Vista de Naarden (Ruysdael, 1647) |
En el siglo XVII las Provincias Unidas eran un emporio económico por su relación con las provincias del sur (la actual Bélgica), el norte de Francia e Inglaterra, además de por la prosperidad de su comercio ultramarino. En el pequeño país que se asoma al mar del Norte, en el centro de la línea costera, está Naarden, ciudad donde nación Jacob I. Ruysdael, uno de los paisajistas más notables del siglo y de todos los tiempos. Debió conocer bien su país de turberas y arenales en el norte, bosques de árboles caducifolios como los abedules, los robles, los fresnos y los sauces; las landas con sus matorrales, las marismas y los cielos turbulentos buena parte del año. País llano y bajo, las influencias atmosféricas del Atlántico norte no encuentran obstáculo para penetrar hasta el límite este y aún seguir por la gran llanura europea.
Ruysdael, que vivió buena parte de su vida en la pobreza, pues su obra se reconoció más tarde, debió visitar las regiones de Overijssel y Brabante, llanas como la mayoría del país, la meseta de Limburgo al sureste y los terrenos aluviales del litoral, como en Zelanda y Holanda. Pudo ver ya los canales y los molinos característicos de las zonas rurales, pero también en las afueras de las ciudades. El clima lluvioso y frío, pero no en exceso, configuró ese paisaje que Ruysdael, junto con Hobbema, supo plasmar tan bien, pero el primero con el matiz poético que inspiran las soledades. No pinta figuras humanas, no pinta animales; las ciudades se intuyen en la lejanía, y lo que predomina es la vegetación y los cielos brumosos.
No vivió muchos años, apenas cincuenta y cuatro, teniendo que ser atentido al final de su vida en un hospicio para pobres por intercesión de los menonitas, grupo reformado desde la centuria anterior cuya característica principal es el pacifismo. Conoció el artista las riberas y la desembocadura del río Spaarne; aprendió el arte de la pintura de su padre y de un tío suyo; con toda seguridad conoció a Hobbema y a Rembrandt. También gustó Ruysdael de los paisajes costeros y marinos, y cuando pinta montañas -muy pocas veces- se habrá inspirado en las que pudo conocer en otros países, o bien de las obras de otros artistas más cosmopolitas que él.
Sus verdes y sus grises convienen al paisaje y la atmósfera de su país, al clima dominante, a las soledades y frialdad de los espacios. Quizá no haya ejemplo mejor donde se dé la simbiosis entre un artista y el paisaje de su tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario