Dzieduszycki pintado por Kaplanski |
Wojciech Dzieduszycki nació en Galitzia (Galicja), región autónoma dentro del imperio Austro-Húngaro, en 1848 y falleció en 1909. Su ideario político era conservador y no tuvo inconveniente en colaborar con las autoridades imperiales aunque él era polaco. Desde 1876 fue diputado del Parlamento local (Sjem). En dos períodos fue Consejero de Estado y, desde 1904, presidente del Kolo Polskie (Grupo Parlamentario Polaco). Entre los años 1906 y 1907 fue ministro para Galitzia en el gobierno austríaco y otras actividades suyas fueron la filosofía y la publicística; fue autor de trabajos sobre historia, novelista y dramaturgo, además de traducir a Sófocles y a Shakespeare. En 1896 fue nombrado profesor en la Universidad de Lwów (Lemberg, Lvov).
Los datos anteriores, así como este artículo, están basados en el de Grzegorz Bak sobre las "Impresiones de un viaje a España" publicado en Cracovia en 1899 por Dzieduszycki.
El político e intelectual polaco habla de los españoles como polarizados entre carlistas y republicanos, además de constatar la existencia de los dos partidos dinásticos, el Liberal y el Conservador, de forma que no descarta (habla en 1899) una guerra civil desatada por los carlistas:
Los españoles son conscientes de ello -por lo demás se divierten fabulosamente- y no son proclives a la revolución; se contentarán con suspirar por un hombre de Estado providencial y si este aparece, el país está preparado para meterse en un callejón sin salida. Entonces es cuando el español instruído, formado, dolido por la decadencia de su patria, pronunciará la frase: 'tan solo nos pueden salvar los extranjeros, dejemos el gobierno de la nación en manos de los ingleses'.
Dzieduszycki conocía bien la historia de Polonia, que compara con la de España, y sabe que parte de su modernización se debió a estar dividida entre otros estados, paticularmente el Imperio Austro-Húngaro y Alemania, pero obviamente no tenía sentido su observación cuando a tanta gala tenían los españoles su victoria sobre la Francia napoleónica casi un siglo antes. Al reflexionar sobre las causas de la decadencia de España, dice:
Quien afirma que la expulsión de judíos y moros llevó a España a la perdición quizás olvide que la gran hospitalidad ofrecida a los judíos en Polonia no salvó al país, sino que por el contrario dificultó el desarrollo de una burguesía nacional.
No considerar nacionales a los judíos nacidos desde generaciones en Polonia dice mucho del conservadurismo y antisemitismo de nuestro personaje, por más que están demostrados los perjuicios económicos que causó a la monarquía española la expulsión de los judíos en 1492. En cuanto a los moriscos, mano de obra barata para los señores de la tierra, el problema fue otro en relación con el avance del imperio turco por el Mediterráneo. En relación a América dice lo siguiente:
El descubrimiento y la conquista de América en los siglos XV y XVI es, indefectiblemente, uno de los motivos que ha llevado al lamentable estado en que se encuentran en estos momentos los españoles, pero no por el hecho de que la Península se quedara despoblada, sino más bien por ser el descubrimiento un eslabón de la cadena fabulosa de éxitos con los que antaño la fortuna obsequió a Castilla. El dominio de América e Italia, la herencia de los Habsburgo en Holanda, el sueño de una monarquía mundial sacó a los españoles de la rutina cotidiana y del trabajo ímprobo. Al conquistador español se le abrieron las puertas de un nuevo mundo, y las aventuras más fantásticas se tornaron factibles. Un arado en la aldea y un taller en la ciudad le parecieron cosas indignas de un hidalgo. Creció su orgullo de estupendo holgazán, desdeñando cualquier trabajo, así como a la persona trabajadora, pues le parecía un esclavo y un lacayo. No solo en los monasterios, sino también en los palacios de los grandes, en el ejército, más allá de los mares, y aún en el crial patrio, como pastor, llevaba una vida fantástica, sin ningún tipo de preocupaciones diarias, con la mente puesta en la celebridad, u ocupado en su afición poética o teatral, en los amoríos y en las bataholas.
