Restos de la basílica de Majencio (s. IV) |
Les atienden oyentes parecidos a estos actores, comprados y sobornados. Se busca un jefe de claque; se ofrecen dádivas en plena sala de juicio. Por esto han sido llamados no sin gracia 'sofocleos, porque claman sofós' [¡bravo!]; a estos mismos se les aplica el nombre latino 'laudicenos' [aquellas personas que alaban a cambio de algo]; sin embargo, esta infamia, designada en las dos lenguas, se acrecienta cada día más.
Así habla Plino a su amigo Máximo, hombre de letras que puede entender perfectamente los cultismos que utiliza aquel. Y así expresa su opinión Plinio sobre el funcionamiento de la justicia ordinaria en la ciudad de Roma, por lo que cabe pensar que también en otras partes del imperio o, al menos, en Italia.
Ayer -continúa- dos esclavos míos (tienen realmente la edad de los que hace poco han tomado la toga) fueron incitados a mostrarse elogiosos por tres denarios cada uno. Tanto vale ser muy elocuente. Con esta paga se abarrotan los escaños aunque sean numerosos; con ella se concita una enorme asamblea; con ella se provocan aplausos sin cuento cuando el jefe de coro da la señal. En efecto, se necesita una señal para los no entendidos y ni siquiera oyentes, pues la mayor parte no oye ni elogia a nadie más. Si alguna vez pasas por la sala de juicios y quieres saber de que manera habla cada uno, no tienes que entrar al juicio ni que prestar atención; es sencillo adivinarlo: sabrás que quien habla peor es el más elogiado.
Un gran escritor Plinio, una gran civilización la romana, autora de una lengua de cultura, de un derecho positivo que ha atravesado los siglos, de una ingeniería y una arquitectura admirables, pero una sociedad corrompida en muchos aspectos, y el de la justicia es solo un ejemplo. Continúa Plinio:
Larcio Licinio (1) presentó el primero este tipo de audiencia, que reunía a sus oyentes solo con muchas súplicas. Recuerdo haberlo escuchado ciertamente así de Quintiliano, mi maestro [el rétor originario de Calahorra]. Contaba él: Acompañaba yo a Domicio Afer [orador de Nimes]. Al estar hablando ante los centunviros severa y lentamente (pues este era su tipo de discurso), escuchó en sus cercanías un griterío desmesurado y desacostumbrado. Calló sorprendido; cuando se hizo el silencio, prosiguió lo que había interrumpido. De nuevo el griterío; de nuevo calló, y, después que hubo silencio, comenzó a hablar. Y así una tercera vez. Finalmente preguntó que quien hablaba. Se le respondió: Licinio. Entonces, abandonando el proceso, dijo: centunviros, este arte ha muerto. Por lo demás -continúa Plinio- comenzaba a morir cuando le parecía a Afer que había muerto, pero ahora está completamente aniquilado y destruído. Me avergüenza... y sigue diciendo que esos juicios le parecen vergonzosos, proponiéndose dejar de asistir a ellos, lo cual supone el comienzo de una retirada paulatina.
Estaba Plinio en un momento en que se ocupaba de los procesos centunvirales (2) y confiesa que la mayor parte de ellos son insignificantes y mezquinos, aunque de vez en cuando se presentaba alguno más interesante tanto por la celebridad de los implicados como por la importancia del asunto. Habla de los jóvenes centunviros con desprecio, porque son desconocidos, y recuerda que antes los jóvenes, incluso los de más rango, debían ser presentados por algún excónsul para poder ejercer. Ahora -dice- todo está abierto a todos y no son presentados, sino que irrumpen por sí mismos. Clasista Plinio, tradicionalista, pagado de sí mismo, fue un buen ejemplo de gran escritor y de funcionario sin escrúpulos, y la política en Asia a favor del emperador Trajano así lo demuestra.
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(1) Abogado y legado en la Tarraconense, donde morirá. Escribió "Ciceromastix". De él dice Plinio que había querido comprar las obras de su tío (Plinio el viejo) por 40.000 sestercios.
