Donoso Cortés |
En un ensayo de Julio Aróstegui (1) sostiene que "hay una tradición liberal española que va de los 'doceañistas' a Blasco Ibáñez, de los demócratas y republicanos como Fernando Garrido al republicanismo de los años veinte y treinta del siglo XX".
Pero esa tradición liberal, como en otros países, ha chocado con procesos de resistencia, y se queja el historiador citado de que hay una gran indigencia historiográfica en relación a dichos procesos de resistencia, como no sean los estudios que sobre el carlismo se han hecho (él uno de ellos). Lo que en Europa se ha llamado legitimismo se ha traducido en España por carlismo, de acuerdo con el profundo antiliberalismo que entraña. Donoso Cortés, Menéndez Pelayo y Maeztu se han preocupado del tradicionalismo español, pero no es suficiente, sobre todo porque se trata de estudiosos de épocas que ya resultan remotas.
Por otra parte, los agentes de la reacción a los cambios del liberalismo no han sido solamente elementos de la aristocracia, sino también del clero, del campesinado, del artesanado y de cierta burguesía conservadora que, siendo capaz de asumir algunos presupuestos del progreso, se amedrenta a la primera de cambio. Además, Aróstegui no plantea la dialéctica entre revolución liberal y reacción antiliberal como si esta última no aportase nada; muy al contrario, señala que tiene su propia lógica e hizo sus propuestas, que deben ser estudiadas y tenidas en cuenta.
Contrariamente a lo que G. Lefevbre señaló sobre la revolución francesa, que no había sido una, sino tres, en España, como en el transcurso de otras transiciones revolucionarias, no se da. En la Francia de finales del siglo XVIII, a la burguesía que quería cambios políticos (junto a cierta aristocracia culta y algunos miembros del clero) se unió un campesinado (no todo) que quiso espacar del sistema feudal, y un bajo pueblo que quiso librarse de los oprobios sufridos durante siglos. Pero mientras en el caso de Francia, Alemania o Gran Bretaña, la historiografía que se ha ocupado de la contrarrevolución es abundante o suficiente, en España no ocurre lo mismo. Cuando Talleyrand o Metternich -dice Aróstegui- pretenden la restauración legitimista, "contemplan poco una mera vuelta atrás... arcaísmo es una cosa y contrarrevolución otra". Los contrarrevolucionarios, ante la avalancha de ideas liberales, dan alternativas. Los reaccionarios "pueden objetivamente oponerse al progreso pero en modo alguno ideologizan de esa forma su actitud... Lo que debe reputarse erróneo es el pensamiento de que todos los movimientos que no representan el futuro en perspectiva histórica no tienen, a su vez, una determinada eficacia histórica, un sentido y un papel".
Hace tiempo que leí a Gil Pacharromán la idea de que el Imperio Austro-húngaro, antes de sus pretensiones sobre Bosnia en 1908, jugó un papel estabilizador en su área de influencia, por muy reaccionario que pueda haber parecido a la historiografía. Aquel imperio tenía su lógica, y permitió que se desarrollasen económicasmente muchas regiones de él dependientes, particularmente lo que hoy conocemos como Chequia. Hay que considerar que los reaccionarios cuentan como aliados de sus ideas "los profundos problemas de la destrucción del mundo campesino tradicional".
(Incompleto).
----------------------(1) "La contrarrevolución española en el contexto de la contrarrevolución en Europa".
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