Dominios romanos en el último siglo de la República |
La tercera guerra civil romana (si es que se acepta que es la tercera) entre los años 44 y 42 a. de C. enfrentó a los ejércitos de Octavio (luego conocido como Augusto) y Marco Antonio contra los de Bruto y Casio, que en teoría representaban la tradición republicana y la lucha contra el poder personal que habían visto en la dictadura de César. La batalla de Filipos, como es sabido, decidió las cosas en favor de Octavio y Marco Antonio, siendo recorrida la costa de Macedonia y de Tracia por unos y otros ejércitos durante más de dos años: desde Anfípolis, al oeste, hasta Abidos, en Anatolia, pasando por Neapolis, Asontisma, Abdera, Maronea, Alejandrópolis, Dorisco, Cardia, Lisimachia y Sestos (ésta frente a Abidos y con el estrecho de Dardanelos de por medio). Esta batalla decidió que Marco Antonio gobernaría Grecia, Macedonia, Tracia, la parte occidental de Anatolia (la que estaba en poder de Roma) y la región cuya ciudad más importante era Antioquía. Filipos se encuentra al norte de Neapolis, cerca de la costa, donde murieron Bruto y Casio.
El triunvirato gobernante entre 42 y 35 a. de C. formado por Marco Antonio, Lépido y Octavio no calmó las cosas, pues en éste tiempo Marco Antonio se haría con la región de Cirene, en el norte de África, sabido que Lépido jugó un papel secundario en dicho triunvirato. Además, la cuarta guerra civil romana entre 35 y 30 a. de C. pondría a Egipto (con su reina Cleopatra) en manos de Marco Antonio, por lo que el poder de éste no hacía sino crecer y acentuar el diferente gobierno en oriente respecto a occidente.
La batalla de Actium, en 31 a. de C., que enfrentó a Augusto y al tandem Marco Antonio-Cleopatra, en el golfo de Ambracia (al oeste de Grecia) daría pie al poder absoluto de Augusto, que poco después se impondría claramente al Senado y tendría ocasión de "pacificar" Hispania, pero con el imperio ya unido en su autoridad. En realidad se había establecido un precedente que estará siempre presente en la gobernación del imperio, pues existió conciencia de la diversidad cultural y civilizadora entre oriente y occidente: las tradiciones griegas no puedieron ser borradas, y menos la lengua, así como el oriente asiático también mantuvo su personalidad (las guerras contra los judíos no son más que una muestra).
Los quince años que se han esbozado aquí son de una frenética actividad militar: a salvo la ciudad de Roma de las contiendas, los escenarios de las batallas estuvieron lejos (sobre todo en oriente). Aquí se pusieron de manifiesto las ambiciones de unos y otros, las traiciones, la falta de convicción de quienes alumbraron los regímenes de triunviros; la lucha entre república y monarquía; pero sobre todo el deseo de riqueza de una clase minoritaria apoyada por una casta militar sin miramientos.
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