No andaba descaminado nuestro polaco, por más que parecía ignorar que buena parte de la población, la campesina y artesana, escapó de aquel comportamiento parasitario que sí afectó a algunos grupos sociales. Refiriéndose sobre todo a Castilla, que es la que él visita, dice lo siguiente:
En la aldea viven los, literalmente, eternos arrendatarios del señor duque, marqués o conde, o bien del obispo o arzobispo, quienes desde los tiempos inmemoriales, desde los antepasados de sus antepasados trabajan las tierras adyacentes a la aldea, que constituyen una pequeña porción del desértico país y de la finca esteparia.
Hacía siglos que ya eran las mesetas, en efecto, estepas o comarcas con aspecto desértico, sobre todo para un polaco que vive rodeado de bosques en la gran llanura europea.
El señor Duque -continúa-, o el señor Marqués, se vanagloria de sus quince nombres bautismales y de otros tantos apellidos; mantiene más o menos decente el gran castillo de la aldea, vive en una ciudad provinciana, en su casa solar; no reconoce demasiado la legitimidad del rey, despilfarra su fortuna, que disminuye a menudo por obligatorios repartos, lo cual sabe y no hace mucho caso a ello; cría caballos y perros y mantiene a una servidumbre cada vez más reducida, pero aún así numerosa; caza, va a las verbenas, donde se encuentra con sus campesinos y donde todos le saludan con gran respeto, ríe, juega, come, bebe, y lentamente va consumiendo su vida...
Aguda observación parece que demostró Dzieduszycki sobre la vida ociosa de la nobleza española, a quien él hace sobre todo partidaria del carlismo cuando dice "no reconoce demasiado la legitimidad del rey", y añade:
No he visto ningún otro país monárquico donde el rey y la dinastía tengan tan poco peso como en España. En cualquier otro lugar una virtuosa reina, que ejerza el gobierno en nombre del sucesor menor de edad, gozaría de la simpatía general de la nación. Pero la gran mayoría de los españoles no piensan en la reina, ni en su hijo, y en ningún lugar se ven fotografías, el país vive como si no existieran. El periodismo, que goza de una gran libertad de prensa, habla mal de la institución monárquica, divulga en voz alta las milagrosas y curativas propiedades de la República, y exhorta directamente a la revolución.
Debía leer solo los periódicos republicanos nuestro viajero, o al menos estos se harían notar más, como es lógico si de cambiar el régimen se trataba. En cuanto a la monarquía ¿que apego podía tener a ella el español llano si nada bueno obtenía de su existencia? Pero de ahí a que las mayoría de los españoles fuesen republicanos hay un trecho, y para comrpobarlo habrá que esperar al año 1931.
Los inherentes pilares de la corona, la nobleza y el clero, no reconocen la legitimidad de Alfonso XIII y claramente anhelan el reinado de don Carlos, o su hijo Jaime. Parece como si a cada momento la monarquía fuera a derrumbarse, sin embargo continúa en pie, y aunque en España se habla continuamente de una inminente revolución, opino que esta no llegará si la corona no comete graves errores, quizás se puede llegar a ella si la proclamación de la República en Italia suscitara en todo el mundo una serie de revueltas imposibles de prever.
