sábado, 15 de abril de 2023

Contra Mahometo

 

                                                     "Levantamiento del sitio de Malta" *

Una vez que la cultura medieval dio paso a la llamada moderna, cuando las circunstancias cambiaron y el peligro turco amenazó a la Europa cristiana en varias de sus partes, se impuso el criterio de la absoluta negación del otro para hacer valer lo propio: el cristiano niega el pan y la sal al musulmán e igualmente al revés.

Es un buen ejemplo el “Tratado breve contra la secta mahometana”[i] debido al jesuita y consultor del Santo Oficio en la isla de Malta, Manuel Sanz. Muy sensible era este asunto en una isla que había sido sitiada por unas ciento cincuenta embarcaciones de los turcos en 1565[ii], enmarcándose el hecho en la lucha por el control del Mediterráneo entre cristianos y musulmanes.

Pero que Malta estuviese bajo el control cristiano no quiere decir que no hubiese musulmanes en ella, entre otros los cautivos que servían como esclavos, y es entonces cuando el jesuita dio a la luz su “Tratado” donde se expresa de la siguiente manera: A los turcos ya crecidos en edad, que son los más pertinaces y obstinados…no hay [que] sacarlos de su obstinación. Y continúa con un lenguaje que pone de manifiesto la absoluta obcecación que imperaba en aquellos siglos: Y si ellos (como los animales inmundos que se criaron en el cieno, viven contentos, y todo lo demás desprecian) se burlan de todo lo demás…

Continuando que tienen ellos aprendido de que nuestra fe no es verdadera [y] como sus oídos están hechos a cosas muy materiales y groseras, les parecen cosas imposibles, y por tanto llenas de engaños las enseñanzas de la fe cristiana. Decirles hazte cristiano […] es darles ocasión a responder, hazte tú turco. Si les dicen que nuestra ley es verdadera, responden que lo mismo dicen ellos de la suya […]. Lo que hemos de hacer es hablarles de manera que con sus mismas palabras convengamos sin que por modo alguno lo puedan negar, que la ley de Mahometo es falsa y verdadera la nuestra (y este es el asunto que se propone “en este Tratado breve”).

Continúa el jesuita diciendo que aunque parece que habla solo de los turcos, presume que su “Tratado” lo llegarán a leer (pluguiera a Dios que fueran muchos!) e instruir a quien tiene mahometanos en su casa o trata habitualmente con ellos, para que sepa de qué manera les podrá hablar de la verdad de nuestra Santa Fe, y convencerles en pocas razones de sus errores, sin que tengan cosa alguna que responder. De esta manera y a cara descubierta, de la mentira triunfará la verdad cristiana de los habitadores de Malta, con mucha gloria de Dios […]. Y si ellos después de todo esto no se quisieren convertir, no por eso perderán los amos su galardón.

Manuel Sanz dice conocer el “Alcorán” que los turcos tenían en gran veneración, disponiéndose a encontrar en el mismo las contradicciones suficientes para convencer a quien esté dispuesto a oir. Luego señala que por consejo de “persona a quien debo todo respeto”, al final de su “Tratado” hará un “Diálogo entre el cristiano y el turco”. Aquí dice que la ley del Evangelio y no la de Mahometo, la fe de la Iglesia romana y no la de Lutero y Calvino, ni de ningún otro hereje o cismático “es la que ha estado siempre aprobada de Dios con grandísimos y manifiestos milagros”.

La jerarquía eclesiástica, después del gran cisma del siglo XVI, no estaba por contemporizar con cualquier otro credo o vertiente religiosa, signo de los tiempos, y los clérigos de todas las órdenes y seculares seguían a pies juntillas –salvo raras excepciones- esa norma. Como decimos, se trataba de negar al otro sin contemplaciones, y lo mismo en el sentido contrario, y así se vivió en Europa y en el Mediterráneo varios siglos.