(2) En época imperial el tribunal de los centunviros estaba compuesto por 180 jueces que celebraban sus sesiones en la basílica Julia. Entendía sobre asuntos de propiedad, tutela, parentesco y herencia.
Así habla Plino a su amigo Máximo, hombre de letras que puede entender perfectamente los cultismos que utiliza aquel. Y así expresa su opinión Plinio sobre el funcionamiento de la justicia ordinaria en la ciudad de Roma, por lo que cabe pensar que también en otras partes del imperio o, al menos, en Italia.
Ayer -continúa- dos esclavos míos (tienen realmente la edad de los que hace poco han tomado la toga) fueron incitados a mostrarse elogiosos por tres denarios cada uno. Tanto vale ser muy elocuente. Con esta paga se abarrotan los escaños aunque sean numerosos; con ella se concita una enorme asamblea; con ella se provocan aplausos sin cuento cuando el jefe de coro da la señal. En efecto, se necesita una señal para los no entendidos y ni siquiera oyentes, pues la mayor parte no oye ni elogia a nadie más. Si alguna vez pasas por la sala de juicios y quieres saber de que manera habla cada uno, no tienes que entrar al juicio ni que prestar atención; es sencillo adivinarlo: sabrás que quien habla peor es el más elogiado.
Un gran escritor Plinio, una gran civilización la romana, autora de una lengua de cultura, de un derecho positivo que ha atravesado los siglos, de una ingeniería y una arquitectura admirables, pero una sociedad corrompida en muchos aspectos, y el de la justicia es solo un ejemplo. Continúa Plinio:
Larcio Licinio (1) presentó el primero este tipo de audiencia, que reunía a sus oyentes solo con muchas súplicas. Recuerdo haberlo escuchado ciertamente así de Quintiliano, mi maestro [el rétor originario de Calahorra]. Contaba él: Acompañaba yo a Domicio Afer [orador de Nimes]. Al estar hablando ante los centunviros severa y lentamente (pues este era su tipo de discurso), escuchó en sus cercanías un griterío desmesurado y desacostumbrado. Calló sorprendido; cuando se hizo el silencio, prosiguió lo que había interrumpido. De nuevo el griterío; de nuevo calló, y, después que hubo silencio, comenzó a hablar. Y así una tercera vez. Finalmente preguntó que quien hablaba. Se le respondió: Licinio. Entonces, abandonando el proceso, dijo: centunviros, este arte ha muerto. Por lo demás -continúa Plinio- comenzaba a morir cuando le parecía a Afer que había muerto, pero ahora está completamente aniquilado y destruído. Me avergüenza... y sigue diciendo que esos juicios le parecen vergonzosos, proponiéndose dejar de asistir a ellos, lo cual supone el comienzo de una retirada paulatina.
Estaba Plinio en un momento en que se ocupaba de los procesos centunvirales (2) y confiesa que la mayor parte de ellos son insignificantes y mezquinos, aunque de vez en cuando se presentaba alguno más interesante tanto por la celebridad de los implicados como por la importancia del asunto. Habla de los jóvenes centunviros con desprecio, porque son desconocidos, y recuerda que antes los jóvenes, incluso los de más rango, debían ser presentados por algún excónsul para poder ejercer. Ahora -dice- todo está abierto a todos y no son presentados, sino que irrumpen por sí mismos. Clasista Plinio, tradicionalista, pagado de sí mismo, fue un buen ejemplo de gran escritor y de funcionario sin escrúpulos, y la política en Asia a favor del emperador Trajano así lo demuestra.
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(1) Abogado y legado en la Tarraconense, donde morirá. Escribió "Ciceromastix". De él dice Plinio que había querido comprar las obras de su tío (Plinio el viejo) por 40.000 sestercios.
(2) En época imperial el tribunal de los centunviros estaba compuesto por 180 jueces que celebraban sus sesiones en la basílica Julia. Entendía sobre asuntos de propiedad, tutela, parentesco y herencia.
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