Los que pudieron huir |
A finales de marzo de 1939 se produjo una huída hacia los puertos del Mediterráneo que todavía podían quedar en manos de la II República española, particularmente Valencia y Alicante. Cientos de personas esperaban en los muelles que algún buque viniese en su ayuda para huir del país. Algunos consiguieron escapar pero cuando los buques Vulcano y Marta cerraron el puerto de Alicante todo estuvo perdido para aquellas mujeres, hombres y niños, también algunos ancianos.
Ante el destino cierto de la suerte que cada uno de ellos iba a correr comenzaron los suicidios, pues debe tenerse en cuenta que muchos habían sido significados diirigentes políticos republicanos en sus diversas corrientes: comunistas, socialistas, anticlericales... y otros se habían distinguido en el campo del periodismo, de la represión a los fascistas como policías o autoridades; allí había alcaldes y otros cargos políticos al lado de personas que simplemente eran familiares de los primeros, o de campesinos que habían luchado en el bando republicano, o simplemente personas que no se habían aliado con los sublevados en 1936. Reinaba la desolación, la tristeza, la angustia, la resignación en algunos casos. España estaba destruída y en el puerto de Alicante el espectáculo era dramático.
Algunos decidieron quemar sus papeles y documentación por ver si de esta manera podían pasar desapercibidos, no reconocidos, pero hubo algunas delaciones para salvar el propio pellejo. Los miles de detenidos fueron concentrados en la plaza de toros y allí se les vio tanto en el coso como en las gradas, sentados o de pie, dando pequeños paseos, hablando entre ellos pero también silenciosos. La guerra había acabado, ahora llegaba una persecución feroz contra el antiguo enemigo. No importaría que los presos fuesen delincuentes comunes (que los hubo), anarquistas violentos, comunistas, socialistas o republicanos con responsabilidades políticas o sin ellas.
El 15 de junio de 1939 se hizo una selección de aquellos miles entre los que estaban los que, para los vencedores, eran los más peligrosos. Se les subió a camiones y emprendieron el viaje a Madrid: era la expedición de los 101. Hubo varias paradas en el camino, entre ellas en Quintanar de la Orden, al este de la provincia de Toledo, población que entonces debía contar con algo más de nueve mil habitantes. Allí fueron exhibidos los presos, mientras los vecinos, entre cuyas familias sería raro que no hubiese algún muerto por la guerra, les miraban compasivamente, algunos quizá con ánimo de venganza.
El 16 de junio ya estaban en Madrid, en la calle Almagro número 36, dependencia de la policía franquista, donde serían interrogados. No existen pruebas del trato que recibieron los presos, pues muchos intentarían dar identificaciones falsas ante la falta de documentos; pero eran demasiado pocos, demasiado seleccionados, muy signifiados y conocidos en un lugar u otro de España. Para la policía fue fácil saber si uno había participado en éste o aquel hecho, había sido alcalade republicano o no, si había dirigido milicianos en defensa de la República, si sus manos estaban manchadas de sangre... Luego vinieron las condenas a muerte -sin miramientos, sin garantías- y las ejecuciones.
Otros muchos huyeron por los Pirineos al sur de Francia, de tierra firme a tierra firme, donde una amplia Europa podía ser recorrida huyendo. Pronto comenzaría la segunda guerra mundial, por lo que muchos de los que se encontraban en Francia, después de pasar por campos de internamiento, engrosaron las filas de la resistencia contra el ocupante nazi.
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