Cuanto
más se empeña la derecha en querer tapar los crímenes que se cometieron
durante la guerra civil española de 1936, más interés tengo yo en
recordarlos. No por un afán morboso o justiciero (a buenas horas mangas
verdes), sino por la solidaridad que creo debemos a las familias de
aquellas víctimas y a ellas mismas, aunque ya no estén con nosotros.
Hace
76 años, en el mes de agosto, había empezado una guerra entre españoles
(en realidad entre una España democrática y otra que no lo era) y en el
lugar de Anguieiro, en el monte Magdalena, límite entre los municipios
de Bueu y Cangas (Pontevedra) eran tiroteados once hombres (algunos aún
adolescentes) víctimas del odio y la barbarie. Secundino Ruibal, Antonio
Ferreiro, Eugenio Bastos, Antonio Blanco, Guillermo Fernández,
Estanislao Ferreiro, Daniel Gonález, Alejandro Martínez, José Nores,
Normandino Núñez y José Martínez fueron tiroteados en la madrudaga del
28 de agosto de 1936. Unos eran canteros, otros mecánicos, uno de ellos
albañil y todos ellos obreros que vivían gracias a vender su fuerza de
trabajo a cambio de un salario.
Algunos
de los cuerpos que yacieron durante semanas fueron encontrados en el
mes de octubre próximo, pero otros son buscados todavía por sus
familiares y muchas personas de bien en Cangas y en Bueu. Algunas de las
víctimas fueron arrancadas de las casas de sus padres, que vieron cómo
se los llevaban, seguramente adivinando el trágico destino. No fueron
acusados de nada; no fueron juzgados; solo fueron asesinados vilmente
por quienes no querían ver a socialistas y anarquistas viviendo
libremente en su pueblo.
Quiero
honrar aquí, modestamente, a las víctimas inocentes de la barbarie, de
la injusticia, de los militares y guardias, miserables que se alzaron
contra la democracia de los españoles. Quiero contribuir, humildemente, a
que no se pierda la memoria de personas como las que aquí he citado,
que no son las únicas, pero que son un símbolo del horror que nuestro
país padeció. Quiero contribuir a poner en la categoría moral que les
corresponde a aquellos jóvenes hombres, llenos de vida, a los que se les
segó la misma por el deseo inmisericorde de hacer de España un país
tiránico.
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