El hombre que encarnó mejor que nadie a la II República española, pues durante sus mandatos se llevaron a cabo las reformas más audaces -y errores graves- de dicho régimen, tuvo una visión clarividente sobre las causas que llevaron a España a la guerra de 1936. Obviamente, si una importante parte del ejército y de la jerarquía eclesiástica, de la alta burguesía y de las clases medias católicas, de sectores del campesinado propietario, y sobre todo los terratenientes, no hubiesen querido, no habría habido guerra, por muchos errores que hubiese cometido la II República, que durante más de dos años estuvo gobernada por partidos conservadores. Pero tras la conspiración militar, que es continuación de las que se produjeron en el siglo XIX, en 1923 y en 1932, se sumaron gustosos todos los grupos que encarnaban el tradicionalismo, el monarquismo y el catolicismo conservador, jugando los intereses económicos también un importante papel.
Azaña empieza su pequeño ensayo constatando que las causas de la guerra de España son de política interior y de política internacional. "Ambas series se sostienen mutuamente -dice-, de suerte que faltando la una, la otra no habría sido bastante para desencadenar tanta calamidad". Desde julio de 1936, la propaganda, arma de guerra equivalente a los gases tóxicos, hizo saber al mundo que el alzamiento militar tenía por objeto reprimir la anarquía, salir al paso de una inminente revolución comunista y librar a España del dominio de Moscú, defender la civilización cristiana en el occidente de Europa, restaurar la religión y consolidar la unidad nacional (son palabras del autor). "Los complots contra la Repúbica son casi coetáneos de la instauración del régimen... Los asaltos a viva fuerza contra el nuevo régimen no empezaron antes, porque sus enemigos necesitaron algún tiempo para reponerse del estupor y organizarse".
"La clase media no había realizado a fondo -dice-, durante el siglo XIX, la revolución liberal" y el primer Parlamento y los primeros gobiernos republicanos tuvieron que contemporizar entre fuerzas heterogéneas. Las dificultades más graves -indica- provenían de la crisis mundial que también afectó a España: bastantes explotaciones mineras se cerraron, el carbón vivía en la quiebra, la industria del hierro y del acero se habían equipado bien durante la guerra europea, pero ya no tenían apenas otro cliente que el Estado. Los ferrocarriles, en déficit crónico, vinieron a peor, no solo por la competencia del transporte del automóvil, sino por la decadencia general del tráfico, la industria de la construcción, la más importante de Madrid, llegó a una paralización casi total.
"Cuantos conocen algo de economía española -señala- saben que la explotación lucrativa de las grandes propiedades rurales se basaba en los jornales mínimos y en el paro periódico durante cuatro o cinco meses del año, en los cuales el bracero campesino no trabaja ni come". Por su parte las repúblicas americanas no admitieron más inmigrantes españoles; al contrario, regresaron a España muchos que estaban en la emigración y "la República no aceptó la implantación del subsidio del paro forzoso, entre otras razones, porque el Tesoro no habría podido soportarlo. Fue combatida la fundación de millares de escuelas porque la instrucción era neutra en lo religioso. Había amenazas de un golpe de Estado, dado desde el poder por las derechas, y amenazas de insurreccción de las masas proletarias (se refiere sobre todo al año 1934). Azaña considera gravísima la insurrección obrera en Asturias y la insurrección del gobierno catalán: errores "irreparables", dice.
Una vez que estalla la guerra en 1936, al no hacerse los militares golpistas con el poder en las primeras semanas, la política de no-intervención de los países europeos que firmaron las propuestas iniciales de Francia, presionada por Gran Bretaña, contribuyeron al fracaso de la República. Máxime si tenemos en cuenta que firmantes de dicho pacto, como Alemania, Portugal, Italia y la Unión Soviética lo violaron paticipando de una forma u otra en la guerra. En el caso de Alemania e Italia incluso invadiendo España con ejércitos de las tres armas, pues invasión es al fin la intervención de una potencia contra el gobierno legítimo del país invadido. La intervención de la URSS en la guerra, por medio del Partido Comunista español, además de alimentar las posibilidades militares de la República, sirvió de propaganda en contra: al fin podían decir los enemigos, ¡veis, la España roja se vende a Moscú!. Pero es que la República española, dirigida en sus comienzos por un gobierno de coalición republicano-socialista, tardó dos años en reconocer de jure a la URSS, y cuando se produjo el reconocimiento no se nombró embajador. Pero -dice Azaña- "los dirigentes soviéticos estaban convencidos de que el comunismo en España era imposible, por motivos nacionales e internacionales".
