Convento de las Descalzas Reales |
La regente de la monarquía española, Juana de Austria, lo fue entre los años 1554 y 1559, pues tanto el emperador Carlos como su hijo Felipe estaban fuera de España. Cuando asumió la regencia tenía solo 19 años, por lo que no debió estar muy avisada del gran berenjenal en el que se metía, pero lo cierto es que una serie de cortesanos estuvieron a su lado, que fueron quienes realmente dirigieron la política interior de la monarquía en esos años. Quizá el más importante fue el portugués Gómez da Silva, que había nacido en el centro del pais, Chamusca, y cuya política en España se caracterizó por el pactismo entre los diversos territorios de la monarquía, particularmente con Flandes; todo lo contrario de lo que defendían el duque de Alba y sus partidarios. Por lo demás intervino en muchas intrigas, que era una afición muy propia de la época en la Corte española (y en otras) pues se trataba ya de una monarquía autoritaria donde los reyes tenían un verdadero poder.
Otros colaboradores de la regente fueron Francisco de Borja, que influiría en ella para que fundase el convento de las clarisas descalzas en Madrid (el que se conoce como de las Descalzas Reales) una verdadera joya del patrimonio nacional hoy. También tuvo relación con Ignacio de Loyola, a quien ayudó en la extensión de la compañía de Jesús, sobre todo en Flandes (Lovaina en particular). La piedad de la regente era claramente contrarreformista, a pesar de que su formación era esmerada, conociendo el latín y por lo tanto a varios clásicos de primera mano. Pero la situación que ocupó en la Corte española y en la Europa de su tiempo no le invitaron nunca a plantearse otra cosa que el catolicismo rancio anterior a Trento.
Tal fue su devoción por la compañía de Jesús que quiso ingresar en ella, y así se hizo, al parecer, después de vencer los escrúpulos del fundador de la orden, pues no podían militar mujeres en la misma. Por ello adoptó el hombre de Mateo Sánchez (o Montoya más tarde) y así practicó una curiosa forma su jesuitismo.
Coro del convento con los sepulcros al fondo |
Aquella monarquía española salía del medievo en algunas cosas: por ejemplo, el oro y la plata de Indias venían abundantemente y más tarde aún más, por lo que algunos se enriquecieron para despilfarrar el dinero o hacerse con extraordinarias obras de arte de Italia o de Flandes. La monarquía había dejado de ser débil, como las medievales, y los problemas religiosos afectaron tanto a grandes como a medianos y pequeños, pero más a las dos primeras categorías. Erasmistas, críticos del papado, imbuidos del espíritu italianizante y humanista, algunas elites españolas serían partidarias de conducir al país por derroteros distintos a los que eligió el rey Felipe II.
Pero en otras cosas la monarquía española tenía mucho de medieval: los señoríos, que se agrandaban y endeudaban sus titulares, continuaron hasta -como se sabe- el siglo XIX; el genio de Cervantes nos ha dejado una muestra de que a principios del siglo XVII seguía habiendo una mentaliad caballeresca y feudal, poco moderna y nada evolucionada, mientras que en ciudades europeas como Florencia, Brujas, Barcelona, París, Nápoles, Milán, Londres o Hamburgo los mercaderes se enriquecían, industrializaban sus regiones y minaban el poder marítimo de los monarcas españoles. La idea imperial defendida por éstos hasta bien entrado el siglo XVII también es una prueba de medievalidad.
Retrato de Juana de Austria |
Un convento innecesario si no es para demostrar la piedad de una regente; un patrimonio irrenunciable hoy; un mausoleo para tres mujeres de la realeza Habsbúrgica. Todo ello nos ayuda hoy a comprender las mentalidades y algo mejor la naturaleza humana, pero nada más (que no es poco).
No hay comentarios:
Publicar un comentario