domingo, 21 de junio de 2020

Autotitularse sabio


Los historiadores españoles del siglo XIX pusieron calificativos a los reyes según alguna característica que creían destacaba en ellos: craso, cruel o justiciero, santo, impotente, ceremonioso, conquistador, etc. Pero en el caso de Alfonso X de Castilla y León fue él mismo, en su obra Setenario, el que se autotituló sabio. Su inteligencia –dice Carlos de Ayala Martínez- la había recibido del mismo Dios, así como otros dones del Espíritu Santo; la autoridad de éste rey era vicaria de la de Dios, aunque otros también lo considerasen así aún no habiéndolo puesto por escrito en una obra como la citada. Esta inteligencia superior a la del resto aparece también en la General Estoria, según F. Rico[i].

Fue en 1247 cuando el papa Inocencio IV por primera vez autorizó la entrega de una porción de las tercias diezmales a favor de la monarquía, justificándolo por la disposición del rey a conquistar Sevilla y otras ciudades ocupadas por los sarracenos, en éste caso Fernando III. Con anterioridad había sido la disposición al intervencionismo de los reyes la que había provocado la incautación de estas rentas, inmediatamente contestada por la Iglesia.

Dice el autor al que sigo que el rey Alfonso X sometió forzosamente a la Iglesia a la autoridad real, lo que en principio fue aceptado por los obispos. Las vicisitudes del reinado, en dificultades crecientes, dio paso a la oposición episcopal.

El rey Alfonso X tuvo un programa de actuación completo y coherente al menos durante la primera parte de su reinado: el vicariato general estaba representado directamente en el rey, de forma que los clérigos debian al mismo la obediencia que el resto de sus súbditos, hasta el punto de que tal política –dice Ayala Martínez- podría ser envidiada por los futuros regalistas del siglo XVIII.

Antes del reinado de Alfonso X la Iglesia castellano-leonesa tenía una autonomía que perdió con el rey citado, pero la política de éste tenía sus precedentes en el reinado de Alfonso VIII de Castilla y luego con Fernando III de Castilla y León. Con Alfonso X la praxis sustentada en la idea legitimadora de la “reconquista” se convirtió en doctrina. Ya José Antonio Maravall señaló que “el origen y carácter divino del poder real se afirma en Castilla en la segunda mitad del siglo XIII, antes de que la idea aparezca en los publicistas franceses en torno a Felipe el Bello” (finales del s. XIII-principios del XIV). Adeline Rucquoi, por su parte, ha señalado la superioridad de Alfonso X si lo comparamos con el poder de otros reyes europeos de su tiempo (*).

Frente a esto la Iglesia castellano-leonesa guardó un respetuoso silencio en líneas generales. La mayoría de los obispos aceptaron la autoridad del rey, y esto forma parte de la política eclesiástica de Alfonso X, la cual tuvo sus costes no obstante. Las decisiones respecto a la Iglesia se adoptaron en Valladolid en 1255 (algunos dudan de la existencia de esta reunión): sería un foro de reclamaciones episcopales dirigidas al rey orquestadas por su hermano Sancho[ii]. En Valladolid el rey adoptó varias decisiones relativas a las iglesias episcopales, una de ellas la aplicación de una normativa sobre cumplimiento del pago de diezmos, estableciendo la relación entre la monarquía y la Iglesia y el derecho de aquella a participar en los beneficios provenientes de las rentas diezmales de ésta. En justa compensación el rey garantizaba los derechos de la Iglesia, y de modo especial el cobro de diezmos, considerándolos instituidos por Cristo.

Ayala Martínez hace alusión a los documentos que se conservan de la reunión del rey con los obispos en Valladolid, dirigidos a los concejos de los obispados de Santiago, León, Astorga, Zamora, Salamanca y Badajoz, entre los del reino de León, y a los de Sevilla, Burgos, Cuenca, Calahorra y Córdoba, entre los castellanos. Todos, cristianos o gentiles, debían pagar el diezmo destinado a la provisión de ornamentos y objetos litúrgicos para los templos, sostenimiento de obispos y clérigos, ayuda a los pobres en tiempo de hambre y servicio a la monarquía en caso de necesidad. La recolección del diezmo, de manera particular sobre pan, vino y ganados, debía realizarse en condiciones de máxima seguridad por parte de los recaudadores.

Otra de las decisiones tomada por el rey el Valladolid (1255) es la relativa al ius spolii, consistente en que cuando se produjese el fallecimiento de un obispo, todos sus bienes pasasen a la custodia del cabildo y de un funcionario real sin que nadie pudiese tomar posesión de ellos hasta su traspaso al nuevo obispo. Era una interesante forma de control sobre bienes y obispos.



[i] Citado por Carlos Ayala Martínez en “La política eclesiástica de Alfonso X. El rey y sus obispos”. En este trabajo está basado el presente resumen.
(*) "El Rey Sabio: cultura y poder en la monarquía medieval castellana".
[ii] Aún no era arzobispo de Toledo en 1255.

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