La Sociedad de Naciones, que no tenía medios para hacer cumplir sus decisiones, no podría evitar la guerra de España, ni la II guerra mundial subisiguiente de la que la española fue un prólogo. Tampoco había conseguido evitar las agresiones de la Alemania nazi, ni la invasión de Etiopía por la Italia musoliniana. ¿Que esperar entonces de aquel organismo internacional? Se violó la legalidad internacional y la institución que tenía que ser garante de restituirla no lo hizo, cavando su propia tumba y dando un ejemplo pésimo a las nuevas generaciones. El gobierno español presentó el primer recurso ante la Sociedad de Naciones en diciembre de 1936, diciendo que la guerra de España era una grave amenaza para la paz mundial. Así sería, pero mientras tanto un comité de redacción, designado por la Comisión sexta, elaboró trabajosamente un proyecto de resolución. En el proyecto, la asamblea... lamenta que... no solamente el Comité de No-Intervención no haya conseguido la retirada de los combatientes no españoles que participan en la guerra de España..., lo que constituye una intervención extranjera en España... (el subrayado es mío). Pero la Asamblea no aprobó este texto porque no pudo lograrse la unanimidad exigida.
El ejércto de la República, una vez la traición de la mayor parte de los oficiales del arma de Tierra, se improvisó con las milicias, ineficaces por lo menos hasta que se integraron en el ejército regular. El gobierno republicano dio armas al pueblo para defender los accesos a la capital. Se repartieron algunos miles de fusiles -dice Azaña-, pero en Madrid mismo, y sobre todo en Barcelona, Valencia y otros puntos, las masas asaltaron los cuarteles y se llevaron las armas. En Barcelona ocuparon todos los establecimientos militares. El material, ya escaso, desapareció. Quemaron los registros de movilización, quemaron las monturas... Para estimular la recluta el gobierno tuvo que elevar la paga cinco veces a la habitual hasta entonces, lo que representó para el Tesoro público una carga exorbitante. Las milicias populares no tenían conexión entre unas y otras, no había fusiles para todos; la fábrica de Murcia y la de Toledo producían menos de una tonelada de pólvora y trescientos mil cartuchos de fusil cada venticuatro horas. Una brigada de la FAI abandonó, por enojos con el jefe del sector, los embalses de agua que abastecían a la capital. Por suerte -dice Azaña- el enemigo no se enteró.
El Estado republicano tuvo que hacer reformas, repartir la riqueza de que disponía la nación, atender a los servicios básicos de la población -cuando pudo- y al mismo tiempo soportar una revolución que en Cataluña, en parte de Aragón, en Andalucía, los anarquistas estaban llevando a cabo. En agosto de 1936 -sigue diciendo Azaña- los más pesimitas no creían que la guerra se prolongase hasta el año nuevo, y así mismo creían los enemigos. La facilidad relativa con que el movimiento insurgente fue sofocado en la capital hizo pensar de tal manera. Cuando en torno a septiembre de 1937 cae el norte en manos de los insurgentes, las cosas se verán de muy otra manera. Para entonces parte de la economía estaba ya en manos de los sindicatos, asumiendo la dirección administrativa de los grandes servicios públicos; creando cada sindical servicios propios; sustituyéndose a los patronos en las empresas privadas. Pero antes de perderse el norte para la República el caos ya estaba dado: además del gobierno vasco, un gobierno en Santander, que contaba incluso con un ministro de Relaciones Exteriores; y en Asturias, estando la provincia a punto de perderse, los dirigentes políticos erigieron un "gobierno soberano", nada menos, que desató una campaña terrible contra el gobierno de la República, del que se suponía amigo.
En 1935, preparando una campaña electoral, había escrito Azaña: En nuestros conflictos políticos, la República tiene que ser una solución de término medio, transaccional... Nada duradero se funda sobre la desesperación y la violencia. La República no puede fundarse sobre ningún extremismo. Por el solo hecho de ser extremismo, tendría en contra a las cuatro quintas partes del país. Estas palabras demuestran hasta que punto Azaña había aprendido de los años anteriores a 1935, pero también demuestran su personalidad. Se equivocó sin embargo porque no contó con la enorme coalición de fuerzas que se estaba fraguando contra la República, la coalición de fuerzas que gobernaría España, desde 1939, durante casi cuatro décadas.
(Incompleto)
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