No podía faltar, después de la embestida luterana contra el papa, un capítulo para “probar” cómo la cabeza única de la Iglesia “es el Pontífice Romano”. Estos “tratados”, del que es ejemplo el que aquí comentamos, demostraban un desconocimiento bastante general de la espiritualidad musulmana, así como incurrían en la confusión entre Iglesia y religión, identificando a esta con aquella indefectiblemente. Por otro lado el “Tratado” de nuestro jesuita, como otros, es un conjunto de reiteraciones en un lenguaje excesivo y predispuesto a combatir todo lo que no sea considerado ortodoxo en la Iglesia, ya que dentro de esta, obviamente, existieron contestaciones y versiones mucho más matizadas.

También se incurre en tópicos como el de considerar a los judíos deicidas: Después que los Judios Crucificaron a Jesucristo nuestro Bien, permitiendo así su Majestad Divina para bien nuestro, nunca más aquel miserable Pueblo pudo levantar cabeza, en lo que el jesuíta parecía conocer bien los sufrimientos de los judíos a lo largo de los siglos. Padecen estos así cautiverio, divididos por todas las naciones del mundo, y odiados universalmente de todos, así grandes como pequeños: ninguno les quiere bien, por razón de su Secta, y aun mucho más [que] los Cristianos les tienen en horror los Turcos.

Atrás quedaban los diálogos religiosos que tuvieron lugar entre judíos y cristianos en la Edad Media, de lo que son ejemplos Pedro Alfonso[iii] en el siglo XII, Jaqob ben Reuben[iv] entre los siglos XIII y XIV, y las polémicas públicas de Barcelona en el siglo XIII, y de Tortosa en el XIV. Las primeras concitaron a cristianos viejos, judíos y conversos a partir del interés de los dominicos movidos por el afán de convertir a los judíos (1240). En 1263 el judío converso Pablo Cristiano, junto con el dominico Ramón Martí (autor de “Puñal de la fe contra los judíos”) propiciaron una disputa pública, y la de Tortosa tuvo lugar entre 1413 y 1414, organizada por el papa Benedicto XIII y el rey Fernando I de Aragón, pero el gran promotor fue el converso Jerónimo de Santa Fe[v].

El documento aquí comentado, que pasa de las trescientas páginas entre preámbulos, licencias, aprobaciones, fe de erratas, prólogo y una “Carta del Autor a un Turco en la cual le exhorta a leer el presente Tratado”, no es otra cosa que un ataque al Corán sin miramientos. Es de utilidad –como otros documentos por el estilo- para comprender la mentalidad reinante entre los eclesiásticos de los siglos XVI y XVII (por lo menos) y en buena medida también por el pueblo cristiano de la época.


[i] Su publicación lleva fecha de 1603.

[ii] La defensa de la isla corrió a cargo de la Orden de Malta, cuyo maestre era en ese momento el francés Jean Parisot de La Valette, el cual moriría tres años más tarde. El nombre de la capital, La Valeta, quizá se deba a este personaje.

[iii] Su nombre anterior fue Mosheh Sefardí, vivió en la Huesca musulmana antes de la conquista cristiana en 1096, siendo luego protegido del rey Alfonso I de Aragón. Fue bautizado a los 44 años y publicó “Dialogus contra iuadeus”, un solo ejemplo entre los muchos de conversos en la Corona de Aragón.

[iv] Quizá participó en el “Libro de los combates del Señor”. Otro ejemplo es el de Yishaq ben Mosheh, que se convirtió al cristianismo obligado por los progoms de 1391 tomando el nombre de Honoratus de Bonatide, y estuvo al servicio del rey Juan I de Aragón como astrónomo, pero luego volvió a su fe judaica y se manifestó como un importante polemista contra los cristianos.

[v] Ver el ensayo de Joaquín Lomba, “Los debates intelectuales medievales en el pensamiento judío”.

* Obra de Charles-Philippe Larivière (1798-1876). Se encuentra en la Sala de las Cruzadas, Versalles.

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