martes, 30 de junio de 2020

Adopcionismo: de Hispania a Europa

Catedral románica de Urgel (posterior al adopcionismo)

La situación de la Iglesia en España durante las últimas décadas del siglo VIII presenta unas características que explican la cuestión adopcionista: Jesús tenía naturaleza humana, pero fue elevado a la divina al ser “adoptado” por Dios. La estructura eclesiástica era la heredada de época visigoda, siendo los obispos elegidos canónicamente, se reunían en concilios y la sede metropolitana de Toledo, en poder de los musulmanes de al-Andalus, defendía celosamente su superioridad jerárquica. Este proceso por el que Toledo se había encumbrado fue tan notable –dice José Orlandis[i]- que, a partir del XII concilio de Toledo (681), en tiempo de Ervigio, la institución del Primado había quedado completamente configurada, con tal cúmulo de derechos y facultades que esa potestad ha sido comparada con la que tenía en el Imperio oriental el patriarca de Constantinopla. J. Mac William considera que la larga cohabitación de cristianos con judíos y musulmanes habría inducido a los primeros a intentar salvaguardar sus creencias cristianas conciliando en una doctrina sincretista de diversas creencias religiosas, buscando un acercamiento al monoteísmo coránico y a prácticas culturales mosaicas.

El obispo Julián jugó un importante papel en la promoción de la primacía toledana sobre la Iglesia española, y un siglo más tarde el obispo Elipando (783-808), al frente también de la sede toledana, sufrió que porciones territoriales importantes de la antigua Iglesia visigoda iban quedando al margen de su autoridad: la Septimania o Galia narbonense, incorporada ésta a la Iglesia franca desde los comienzos del reinado de Carlomagno. Ocurrió esto con varias diócesis de la Tarraconense, como Gerona y Urgel, también bajo hegemonía carolingia. En el noroeste de la Península, la autoridad religiosa toledana se debilitó también (Asturias y Galicia). Por otro lado, cuando surgió el problema adopcionista, la Iglesia, en la España musulmana, había sufrido la defección de una parte considerable de sus fieles. La prolongada cohabitación de los mozárabes con musulmanes y judíos, con las consiguientes disputas religiosas entre clérigos, alfaquíes y rabinos, favorecía un cierto irenismo que llevó al sincretismo doctrinal.

Hoy se admite que el preámbulo de la crisis fue un intento de la captación de la Iglesia hispana por parte de la Iglesia franca. Se había producido el envío, hacia el año 782, de un clérigo visigodo, Egila, consagrado obispo en las Galias, el cual tendría la misión de predicar el cristianismo en territorio hispanomusulmán, enmendando ciertas doctrinas, o así se creyó entre los mozárabes. La desviación más llamativa era la doctrina trinitaria profesada en la Bética por Migecio, un heresiarca influyente, pero fue la jerarquía eclesiástica mozárabe, con Elipando a la cabeza, la que salió al paso contra Migecio. En el año 784 se reunió en Sevilla un concilio presidido por Elipando que condenó a Migecio y estableció una profesión de fe en la que se declaró que Jesucristo “es a la vez hizo de Dios e hijo del hombre: hijo adoptivo por la humanidad, hijo no adoptivo por la divinidad”. Y esto fue lo que desencadenó la cuestión adopcionista.

La controversia se mantuvo dentro de ciertos límites en un primer momento, pero la primera reacción contra Elipando vino de la Asturias de Mauregato: un monje, Beato de Liébana, y Heterio, el obispo exiliado de Osma, compusieron en el año 785 un “Tratado apologético” contra Elipando, en el que se declaraba herético el adopcionismo, lo que motivó la reacción del primado: “Jamás se oyó decir que los lebaniegos adoctrinasen a los toledanos”. Las diferencias teológicas estaban entreveradas del temor a perder la primacía de Toledo: “Esta sede ha brillado desde los orígenes de la fe por la santidad de sus doctrinas…”. A partir de entonces el conflicto alcanzaría dimensiones europeas.

El obispo Félix de Urgel se encargó de que el adopcionismo se extendiese hacia el norte de los Pirineos, valiéndose del prestigio que tenía, que además había discutido con musulmanes y judíos. Muchos fieles de la Marca Hispánica y de la Septimania le siguieron. La toma por los francos de Gerona en 785 y de la propia Urgel las integraron en el Imperio carolingio, llegando el adopcionismo a ser un problema para la ortodoxia oficial en el Occidente europeo.

Elipando se dirigió a Félix solicitando su ayuda contra el de Liébana y Heterio, lo que se supo en la corte carolingia y en 789, el principal consejero de Carlomagno, Alcuino de York, escribió a Félix tratando de atraérselo y que no hiciese caso a las demandas de Elipando, lo que no resultó, pues el de Urgel escribió varios libros mostrándose adopcionista. Las consecuencias serán muchas.

Félix hizo valer la autoridad del primado toledano, en lo que demostraba su vínculo con la tradición visigoda y no la franca, convirtiéndose en el principal referente del adopcionismo en Europa occidental. Entonces Carlomagno, en el concilio de Ratisbona (792), se erigió en defensor de la ortodoxia católica, coantando con la colaboración del papa Adriano, mientras que Elipando estaba al margen de la autoridad franca. Félix fue llevado a Ratisbona para asistir al concilio, donde abjuró de su doctrina; luego fue enviado a Roma para presentarse ante el papa Adriano, donde confirmó su arrepentimiento, lo que le valió la libertad, pero parece ser que no volvió a Urgel, sino a tierras bajo dominio musulmán, bajo Elipando, con el que volvió a reafirmarse en el adopcionismo.

El obispo de Toledo, por su parte, respondió a las resoluciones del concilio de Ratisbona, aunque no todos los clérigos cristianos de al-Andalus compartieron las ideas del primado. Por otro lado, desde 791 ocupaba el trono de Asturias Alfonso II, cuya aproximación a Carlomagno –dice Orlandis- está bien documentada. Pero hay más que poco tiene que ver con la religión y la teología: el concilio de Nicea (787), que condenó la iconoclastia, abrió las puertas a un posible acercamiento entre Roma y Bizancio, lo que no sería bien visto por Carlomagno: su imperio era el que él consideraba interlocutor con Roma.

En 798 se intentó el último e infructuoso intento de lograr un arreglo pacífico con los adopcionistas. Alcuino de York, de nuevo, escribió a Félix en términos amistosos y conciliadores, pero el de Urgel no aceptó, moviendo esto a Alcuino a dirigirse a Elipando, que respondió de forma agresiva y no podemos saber si el de Toledo vería con muy malos ojos la interferencia de los francos en los asuntos de la Iglesia hispana (de ser así, otro factor que no tiene que ver ni con la religión ni con la teología).

Tal fue la importancia de esta discordia entre adopcionistas y ortodoxos, que a largo plazo la consecuencia más negativa –según Abadal[ii]- fue la difusión por el Occidente cristiano de un sentimiento de desconfianza hacia la religiosidad hispánica, y de un modo particular ante su liturgia visigótico-mozárabe. “Toda España está infectada por el error adopcionista”, escribió Alcuino de York… y no fue el único caso.



[i] “La circunstancia histórica del adopcionismo español”.
[ii] “La batalla del Adopcionismo”.

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