miércoles, 1 de agosto de 2012

Los que la guerra venía a ellos


El hecho de que España no participase en la primera guerra mundial y de que la aviación como arma de guerra no se hubiese utilizado nunca, por lo tanto, sobre suelo español, debió causar un horror especial en la población, que había mandado a sus hijos a luchar en África, en Cuba, pero que nunca había conocido lo que va a ser una seña de identidad de la guerra moderna: el poder mortífero de la aviación. 

Los abuelos y los padres contarían a sus nietos e hijos las experiencias de batallas vividas; todas las generaciones han tenido noción de la guerra, del sufrimiento de la población, de los soldados heridos o muertos en el campo de batalla, de las penalidades, del sufrimiento, del hambre, de la destrucción, del dolor, traiciones, delaciones, deserciones, sabotajes, actos de heroísmo... Pero nunca se habían visto caer bombas sobre las calles y plazas, sobre las casas, sobre los hospitales y las fábricas, sobre la población civil. ¿Que experimentaron aquellos que no estuvieron en el frente? ¿Los ancianos y la mayor parte de las mujeres, los niños, los impedidos, los que día a día veían amenazada su vida sin participar activamente en la guerra? ¿Los que no iban a la guerra pero la guerra venía a ellos?

Los primeros bombardeos fueron sobre Tetuán, a cargo de la aviación republicana, pues en el norte de África se había iniciado el levantamiento militar. También sufrió bombardeos Ceuta y las ciudades andaluzas de Cádiz, Sevilla y Córdoba, aunque la aviación republicana, antes de la llegada de la ayuda soviética, era débil. En noviembre de 1938 será bombardeada Cabra, en la provincia de Córdoba, muriendo quizá más de cien civiles y siendo heridos el doble de ellos. La responsabilidad corresponde a las autoridades republicanas, ya sean civiles o militares.

Cáceres, Oviedo, Valladolid, Zaragoza y Palma de Mallorca también fueron bombardeadas por la aviación republicana, pero la primera ciudad que sufrió bombardeos masivos desde finales de agosto de 1936, y así hasta el final de la guerra, fue Madrid, a cargo de la aviación rebelde, que se valió de la ayuda italiana y alemana como es sabido. La población de Madrid sufrió lo indecible, hasta el punto de que hay interpretaciones según las cuales los presos en manos de republicanos eran sacados para fisilarlos en represalia por los bombardeos. Fuere como fuere, los hechos están ahí y el sufrimiento ha de dictar la lección de la que habó el presidente Azaña.

También sufrieron bombardeos las ciudades y pueblos vascos de Vizcaya y Guipúzcoa, muy tempranamente Otxandio (el 22 de julio de 1936) muriendo unas decenas de civiles a manos de la aviación franquista. Más tarde Elorrio y Durango, por parte de la aviación italiana y alemana, destruyendo la iglesia y matando a los fieles que estaban dentro. Es conocido el caso de Guernica, sobre el que hubo una propaganda franquista que trató de desviar la responsabilidad hacia los republicanos, cuando la población civil fue masacrada por las bombas alemanas. Barcelona y Alicante fueron bombardeadas también por la aviación rebelde.

Otra acción irresponsable de las autoridades rebeldes fue el bombardeo de la población civil que huía de Málaga tras la ocupación de esta ciudad por las tropas de "voluntarios" italianos en febrero de 1937. La población civil de Granollers, Alcañiz y Gandía también fue bombardeada por la aviación franquista. Y especial crueldad revistió el bombardeo, por parte de la aviación alemana, de la ciudad de Almería, en represalia por el hundimiento de un buque germano en el Mediterráneo.

Brihuega, en fin, fue bombardeada por la aviación republicana cuando la villa cayó en manos de los italianos durante la batalla de Guadalajara en marzo de 1937. Aquellas poblaciones civiles del norte de África, de Extremadura, de Andalucía y de Aragón, de Cataluña, de las provincias vascas, de la cornisa mediterránea, de la meseta y, sobre todo, la población madrileña, debieron sentir el horror de la guerra con un pánico especial, quizá mayor que el de los que estaban en el campo de batalla, expuestos y preparados psicológicamente para una muerte probable y cercana. Dejar las labores cotidianas, coger en brazos a los niños pequeños, ayudar a los ancianos, correr a los refugios, oir las sirenas y el zumbido de los aviones, ver caer incluso las bombas, salir de nuevo y contemplar más edificios destruídos, más calles cortadas, más incendios y muertos.

Así como la llegada de las tropas napoleónicas, las primeras bien disciplinadas del mundo moderno, debieron causar el espanto en las poblaciones invadidas, así como las poblaciones de Sedán o de París debieron sentir la fuerza incontenible del ejército prusiano, así como los pueblos de Europa sintieron de cerca -demasiado cerca en ocasiones- las primeras amatralladoras, los primeros carros de combate, las primeras bombas caídas del cielo, así los españoles que vivieron la guerra civil de 1936 debieron comprender que un mundo nuevo, incierto y terrible se abría ante ellos.

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