sábado, 20 de junio de 2020

Dinero para el papa y para el rey

Florín aragonés
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Un estudio de Mercedes Vázquez Bertomeu pone de manifiesto que el conocimiento que tenemos sobre las sedes eclesiásticas de Galicia durante la Edad Media sigue siendo bastante impreciso[i]. Así –dice la autora citada- se suele tomar como referencia la geografía administrativa reciente, a la que hay que aplicar criterios correctores como las parroquias de nueva creación y otros. Una lectura sobre las visitas diocesanas procedentes del siglo XVI y de textos como las memorias del arzobispado de Santiago, de Jerónimo del Hoyo, ayudan algo porque aportan datos sobre advocaciones, circunscripciones parroquiales y oratorios hoy desaparecidos.

Vázquez Bertomeu ha estudiado la documentación relacionada con el cobro de la décima o subsidio del clero, que afectó a la casi totalidad de las personas e instituciones eclesiásticas. Las rentas procedentes de los bienes y derechos propiedad de distintas instituciones eclesiásticas –dice- estuvieron sujetas, sobre todo a partir del siglo XIV, a tributación fiscal en beneficio de la Cámara Apostólica (inicialmente) y más tarde de manera casi general y obligatoria también del tesoro real. En un proceso lento pero de creciente alcance se van ampliando el número de contribuyentes, las razones de la tributación y la complejidad de los procesos y personas implicadas.

Para la décima, el canon con más contribuyentes, los papas Gregorio VII y Bonifacio VIII establecieron de modo preciso el cauce de la tributación a la que estaban sujetos todos los que disfrutaban de algún patrimonio eclesiástico, aunque existían excepciones: los hospitales y casas para pobres y enfermos (incluyendo la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén), religiosos que vivían de la limosna y la predicación (órdenes mendicantes) y los clérigos seculares cuyos ingresos fueran inferiores a 7 florines anuales. En 1301 el papa Bonifacio otorgó un edicto sobre el tema en el que con precisión y detalle se desglosó el modo en que se realizaría el cálculo y el tipo de ingresos que se computaban (por ejemplo, cómo debían valorarse los procedentes de las pesquerías o los prados) y cuáles no habían de ser tenidos en cuenta (como lo gastado en el sustento de la comunidad monástica o en la reparación de las iglesias y otras edificaciones). Dispuso también que el pago debía realizarse en dinero de la moneda común de la tierra, las penas en las que incurrirían quienes se resistiesen o cometiesen fraude y cómo debía conducirse el colector.

Se establecieron, así mismo, dos vías para reducir la cantidad a pagar en cada beneficio: a priori sobre una estimación de los ingresos anuales; a posteriori sobre el valor real de lo percibido. La actividad de los colectores apostólicos en el reino castellano es conocida, sobre todo, a partir del período de Aviñón, cuando todo éste engranaje administrativo comenzó a tomar cuerpo y a ganar en eficacia, aunque según todos los indicios, su experiencia distó mucho de ser satisfactoria. Las diócesis gallegas quedaron incluidas en la colectoría del norte del reino, situada en Burgos.

En el caso castellano –dice Vázquez Bertomeu- los ingresos del clero aparecen desde muy pronto como objeto de apetencia de los oficiales de la Corona. Si bien existen datos anteriores, este proceso de fiscalización de los ingresos eclesiásticos por la Corona tuvo lugar entre 1252 y 1369, momento en el cual el modelo impositivo está plenamente configurado. Los impuestos más importantes son las tercias reales, las décimas y subsidios y, sobre todo a partir del siglo XV, la Cruzada. El primer precedente claro de esta desviación en beneficio de las arcas regias es la concesión por parte de Inocencio IV a Fernando III de la sexta parte de las rentas decimales percibidas en el reino, es decir, las tercias reales que acabarán siendo renovadas anualmente según un ingreso estable de la hacienda real.

La décima, tasa esporádica equivalente a la décima parte de los ingresos eclesiásticos destinada a sufragar los gastos pontificios generados por la guerra en Tierra Santa, acabará siendo un ingreso corriente y estable del tesoro real castellano (se justifica por la lucha contra el infiel).

Las expansivas necesidades financieras de la Hacienda real hacen inevitable el recurso a los ingresos beneficiales por la vía de los préstamos y pedidos especiales, pero esta creciente presión acabó generando malestar entre los eclesiásticos del reino que, como respuesta, se juntaron cada vez con mayor frecuencia en reuniones y asambleas donde la tributación es el punto importante. Estas asambleas en las que encontramos obispos y representantes de los cabildos castellanos, se erigirán como interlocutores y mediadores para la colecta de esta tasa. Son ellas las encargadas de negociar el monto final que debe aportar el clero a las arcas papales y reales.

