Fortaleza de los Andrade en Pontedeume |
Tras la gran crisis del siglo XIV, que Galicia sufrió como otras muchas partes de Europa, muchos campos se quedaron sin cultivar porque muchos campesinos perecieron ante las embestidas de la peste negra. Los señores quisieron mantener el mismo nivel de rentas que con anterioridad y ello motivó una serie de conflictos sociales que, aunque ya se habían conocido con anterioridad, se agudizaron y reiteraron ahora si cabe con más violencia.
Aquellos cuerpos desnutridos por dietas insuficientes fueron víctimas, con facilidad, de las pandemias, y muchos concejos acudían a los señores y al propio rey para que aflojasen en sus exigencias de impuestos o prestaciones, pues las economías domésticas no lo soportaban. Un ejemplo de ello lo tenemos en Baiona: Gonçalvo Fernández, notario público, levanta acta de como dos vecinos tenían arrendado al convento del monasterio de Oia la mitad de un horno, además de una casa tras el castillo y heredades y heredamientos... (enero de 1349). En definitiva, los vecinos pedían una moratoria o disminución de la renta que debían pagar al monasterio.
Otro es el caso de Chantada, de fecha 13 de septiembre de 1350: la iglesia de San Xoán de Cabreiros, en Chantada (Lugo) había quedado vacante y no se podía cubrir con un sustituto, por lo que el abad del monasterio de San Salvador de Chantada pide al obispo de Lugo que dicha parroquia se una a la de Santa María de Camporramiro. Un cura que se ha de contentar con las rentas de una sola parroquia cuando ha de regir dos.
Los nobles de Galicia no se van a quedar quietos: si pierden por un lado han de resarcirse por el otro, de manera que se hacen abades de los monasterios (mediante el sistema de encomiendas forzosas) con el único objeto de percibir sus rentas. Un caso se pone de manifiesto en la carta real de Juan I ordenando a Vasco Gómez das Seixas para que deje la encomienda del convento de San Esteban de Chouzán (Chantada). Situaciones como esta llevaban aparejada la violencia, ejemplo de lo cual tenemos en el caballero Álvaro Sánchez desde su fortaleza de Felpós (Palas de Rei, Lugo):
En este tiempo [1320] un cierto caballero llamado Alvaro Sánchez de Ulloa, que moraba en territorio realengo, mató a algunos de los vasallos de la Iglesia [de Santiago], hirió a otros y encarceló a otros más en su fortaleza llamada de Felpós; después les extorsionó gran cantidad de dinero, no sin haberlos sometido previamente a graves tormentos y penas. Cuando el santo varón [el arzobispo Berenguel deLandoira] oyó esto, lo llevó muy mal, y juzgó como propia la ofensa inferida a aquellos. Envió al mencionado caballero sus nuncios con cartas suyas, y lo requirió más de una vez y lo amonestó para que se cuidase de reparar cuanto antes las injurias inferidas a él y a sus vasallos; en caso contrario, él mismo le exigiría una condigna reparación y corrección, a pesar de habitar fuera del dominio de la tierra de su Iglesia. El caballero, tomándolo a chacota, endurecido en su malicia, añadió palabras malas e injuriosas a sus malas obras...
Pero el arzobispo Berenguel, citado en el documento anterior, no se libró de la oposición vecinal: los de Compostela, capitaneados por el hidalgo Alonso Suárez de Deza, rechazaron el señorío arzobispal y declararon la ciudad de realengo, hartos de pagar tributos y servicios al arzobispo. En 1418 contamos con nuevos levantamientos de los vecinos de Santiago
contra el arzobispo Lope de Mendoza, acusado de no impartir justicia,
extendiéndose las revueltas a Ourense, Tui y Lugo, ciudades obispales
también.
Algunos nobles se alían con otros; en otras ocasiones guerrean entre sí por un territorio, unos vasallos o unas rentas. A veces aparecen aliados al propio rey, como en el caso de Fernando de Castro, que recibe de Pedro I los condados gallegos de Sarria, Lemos y Trastámara, que pertenecían al hermado del rey, Enrique, en lucha con aquel. Los nobles, como es sabido, sufren la crueldad de los reyes en ocasiones, pues está en juego la supremacía monárquica u oligárquica; por su parte también Enrique II recompensó a sus aliados, uno de ellos Fernán Pérez de Andrade, recibiendo el señorío sobre las villas de Ferrol y Pontedeume.
La invasión portuguesa de Galicia en 1369 es motivo para nuevas alianzas y violencias, pues la hija del rey Pedro de Castilla era la esposa del inglés duque de Lancáster (aliado de la monarquía portuguesa), prolongándose la guerra civil castellana en Galicia hasta 1370, pues el duque de Lancáster, a su vez, invadirá Galicia en dicho año.
Pero los grandes conflictos sociales del siglo XV en Galicia superarán a los anteriores: la primera guerra irmandiña da comienzo en 1429 contra Nuño Freire de Andrade, dirigiendo a los irmandiños Roi Xordo. En 1433 se ha de producir un pacto entre el concejo de Pontevedra y Suero Gomez de Sotomayor para que este defienda a la villa de su mismo padre, Pay Gómez de Sotomayor. La Xunta de Melide reunió, en 1466, a varios dirigentes de la hermandad, concejos de Galicia y miembros de la nobleza gallega (Pérez de Andrade, Gómez Pérez das Mariñas, Sancho Sánchez de Ulloa) para luchar contra otros nobles a los que se acusa de abusos sin cuento y se pacta derribar sus fortalezas, donde daban cobijo a malhechores que actuaban a su dictado.
Una nueva guerra irmandiña unirá a clérigos, concejos, artesanos y campesinos contra la más alta y ambiciosa nobleza por sus abusos contínuos, verdadero hito de la conflictividad social en Galicia. El movimiento antiseñorial se dividirá entre los moderados y los radicales: será su ruina, y un pleito posterior dejará constancia de las casas fuertes, torres y castillos que los irmandiños habían derribado. Pero mientras tanto los señores de Maceda en Ourense, los de Monterrei en la tierra de Verín, los de Lemos en Monforte (sur de Lugo), los Sotomayor en la raya galaico-portuguesa, los Sarmiento en Ribadavia y los Andrade en Pontedeume, entre otros, se habían comido Galicia.
Los campesinos y vecinos de las villas y ciudades no fueron los únicos que sufrieron aquella violencia y exacciones: también la Iglesia, hasta el punto de que los papas Calixto III (1455) y luego Paulo II, excomulgaron a varios nobles usurpadores. Poco les importó: sabían bien distinguir las penas temporales de las espirituales, y en cuanto a estas suponían había tiempo para remediar sus males. De igual manera que Sánchez de Ulloa se burló del obispo de Lugo, la más alta nobleza gallega (la que cayó más bajo) se burló de sendos papas (no ignoraban que los arzobispos de Santiago, obispos y monasterios, también tenían sus culpas).
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