sábado, 5 de mayo de 2012

El manierismo de Berruguete

Si un escultor español del renacimiento se distingue claramente de los demás -con la excepción de Juan de Juni- y expresa lo más castizo de la escuela castellana de escultura, ese es Alonso Berruguete, también pintor y desde siempre ambientado en el arte porque su padre, Pedro Berruguete, fue un importante pintor de la época. 

Nació Alonso en 1490 y falleció en 1561, por lo que se adentró lo suficiente en el siglo XVI para tener la preparación y los conocimientos necesarios. Estuvo en Florencia (quizá en 1512) conociendo la obra de varios grandes maestros, pero sobre todo admiró a Miguel Ángel, de quien toma no los volúmenes (Berruguete esculpe más descanardamente) sino el patetismo, la terribilitá del italiano. Su obra es una buena muestra de la asuteridad castellana en el arte, que también se convirtió en un tópico entre determinados grupos sociales, sobre todo la hidalguía. 

Adoración de los magos (formó parte del retablo del monasterio de San Benito de Valladolid)
Imaginero antes que nada, el material que casi en exclusividad utiliza es la madera, que luego policroma, con lo que se consagra toda una tradición imaginera que se va a adentrar en el barroco hasta Francisco Salzillo (ya en el siglo XVIII). La obra de Berruguete es tan característica que -excepto en el caso de Juan de Juni- no suele confundirse: huye del hieratismo, pero el movimiento es a veces nervioso, las formas son angulosas, rompiendo con los cánones clásicos (aunque los conociera en Italia) y da a sus obras un acabado personalísimo. De entre los grandes centros del arte castellano del siglo XVI él trabajó, sobre todo, en Valladolid (donde estableció un taller desde 1523) y Toledo. Como los retablos estaban divididos en calles y cuerpos, la imagen de la adoración de los reyes (arriba) representa una de las escenas, que hoy se conserva en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Bajo una concha ornamental (que vemos en otros escultores de la época, por ejemplo Diego de Siloé) representa la escena muy movida, en la que los personajes se amontonan en diversos planos y posturas. Madre e hijo atienden a los regalos de los reyes, mientras que José parece mirar al espectador, consiguiendo con ello un realismo que no logra, sin embargo, en el estudio de la perspectiva, pues los reyes no guardan proporción con las demás figuras. Sí en cambio son muy clasicistas los ropajes. 


En "el sacrificio de Isaac" (Museo Nacional de Escultura de Valladolid) parece demostrar sus conocimientos anatómicos, pero no para dotarles de la rotundidad miguelangelesca, sino para descarnarlos, estilizarlos y retorcerlos con un patetismo singularísimo. No es aquí armonía lo que persigue el autor, sino mostrar el tormento que acentúa el dramatismo de la escena (el padre va a da muerte a su hijo para obedecer un mandato divino). Isaac atado de manos, arrodillado, cogido violentamente por los cabellos; Abraham en tensión, suplicando quizá no tener que cumplir la orden, y los ropajes muy movidos y escuálidos, acordes con las anatomías. El gesto exagerado es muy propio de éste autor, por lo que no se atiene a la serenidad del quattrocento italiano, sino más bien nos anuncia el barroco que luego veremos en -por ejemplo- Gregorio Fernández. Esta exageración hace muy expresivas sus esculturas, espectaculares incluso, aunque no sea tanto la teatralidad la que persigue sino un crudo realismo. 

Detalle da obra anterior
El retorcimiento es otra característica suya, por eso podemos decir que es manierista, pues no guarda ya el orden de las proporciones y el suave movimiento del siglo XV italiano o de otros escultores que trabajan en España. No persigue la belleza, pues desfigura con frecuencia los rostos, que alcanzan una mayor expresividad con la policromía. 

En su "San Sebastián" -obra de las más conocidas- también en madera policromada, ese retorcimiento del que hablamos se pone de manifiesto hasta el punto de que el cuerpo del santo describe una S mientras apoya uno de sus pies en el tronco y el otro casi pende en el vacío. El rostro dolorido, la anatomía cuidada pero no voluminosa ni rotunda, el mismo tronco curvilíneo y realista.

Hay una pasión que no se aprecia en otros escultores, por lo que podemos decir -con los especialistas- que Berruguete se aparta de casi todos, su obra es personalísima y representa mejor que ninguna otra la religiosidad castellana de la época. Escultores andaluces posteriores, como Martínez Montañés, no llegarán a tanta austeridad, sino que sus obras serán más contenidas. 

Decoró la sillería del coro de la catedral de Toledo e hizo retablos para la capilla real de Granada. Una muestra de las tallas que hizo en la primera es el Job sometido a la prueba de la paciencia, en un relieve delicadísimo y donde los detalles no escapan a su observación. Describiendo un movimiento en S, tensados sus músculos, descanarda su anatomía, avejentado el cuerpo, con unos ropajes agitados y que recuerdan a la tecnica de los "paños mojados" de la antigüedad griega, es una muestra de la colección de relieves (en el citado coro de la catedral de Toledo) que describen escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Esta obra la realizó entre 1539 y 1543, por lo tanto en su etapa de madurez.

La temática es religiosa: ¿podría ser de otra manera en el siglo XVI español, azuzado por los conflictos religiosos de Europa, por la influencia de la Iglesia y el papel jugado por sus reyes?


(Compárese el "Sacrificio de Isaac" de Donatello con el de Berruguete):

"Sacrificio de Isaac" de Donatello

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