Volviendo atrás, las primeras noticias sobre esto apuntan a que la décima es exigida de modo puntual a algunas diócesis a través de sus prelados, aunque puede ser también –dice nuestra autora- que el papado encomendase a uno o varios obispos de Castilla la recaudación de esta tasa en un distrito o en todo el reino. Y, aunque la parte que se llevaba el rey de lo recaudado es cada vez mayor, los agentes pontificios siguen ejerciendo, lo que india que la recaudación local permanece en manos de obispos y cabildos que pagan a los representantes reales y papales la parte que les corresponde. Los colectores designados suelen ser canónigos de los respectivos lugares, que abonan la cantidad correspondiente al colector general o a sus agentes a través de representantes.

Aunque son muy escasas las noticias sobre décimas y subsidios en Galicia, el arzobispo de Santiago, Berenguel de Landoira, aparece como ejecutor del cobro de la parte pontificia del espolio de los bienes de Simón[ii], obispo de Tui; la fiscalización de éste por parte del arzobispo bracarense o la intervención conjunta del compostelano y el orensano –en 1354 por orden de Inocencio IV- sobre los bienes de Don Álvaro de Biedma[iii], fallecido en 1351.

La primera noticia clara sobre el cobro de la décima es de 1278, cuando Nicolás III en carta dirigida al obispo de Oviedo y recaudador de la décima –concedida al rey- en el reino de Castilla, le conmina a no exigirla a los clérigos de los arciprestazgos de Xanrozo y Abegondo, de la archidiócesis de Santiago, pues no alcanzaban ese año sus ingresos las 7 libras mínimas requeridas. Consta la resistencia compostelana –dice la autora- a entregar las décimas promulgadas en las primeras décadas del siglo XIV y en 1312 Ramón Montrés, recaudador pontificio, hubo de personarse en Santiago para obligar al pago. En 1318 el sucesor de Montrés, Raimundo de Siena, se vio impelido a aceptar una recaudación sobre la base de documentos que se le presentan, y cuya veracidad puso en duda. La permanente dificultad de la recaudación se ve confirmada en 1336, cuando Benedicto XII manda al arzobispo que devuelva las cantidades tomadas a ciertos eclesiásticos en beneficio de Tierra Santa.

Son mejor conocidas las actuaciones de los colectores para el siglo XV, sobre todo en el caso de Leonoro de Leonori (a partir de 1465), nuncio y colector que acudió al reino castellano provisto de escritos que acreditan su condición, recibiendo también instrucciones sobre un tema espinoso: conseguir la liberación de los prelados de Santiago, Cuenca y Osma[iv].

Para el siglo XV la autora aporta datos entre los años 1415 y 1494 (“décima y subsidio del clero”[v]): en florines aragoneses aportados por las diócesis gallegas, la mayor parte corresponde a la de Santiago, seguida de Ourense, Mondoñedo, Lugo y Tui.



[i] “Una fuente para el estudio de la geografía eclesiástica de Galicia en la Baja Edad Media”. En este trabajo se basa el presente resumen.
[ii] Fue obispo de Tui entre 1324 y 1326. Antes lo había sido de Badajoz y, según Ávila y la Cueva parece de origen portugués. Fue capellán del rey don Dionís, predicador y confesor de la reina Isabel. Franciscano, nombró como obispo desde Aviñón a los vicarios generales del obispado: sus familiares Celestino de Verona  y Menendo García. Su genealogía en http://www.xenealoxiasdoortegal.net/ortegal/biedma.htm
[iii] Ver “Don Álvaro Pérez de Biedma, un obispo guerrero en tiempos de Alfonso XI de Castilla”, Ana Arranz Guzmán.
[iv] Alonso de Fonseca y Acevedo, arzobispo de Santiago, se vio complicado en disputas apoyando a su pariente Rodrigo Maldonado de Talavera, por lo que fue encarcelado en el castillo de Vimianzo. Lope de Barrientos fue obispo de Cuenca y colaborador de Juan II, pero se enemistó con Enrique IV. Pedro García de Montoya, obispo de Osma, se vio complicado en el partido nobiliario contra Enrique IV.
[v] Gravaba alquileres y tierras propiedad de la Iglesia.

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