martes, 21 de agosto de 2012

Los monstruos del románico

Un monstruo devora a dos pecadores
La aparente ingenuidad del románico es solo técnica: cuando observamos una pintura al fresco vemos que no hay volumen, que los colores no se utilizan con el mismo fin que en épocas posteriores; las esculturas son hieráticas y frontales, las partes están desproporcionadas entre sí. Pero el arte románico es muy ingenioso, tiene mucho que ver con lo esotérico, con el mundo de la imaginación y el simbolismo. 

Francisco Javier Ocaña Eiroa lo ha explicado de forma muy acertada: la "hermosura" de los monstruos y animales del románico no es la misma que la convencional de otros tiempos. Hay que ver dicha hermosura en el significado, en el logro de los efectos requeridos: demonios, monstruos, animales deformes, fauces y garras, escenas fantásticas y atroces.

Un monstruo arranca la lengua al blasfemo
Falo en una iglesita de la montaña leonesa
Los monstruos son figuras fabulosas donde somos capaces de ver ciertos elementos animales que ya venían de la antigüedad con la esfinges. La representación de monstruos implica un grado no menor de abstracción, es una "actividad intelectual" que permitía al espectador internarse en un mundo de símbolos y solo en parte parecido a la realidad. Ver monstruos esculpidos o pintados invita a la reflexión, a pensar en el pecado, con el que los monstruos estaban asociados, en la maldad, en el temor y en la incertidumbre. Como la sociedad medieval "aceptaba lo prodigioso" (en realidad todas las épocas, aún en nuestro mundo racionalista) al ser humano le venía muy bien recordar de vez en cuando aquello que había imaginado, que habría creído ver o aquello con lo que había soñado en una pesadilla nocturna. Deben tenerse en cuenta las condiciones que vivió la humanidad en la edad media (en realidad en otras muchas etapas de la historia): la oscuridad, la inseguridad, los temores, las fantasías que llenaban de miedos a unos y a otros, las mismas concepciones religiosas, llenas de visiones apocalípticas.

Ya Agustín de Hipona había escrito que las imágenes debían servir para hacer cambiar a los seres humanos sus vidas pecaminosas por la virtud, la obediencia y la santificación. Sin embargo Bernardo de Claraval, mucho después, vino a criticar la aundancia de relieves fantásticos en los claustros románicos, considerando que apartaban de lo que realmente interesaba: la oración.

Capiteles y tímpanos son los lugares elegidos para los monstruos, así como los canecillos y las bases de las estructuras arrquitectónicas. Al fin y al cabo -salvo en el caso de los tímpanos- los demás lugares elegidos eran soportes del peso que caía sobre ellos: los canecillos bajo los aleros de los tejados, los capiteles bajo las arcadas; en el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago grandes monstruos sostienen, aplastados y feroces, los pilares de la composición.

Monstruos (símbolos del pecado) soportan el peso del alero










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