender ni uno solo de los cuadros que le dejó…

En el ambiente intertropical de las latitudes donde vivió paseó entre palmeras, cayó enfermo y fue atendido en un hospital; pidió pinturas para matar el tiempo y pintó en los cristales de las ventanas. Sin curarse del todo sigue con su vida natural y una anciana le advierte sobre espíritus en las montañas, en las aguas y en el aire. El paisaje es quebrado y la vegetación abundante.

Los niños colman su curiosidad ante aquel ser pálido y extranjero y los nativos ven sus pinturas. ¿Quién creó todo el cielo y toda la tierra? –es preguntado: las rocas y la arena eran del dios que se acostó con la diosa, o una mujer, y de ellos nació el primer germen. ¿Qué pensamientos serían los de Gauguin ante aquellas conversaciones, aquel paisaje, aquellas gentes?

En sus obras de tahitianas parece exagerar los rasgos étnicos. Los nativos van a la iglesia con camisas o sayones blancos. Es abundante la producción de Gauguin en las islas, envía sus obras por barco para atender a las necesidades de su familia, esculpe en madera ídolos y símbolos que expone al aire libre… Su espíritu libre rompió todos los moldes: nuevo arte, nueva vida y muerte lejos de su patria.


[i] Localidad costera en el norte de Francia.

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