Campesinos colombianos |
La Iglesia en Colombia se hizo con un gran patrimonio, entre otras cosas porque muchos "bienes eran donados testamentariamente por fieles que buscaban la salvación de su alma y generalmente los destinaban al pago de misas eternamente". El siglo XIX transcurrió en Colombia, en buena medida, de la mano de caudillos y guerras civiles, como si el ejemplo de España fuese de obligado cumplimiento, aunque en el caso del país sudamericano las pérdidas territoriales terminaron con aquella Nueva Granada y con la separación de Panamá cuando alboreaba el siglo XX.
Cuando los grupos dirigentes liberales se decidieron a desamortizar los bienes de la Iglesia, que se encontraban vinculados a ella y, por lo tanto, fuera de la actividad económica, la mayoría de dichos bienes fueron a parar a manos de terratenientes y no de la masa campesina desheredada. El liberalismo colombiano, como tantos otros, lo fue más bien para la economía, pero en lo político tuvo grandes contradicciones y carencias.
Según constata Rico Bonilla, ya en época del virrey español Antonio Manso Maldonado, presidente de la Audiencia de Santa Fe entre 1724 y 1731, decía al rey de España: Es así señor, que la piedad de los fieles en estas partes es excesiva: ha enriquecido a los monasterios y religiones con varias limosnas, obras pías que fundan en sus iglesias, capellanías que dotan para que las sirvan los religiosos... con que es rarísima la casa, fundo o heredad que no tenga sobre sí un principal equivalente a su precio; de suerte que los dueños vienen a trabajar para pagar los réditos a los conventos sin que les quede con que sustentarse y poco a poco se han hecho eclesiásticas todas las raíces de calidad...
No es necesario llegar, pues, a los liberales, para que se constate la riqueza de la Iglesia en Colombia y el poco rendimiento que ello representa para la nación. Pero llegó la época en que "los triunfos liberales de 1839 a 1876 constituyeron una época difícil para los religiosos", de forma que los gobiernos defendían los intereses de las viejas familias del interior porque estas apoyaban la estabilidad y el sistema de poder del cual formaba parte la Iglesia. Pero que la Iglesia se viese desposeída de sus bienes raíces para ser entregados estos a unos pocos terratenientes, no quiere decir que dejase de tener una gran influencia, y de ello es muestra el Concordato firmado con el Estado en 1887: En las universidades, y en los colegios, en las escuelas y en los demás centros de enseñanza, la educación e instrucción pública se organizará y dirigirá en conformidad con los dogmas y la moral de la religión católica... El gobierno impedirá que en el desempeño de asignaturas literarias, científicas, y, en general, todos los ramos de instrucción, se propaguen ideas contrarias al dogma católico y al respeto y veneración debidos a la Iglesia. Un liberalismo que, como se ve, no se aparta de la Iglesia cuando del control social se trata.
Ya en época colonial la renta de la tierra iba a parar a manos de una clase ociosa, la de los clérigos, de forma que buena parte de la riqueza nacional se concentraba en el clero. Por eso el Ministro de Hacienda, Castillo Rada, en el temprano año de 1826, señaló que la amortización eclesiástica es otro obstáculo perjudicial a la agricultura. Ya pues, que habeis dado el primer golpe a la amortización civil, completad la obra dándolo también a la eclesiástica... prohibiendo que estas comunidades [conventos, monasterios] puedan adquirirlos nuevamente [los bienes raíces] por ningún título. Y más tarde, durante el mandato del general Mosquera (1845-1849), el Secretario de Hacienda, Florentino González dice: En un país en que todas las propiedades inmuebles están vinculadas a manos muertas, son grandes los embarazos que se experimentan para todas las transacciones de intereses en que hay que tocar con ellas... Las propiedades vinculadas son una rémora para el libre comercio, son un medio de opresión política y religiosa, son una reliquia del ominoso feudalismo... Tengamos el mismo valor para librarnos de esta mengua; completemos esa revolución que empezamos en 1810.
Uno de los grandes hacedores de la desmortización eclesiástica fue Rafael Núñez, que sería excomulgado por ello junto a funcionarios y compradores de bienes desamortizados. Cuando el citado fue Presidente de la República en 1862 señaló: La desamortización es una de esas medidas que tienen su día preciso, necesario, providencial, de localizarse en la marcha laboriosa de los pueblos hacia la civilización; y así, ella ya es del dominio de la historia en casi todos los países de Europa, inclusive los más católicos, como Austria y España, porque es un absurdo monstruoso imaginar que tenga carácter religioso de ninguna especie lo que siendo rigurosamente mundano y temporal, no se roza, ni puede remotamente rozarse, con el espíritu o la conciencia... Dese hacía tiempo estaba claro que una cosa era la religión y otra la Iglesia; una las creencias y otra las propiedades eclesiásticas. El mero hecho de que la Iglesia recurriese a penas espirituales (la excomunión) como castigo por las expropiaciones de que fue objeto, dice mucho de aquella jerarquía eclesiástica en cuanto a la confusión entre religión y propiedad.
Los liberales no llevaron a cabo la desmortización eclesiástica sin oposición, y no solo de la Iglesia, sino de nobles y conservadores que la consideraron "un ataque a las nobles costumbres católicas y una persecución sanguinaria a la Iglesia y los valores que representa". Es evidente que el adjetivo "sanguinaria" no tiene aquí sino un valor retórico, aunque la intención al utilizarlo sea otro. Incluso entre la población en general la desamortización no tuvo buena acogida, ya sea por la influencia que la Iglesia ejercía sobre la sociedad colombiana, ya porque no repercutió en favor del campesinado, como en el estado de Antioquía. El clero, por su parte, cerró algunas iglesias, se negó a administrar los sacramentos a los fieles, lanzó excomuniones, anatemas y protestas "contra el sacrilegio" (Rico Bonilla citando a Borda).
La desamortización colombiana, como la española, "devino el latifundio y la pobreza campesina [y] finalmente, no significó una transformación revolucionaria o extensa del modo de producción imperante en las haciendas colombianas". La burguesía criolla liberal hizo "su" desamortización por y para sí, no para la nación ni para el cuerpo social que mejor la representaba, por su trabajo y por su número, el campesinado.
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