Durante el renacimiento se siguió con un tema que arranca de muy antiguo: los sepulcros. La idea de la muerte, sobre todo entre las clases dirigentes de la sociedad, ha estando siempre presente para intentar inmortalizar (al menos mediante una obra de arte) al personaje. Vasco de la Zarza, quizá portugués pero que otros dicen nació en Toledo, realizó lo más importante de su obra en Ávila, entre los siglos XV y XVI una importante ciudad castellana.
El primer sepulcro al que nos referimos es el de Gutierre de la Cueva, obispo de Palencia (donde también trabajó de la Zarza). Su estilo está en el camino del gótico al renacimiento, algo que también vemos en la arquitectura española del siglo XVI. De hecho el sepulcro, que en un principio estuvo en el monasterio de San Francisco de Cuéllar (Segovia) está concebido como una arquitectura gótica en cuyo segundo cuerpo se sitúa yacente la imagen del sepultado. Es una obra en alabastro, material preferido por Vasco de la Zarza, que también utilizará en otras obras suyas. Esto contrasta con la importancia que tuvo -en la escultura renacentista española- la talla en madera policromada, así como el mármol y el bronce en el renacimiento italiano. La obra está datada entre los años 1508 y 1510 y algunos discuten la autoría de Vasco de la Zarza.
Hoy éste sepulcro se encuentra despiezado, de manera que sus diversas partes se encuentran expuestas en museos distintos (Ingalterra, Valladolid...). Su tamaño es de una monumentalidad que habla de la importancia del personaje, entroncado con uno de los principales colaboradores del rey Enrique IV: 3,87 por 1,12 metros.
Como en la baja edad media -lo que muestra la dificultad en abandonar ciertos gustos ya en época renacentista- el sepulcro propiamente dicho se encuentra bajo un arco carpanel, y todo el conjunto está rematado por pináculos góticos.
Está documentado que Vasco de la Zarza murió en Ávila en 1524, siendo una buena muestra de la transición del gótico al renacimiento. La imagen del yacente presenta una composición muy cerrada, demasiado hierática, lo que contrasta con el sepulcro del "Tostado" que comentamos a continuación.
Tras el altar mayor de la catedral de Ávila se encuentra el conjunto escultórico del sepulcro del obispo Alonso Fernández de Madrigal, obra de 1518. El contraste con la obra anterior es evidente. También en alabastro, el obispo se representa sentado y escribiendo (como corresponde a un humanista) de tres cuartos: ni de perfil ni de frente (compárese éste sepulcro con los de Sansovino, donde el modelado y la textura de rostro y ropajes son muy parecidos).
En la base del sepulco del "Tostado" se representan alegorías de las virtudes; en el círculo sobre la figura del obispo un relieve de la adoración de los reyes, que vuelven a estar representados en el friso del monumento, y más arriba la natividad de Jesús, iconografía que está, como es obvio, relacionada. En los laterales están representados los evangelistas escribiendo los evangelios canónicos. Completan la obra unos tondos (de influencia quizá italiana) con santos en su interior y más arriba escenas de la vida de Cristo.
Todo el conjunto es de una calidad indudable, no solo por el modelado sino por la diversidad de las técnicas empleadas: bajorrelieve, medio relieve y bulto redondo; con escalas diferentes y ensambladas todas las partes para reconocer el honor al personaje.
La estructura general del monumento es clasicista, pero sin renunciar al plateresco español (véase la decoración de los fustes). Dos columnas sostienen un entablamento bajo el cual un arco de medio punto que a su vez enmarca el tondo principal donde está representada la adoración de los reyes. La riqueza de la decoración mitral, así como los bajorrelieves de la capa del obispo, su rostro ensimismado en la escritura, todo invita a pensar en una obra muy madura de un autor plenamente enmarcable en el renacimiento español, aún teniendo en cuenta lo dicho sobre los detalles platerescos y la estructura gótica del primer sepulcro comentado.
Ver Zarza (Vasco de la) en
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Detalle de la obra anterior |
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