lunes, 20 de agosto de 2012

José I y el clero español


Tiene mucho interés el artículo de Maximiliano Barrio Gozalo, "Actutudes del clero secular ante el gobierno de José I durante la guerra de la independencia", en el que rebate la idea generalizada de que "fueron pocos los clérigos afrancesados", anañadiendo que "un buen número de obispos, muchos canónigos y no pocos curas" se avinieron con el gobierno de José I. Sea por conveniencia o por convicción (eso ya es otra cosa) el autor citado habla de no pocos clérigos seculares que se acomodaron, de acuerdo con la doctrina accidentalista sobre los gobiernos que muchas veces ha aplicado la Iglesia, a la nueva situación. 

En primer lugar el término "patriótico" no significaba lo mismo en la Francia de la época que en España: allí era el que apoyaba la revolución liberal, mientras que en España era el que se oponía al invasor francés, fuese liberal o absolutista. Tras la guerra fueron cientos los procesos criminales -señala el autor citado- que se entablaron a clérigos acusados de afrancesados; también son muchos los memoriales que estos clérigos dirigen el rey José pidiendo un beneficio o una prebenda por los servicios prestados. 

La idea de que José Bonaparte era un rey extrajero añade poco a su legitimidad, pues extranjeros eran los Borbón en su origen, aunque luego se "nacionalizaron", por lo que así podría haberlo hecho una supuesta dinastía bonapartista. Un ejemplo lo tenemos en el mariscal francés que, en época napoleónica, se hizo rey de Suecia, continuando su dinastía hasta ahora. Las monarquías no tienen patria -cabría decir- porque se deben a la familia de la que forman parte; el concepto de nación es ilustrado y romántico, al menos tal y como hoy lo entendemos. 

Casa natal de El Empecinado, en Castrillo de Duero (Valladolid)
Volviendo a España no fueron pocos los obispos los que animaron con sus predicaciones la insurreccion popular, aunque algunos de ellos se pusiesen luego a buen recaudo. En resumen, la postura de los obispos "no fue uniforme ni constante", pues fluctuó a lo largo de la guerra. Influyeron las circunstancias políticas de cada diócesis, pues no es lo mismo el caso de Galicia, donde la ocupación francesa duró tan solo seis meses, que otras partes del territorio nacional, donde el gobierno josefino se hizo efectivo. Otros obispos llamaron a la calma, a no enfrentase a un enemigo que se veía superior, viéndose esto sobre todo en los de la cuenca del Duero, algunos de Andalucía, los de Girona, Jaca y otros. "El más madrugador de todos fue el obispo de Guadix, el agustino fray Marcos Caballero", que a mediados de mayo de 1808 se dirige a la población "condenando los sucesos del dos de mayo", cuyo ejemplo no debe repetirse en España y debe sepultarse en el olvido. Lo que éste obispo quería evitar era el desorden, pues en él es donde tenía más que perder la Iglesia... y los que tenían algo que perder. 

Éste obispo llegó a justificar el castigo de los desobedientes, señalando que obedecer a Dios equivale a tratar bien a los franceses, "nuestros aliados". El obispo de Palmira, Félix Amat, escribió el 3 de junio una pastoral "exhortando a sus feligreses a la tranquilidad, alborotados después de conocerse las renuncias de Bayona. Pide además a la población que acepte y obedezca a la nueva dinastía, porque Dios es quien da y quita los reinos y los imperios, y quien los transfiere de una persona a otra persona, de una familia a otra familia, y de una nación a otra nación o pueblo. De esta manera se curaba en salud, pues si era Dios quien disponía, bien estaba el rey José como luego el rey Fernando, aunque sus objetivos fuesen distintos. 

En éste caso también es el temor al desorden público, pues señala Amat que "no se puede utilizar el falso celo por la religión" para trastronar el orden público, conmover a la gente sencilla y por el turbulento medio de conmociones populares imponer la ley a los que mandan. Sin embargo no otra cosa había practicado la humanidad y la propia Iglesia: provocar enfrentamientos por causas religiosas. Los obispos de Salamanca, Palencia y Valladolid interceden ante las autoridades francesas para que los soldados invasores no saqueen las ciudades. En cambio, donde triunfan los levantamientos pupulares y se forman Juntas provinciales, los obispos apoyan la rebelión y la lucha contra los franceses. No se trata, pues, de una doctrina centralizada y adoptada por todos, sino de una acomodación a cada circunstancia, aunque pueda haber casos de sincero y coherente posicionamiento.
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La fotografía está tomada de jesusangelgles.bolgspot.com

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