Pero lo cierto es que carlistas o alfonsinos, la mayor parte de la nobleza y el clero prefirieron usufructuar el poder y los privilegios que combatir a los Borbón ya a finales del XIX. Los republicanos italianos, que existían desde antes de la unificación política, tardarán en proclamar su república cuando la monarquía cometa "graves errores": la aceptación del fascismo. En el caso de España también cometerá la monarquía "graves errores": no impulsar al país hacia la democracia, cuando ya había fuerzas políticas que la demandaban, comprometerse con los fracasos militares en el norte de África y aceptar la dictadura de Primo. En cuanto a los comerciantes tiene la siguiente opinión:
Junto al campesinado atolondrado [sopongo que habrá que entender este calificado como despistado, falto de instrucción] y al irreflexivo noble, tenemos al comerciante que viene a cumplir aquellas funciones sociales que en nuestro país desempeñan los judíos. Tiene que realizar mucho trabajo que requiere poco esfuerzo y lleva una vida errabunda, comprando frutas, lana, quesos, vino y aceite de oliva y revendiendo esos dones de Dios a los extranjeros, quienes tras colocar sobre ellos etiquetas francesas, lanzan al mercado un producto excelente, pero de vergonzosa procedencia, y más de una vez en Polonia un Valdepeñas para como Burdeos y el aceite de oliva castellano se le acuña el sobrenombre.
Sobre la pérdida de las colonias dice que la mayor parte de la población no la debió sentir de manera especial; al fin y al cabo, ¿que le venía a un campesino de las Hurdes, de los Pedroches, de la Galicia interior, de las montañas vascas, a un payés, a los que intentaban cultivar en secarrales, que España perdiese Cuba, Puerto Rico y Filipinas? ¿No tendrían cosas más importantes de las que preocuparse?
A principios del siglo XIX las colonias más grandes se independizaron, y a finales de mismo la potencia americana se adueñó de las restantes, que se encontraban en un constante estado de sublevación e insurrección, y el orgullo castellano -si todavía existe- llegó a ver cómo le asestaron un severo golpe en el mismísimo corazón. Declaman sobre ello los diarios, tan solo los republicanos, porque no hay otros, pero declaman como ejercicio literario. Los españoles piensan en ello lo menos posible, pues se preocupan más de las corridas de toros, de las verbenas y de las señoras; existen, por lo demás, círculos que se ocupan de aquella literatura que nadie lee, o de la pintura, que es todavía más popular; el país vive feliz, en libertad, sumido en un contínuo sopor, y a la ligera, como en Polonia bajo el reinado de los Sajones.
Debían armar mucha bulla los periódicos republicanos para que nuestro autor diga que "no hay otros", cuando es sabido que los había, pero sí es posible que el "desastre" fuese sentido por los intelectuales, los políticos, los ilustrados, los periodistas, las clases con formación y no tanto -o nada- por el pueblo en general, "sumido en un contínuo sopor", trasunto de lo que Maura llamaría "clases neutras". "El país vive feliz", dice, y ello solo será cierto si entendemos que se conformaba con lo poco que tenía; las fiestas locales servían de válvula de escape y la religión adormecía el resto.
Los españoles son conscientes de ello -por lo demás se divierten fabulosamente- y no son proclives a la revolución; se contentarán con suspirar por un hombre de Estado providencial y si este aparece, el país está preparado para meterse en un callejón sin salida. Entonces es cuando el español instruído, formado, dolido por la decadencia de su patria, pronunciará la frase: 'tan solo nos pueden salvar los extranjeros, dejemos el gobierno de la nación en manos de los ingleses'.
Dzieduszycki conocía bien la historia de Polonia, que compara con la de España, y sabe que parte de su modernización se debió a estar dividida entre otros estados, paticularmente el Imperio Austro-Húngaro y Alemania, pero obviamente no tenía sentido su observación cuando a tanta gala tenían los españoles su victoria sobre la Francia napoleónica casi un siglo antes. Al reflexionar sobre las causas de la decadencia de España, dice:
Quien afirma que la expulsión de judíos y moros llevó a España a la perdición quizás olvide que la gran hospitalidad ofrecida a los judíos en Polonia no salvó al país, sino que por el contrario dificultó el desarrollo de una burguesía nacional.
