domingo, 7 de junio de 2020

La corta vida de un periódico


Un trabajo de Claude Morange[i] trata de explicar en qué medida “El Espectador sevillano”, periódico que nació en octubre de 1809 y se cerró en enero de 1810, representó un discurso revolucionario pretendido por su redactor, Alberto Lista.

Sevilla era, en aquellos momentos, la capital de la España no ocupada por los ejércitos de Bonaparte, y allí se dio un importante debate sobre la doctrina liberal y la futura Constitución de Cádiz. En total el período comprende, en su corta vida, 476 páginas, donde se expusieron las ideas de los que querían aprovechar la lucha por la independencia para establecer unas instituciones distintas que las de la monarquía absoluta.

Para Antonio Elorza las ideas de Lista, expuestas en éste periódico, representan el origen del moderantismo español, iniciándose el debate a partir de una propuesta de Lorenzo Calvo, miembro de la Junta Central en Sevilla, sobre la convocatoria de Cortes. De él partió la “Consulta al país” sobre las futuras Cortes. Esto desató una controversia muy viva a la que se refiere Argüelles años más tarde: “… se reunió en Sevilla un número increíble de escritores… cuerpos científicos y literarios, sabios, eruditos, hombres públicos, personas notables en todas profesiones y categorías…”.

El periódico constaba de cuatro páginas que se publicaban diariamente, dándose cuenta de los debates que se producían en la Junta Central, donde no todos sus miembros eran partidarios de la convocatoria de Cortes, pero los que sí eran partidarios se valieron de Alberto Lista para que, en su periódico, se publicasen las ideas liberales, convirtiéndose aquel en un órgano encubierto del Gobierno, según algunos.

El periódico de Lista sería continuación del “Semanario Patriótico”, en el que nuestro autor había publicado muy poco, siendo el portavoz de las ideas moderadas de la Junta, sabiéndose muy poco de las relaciones de Lista con la “Junta chica” que se reunía en torno a Quintana (“de las doce a la una de la mañana, en la pieza del piscolabis de jamón, bizcochos, y xerezano”).

Antillón[ii] y Blanco White restablecieron el “Semanario”, pero cuando aquel fue nombrado redactor de la “Gazeta”, se ofreció a Lista sustituirle, “conocido en Sevilla por su gran saber en las ciencias matemáticas y por su vasta educación en todo género de lectura”. Luego fue requerido Quintana para que prohibiera la parte política del “Semanario”, pues había sido nombrado primer oficial de la Secretaría. Entonces es cuando Blanco publicó un “Aviso” en el que anunciaba a los lectores el final de la publicación. “El Espectador sevillano” fue “por grados tomando atrevimiento”.

Jovellanos, por su parte, publicó una “Memoria en defensa de la Junta central”, pues lo que se discutía es si ésta podría o no ser atacada con plena libertad por periódico alguno, o la libertad de prensa estaba garantizada si no legalmente, al menos de hecho, como también explicó Jovellanos. Pronto la Junta anunció su salida de Sevilla por la proximidad de los ejércitos franceses, mientras que “El Espectador” continuó hasta la entrada de aquellos en la ciudad.

Y otro motivo de debate fue si debían convocarse Cortes en plena guerra o habría que esperar al final de esta para hacerlo: “arrojemos, dicen, a los franceses; como si solo fueran los franceses los que nos abruman…”, sostenía un partidario de las reformas urgentemente. Jovellanos era, por el contrario, uno de los que quería posponer la convocatoria. En “El Espectador” se encuentra el eco de estas polémicas: “está claro que afianzar la libertad… es la mejor arma de que puede dotarse al pueblo para vencer al enemigo”.

Lista y sus amigos veían en la Junta el principal escollo para establecer la libertad de prensa, y Blanco, por ejemplo, veía un peligro en que para preparar las Cortes estuviesen “los máximos enemigos de nuestros derechos”, como el arzobispo de Laodicea, Rodrigo Riquelme, y Francisco Javier Caro. Lista, por su parte, explica que “existe una relación directa entre el espíritu público de una nación y su constitución…y se establece el gran principio del honor”, recordando a Montesquieu, para quien el honor era el gran principio de la monarquía.

Jovellanos recordó en estos momentos que la mayoría de la Junta de Instrucción Pública había aprobado una memoria de José Isidoro Morales[iii], gran amigo de Lista, favorable a la libertad de imprenta, pero que no se había elevado a la Junta Central por falta de tiempo. Lista comprendió muy pronto que “en España, las tremendas consecuencias de 20 años de tiranía, precedidos de dos siglos de opresión van a hacer difícil el establecimiento de un gobierno liberal, por la falta de instrucción de los españoles en las materias políticas”. En el mismo artículo donde constan estas palabras señala que, “por un lado, los que ensalzan la antigua legislación española como un modelo intangible; por otro, aquéllos que pretenden que primero hay que vencer al enemigo, y reformar las costumbres viciadas de los españoles”.

Bien se sabía, como se sabe hoy, que la mayoría de la población española, campesina y sometida al clero, ignoraba todo sobre lo que representaba el liberalismo, aunque hubiesen llegado ecos de la Revolución Francesa. La consecución de una Constitución para España fue obra de minorías cultas, de una minoría del clero y de una minoría de la aristocracia y del ejército, pero de una mayoría de las clases comerciantes ligadas a la necesidad de que la libertad económica fuese plena, y con ella las demás libertades en diverso grado según los casos.

(Ver aquí mismo "Palos a la mula negra y palos a la mula blanca").



[i] “El Espectador sevillano” de Alberto Lista (1809).
[ii] Isidro de Antillón y Marzo nació en Santa Eulalia del Campo, Teruel, en 1778, muriendo en 1813. Fue experto en leyes, geógrafo e historiador.
[iii] Nacido en Huelva en 1758, murió en París en 1818. Ilustrado, patriota y luego afrancesado, decidió permanecer en Sevilla en vez de marchar a Cádiz. Fue también matemático y partidario de una reforma de la educación nacional.

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