No considerar nacionales a los judíos nacidos desde generaciones en Polonia dice mucho del conservadurismo y antisemitismo de nuestro personaje, por más que están demostrados los perjuicios económicos que causó a la monarquía española la expulsión de los judíos en 1492. En cuanto a los moriscos, mano de obra barata para los señores de la tierra, el problema fue otro en relación con el avance del imperio turco por el Mediterráneo. En relación a América dice lo siguiente:
El descubrimiento y la conquista de América en los siglos XV y XVI es, indefectiblemente, uno de los motivos que ha llevado al lamentable estado en que se encuentran en estos momentos los españoles, pero no por el hecho de que la Península se quedara despoblada, sino más bien por ser el descubrimiento un eslabón de la cadena fabulosa de éxitos con los que antaño la fortuna obsequió a Castilla. El dominio de América e Italia, la herencia de los Habsburgo en Holanda, el sueño de una monarquía mundial sacó a los españoles de la rutina cotidiana y del trabajo ímprobo. Al conquistador español se le abrieron las puertas de un nuevo mundo, y las aventuras más fantásticas se tornaron factibles. Un arado en la aldea y un taller en la ciudad le parecieron cosas indignas de un hidalgo. Creció su orgullo de estupendo holgazán, desdeñando cualquier trabajo, así como a la persona trabajadora, pues le parecía un esclavo y un lacayo. No solo en los monasterios, sino también en los palacios de los grandes, en el ejército, más allá de los mares, y aún en el crial patrio, como pastor, llevaba una vida fantástica, sin ningún tipo de preocupaciones diarias, con la mente puesta en la celebridad, u ocupado en su afición poética o teatral, en los amoríos y en las bataholas.
No andaba descaminado nuestro polaco, por más que parecía ignorar que buena parte de la población, la campesina y artesana, escapó de aquel comportamiento parasitario que sí afectó a algunos grupos sociales. Refiriéndose sobre todo a Castilla, que es la que él visita, dice lo siguiente:
En la aldea viven los, literalmente, eternos arrendatarios del señor duque, marqués o conde, o bien del obispo o arzobispo, quienes desde los tiempos inmemoriales, desde los antepasados de sus antepasados trabajan las tierras adyacentes a la aldea, que constituyen una pequeña porción del desértico país y de la finca esteparia.
Hacía siglos que ya eran las mesetas, en efecto, estepas o comarcas con aspecto desértico, sobre todo para un polaco que vive rodeado de bosques en la gran llanura europea.
El señor Duque -continúa-, o el señor Marqués, se vanagloria de sus quince nombres bautismales y de otros tantos apellidos; mantiene más o menos decente el gran castillo de la aldea, vive en una ciudad provinciana, en su casa solar; no reconoce demasiado la legitimidad del rey, despilfarra su fortuna, que disminuye a menudo por obligatorios repartos, lo cual sabe y no hace mucho caso a ello; cría caballos y perros y mantiene a una servidumbre cada vez más reducida, pero aún así numerosa; caza, va a las verbenas, donde se encuentra con sus campesinos y donde todos le saludan con gran respeto, ríe, juega, come, bebe, y lentamente va consumiendo su vida...
Aguda observación parece que demostró Dzieduszycki sobre la vida ociosa de la nobleza española, a quien él hace sobre todo partidaria del carlismo cuando dice "no reconoce demasiado la legitimidad del rey", y añade:
No he visto ningún otro país monárquico donde el rey y la dinastía tengan tan poco peso como en España. En cualquier otro lugar una virtuosa reina, que ejerza el gobierno en nombre del sucesor menor de edad, gozaría de la simpatía general de la nación. Pero la gran mayoría de los españoles no piensan en la reina, ni en su hijo, y en ningún lugar se ven fotografías, el país vive como si no existieran. El periodismo, que goza de una gran libertad de prensa, habla mal de la institución monárquica, divulga en voz alta las milagrosas y curativas propiedades de la República, y exhorta directamente a la revolución.
Debía leer solo los periódicos republicanos nuestro viajero, o al menos estos se harían notar más, como es lógico si de cambiar el régimen se trataba. En cuanto a la monarquía ¿que apego podía tener a ella el español llano si nada bueno obtenía de su existencia? Pero de ahí a que las mayoría de los españoles fuesen republicanos hay un trecho, y para comrpobarlo habrá que esperar al año 1931.
Los inherentes pilares de la corona, la nobleza y el clero, no reconocen la legitimidad de Alfonso XIII y claramente anhelan el reinado de don Carlos, o su hijo Jaime. Parece como si a cada momento la monarquía fuera a derrumbarse, sin embargo continúa en pie, y aunque en España se habla continuamente de una inminente revolución, opino que esta no llegará si la corona no comete graves errores, quizás se puede llegar a ella si la proclamación de la República en Italia suscitara en todo el mundo una serie de revueltas imposibles de prever.
Pero lo cierto es que carlistas o alfonsinos, la mayor parte de la nobleza y el clero prefirieron usufructuar el poder y los privilegios que combatir a los Borbón ya a finales del XIX. Los republicanos italianos, que existían desde antes de la unificación política, tardarán en proclamar su república cuando la monarquía cometa "graves errores": la aceptación del fascismo. En el caso de España también cometerá la monarquía "graves errores": no impulsar al país hacia la democracia, cuando ya había fuerzas políticas que la demandaban, comprometerse con los fracasos militares en el norte de África y aceptar la dictadura de Primo. En cuanto a los comerciantes tiene la siguiente opinión:
Junto al campesinado atolondrado [sopongo que habrá que entender este calificado como despistado, falto de instrucción] y al irreflexivo noble, tenemos al comerciante que viene a cumplir aquellas funciones sociales que en nuestro país desempeñan los judíos. Tiene que realizar mucho trabajo que requiere poco esfuerzo y lleva una vida errabunda, comprando frutas, lana, quesos, vino y aceite de oliva y revendiendo esos dones de Dios a los extranjeros, quienes tras colocar sobre ellos etiquetas francesas, lanzan al mercado un producto excelente, pero de vergonzosa procedencia, y más de una vez en Polonia un Valdepeñas para como Burdeos y el aceite de oliva castellano se le acuña el sobrenombre.
Sobre la pérdida de las colonias dice que la mayor parte de la población no la debió sentir de manera especial; al fin y al cabo, ¿que le venía a un campesino de las Hurdes, de los Pedroches, de la Galicia interior, de las montañas vascas, a un payés, a los que intentaban cultivar en secarrales, que España perdiese Cuba, Puerto Rico y Filipinas? ¿No tendrían cosas más importantes de las que preocuparse?
A principios del siglo XIX las colonias más grandes se independizaron, y a finales de mismo la potencia americana se adueñó de las restantes, que se encontraban en un constante estado de sublevación e insurrección, y el orgullo castellano -si todavía existe- llegó a ver cómo le asestaron un severo golpe en el mismísimo corazón. Declaman sobre ello los diarios, tan solo los republicanos, porque no hay otros, pero declaman como ejercicio literario. Los españoles piensan en ello lo menos posible, pues se preocupan más de las corridas de toros, de las verbenas y de las señoras; existen, por lo demás, círculos que se ocupan de aquella literatura que nadie lee, o de la pintura, que es todavía más popular; el país vive feliz, en libertad, sumido en un contínuo sopor, y a la ligera, como en Polonia bajo el reinado de los Sajones.
Debían armar mucha bulla los periódicos republicanos para que nuestro autor diga que "no hay otros", cuando es sabido que los había, pero sí es posible que el "desastre" fuese sentido por los intelectuales, los políticos, los ilustrados, los periodistas, las clases con formación y no tanto -o nada- por el pueblo en general, "sumido en un contínuo sopor", trasunto de lo que Maura llamaría "clases neutras". "El país vive feliz", dice, y ello solo será cierto si entendemos que se conformaba con lo poco que tenía; las fiestas locales servían de válvula de escape y la religión adormecía el resto.
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