Catón el viejo, a quien Séneca cita en su obra |
Mediado ya el siglo I de nuestra era Séneca escribió o publicó su obra "De constantia sapientis", es decir, ya maduro (iba a cumplir sesenta años) y cuando estaba en el declive de su vida. Había tenido su carrera política, un exilio en Córcega y otras muchas vicisitudes.
En la obra que aquí comento escribe a Sereno diciendo: no sin razón me atreveré a decir... que entre los filósofos estoicos y los demás profesores de la sabiduría hay la diferencia que entre los hombres y las mujeres; porque aunque los unos y los otros tratan de lo concerniente a la comunicación y compañía de la vida, los unos nacieron para imperar, y los otros para obedecer. Los demás sabios son como los médicos domésticos y caseros, que aplican a los cuerpos medicamentos suaves y blandos, no curando como conviene, sino como les es permitido. Los estoicos, habiendo entrado en varonil camino, no cuidan de que parezca ameno a los que han de caminar por él, tratan solo de librarlos con toda presteza de los vicios, colocándolos en aquel alto monte que de tal manera está encumbrado y seguro, que no solo no alcanzan a él las flechas de la fortuna, sino que aún les está superior. Los caminos a que somos llamados son arduos y fragosos, que en los llanos no hay cosa eminente; pero tras todo esto, no son tan despeñaderos como muchos piensan. Solas las entradas son pedregosas y ásperas, y que parece están sin senda, al modo que sucede a los que de lejos miran las montañas, que se les representan ya quebradas y ya unidas, porque la distancia larga engaña facilmente la vista...
Séneca trata de poner de manifiesto que al sabio, es decir, el que está entretenido en cuestiones superiores, en cuestiones que verdaderamente hacen avanzar al mundo, mejorar a la sociedad y al Estado, no le molestan las injurias de quienes no están en su mismo plano. La distancia entre el sabio, el que piensa y reflexiona, el que usa la razón, y el que no, hace que, al estar el primero apartado del contacto de las cosas inferiores... ninguna fuerza dañosa podrá alcanzar hasta donde él está. Incluso los poderosos quedarán sin fuerza, como aquellas cosas que con arco o ballesta se tiran en alto, que aunque tal vez se pierden de vista, vuelven abajo sin tocar en el cielo. De la misma manera -dice- que las cosas divinas están al margen de las cosas de los hombres, sin que los dioses se molesten lo más mínimo, así todo lo que se intenta contra el sabio proterva [maliciosamente] se intenta vano. El sabio al que se refiere Séneca es el abstracto, no los sabios que unos y otros conocen; Séneca se está refiriendo a la propia sabiduría encarnada, de forma que si alguien la poseyese en tal grado, sería inmune a las injurias y las ofensas.
No dudes -le dice a su amigo Sereno- de que haya hombre que pueda levantarse sobre las cosas humanas, mirando con tranquilidad los dolores, las pérdidas, las llagas, las heridas y, finalmente, los grandes movimientos que cercándole braman, mientras él plácidamente sufre las cosas adversas y con moderación las prósperas, y sin juzgar que hay algo que sea suyo, si no es a sí mismo... Yo, solo y viejo, viéndome cercado de enemigos, digo que toda mi hacienda está en salvo, porque tengo y poseo todo lo que de mí tuve; no tienes por qué juzgarme vencido, ni estimarte por vencedor; tu fortuna fue la que venció a la mía. Yo ignoro dónde están aquellas cosas caducas que mudaron dueño; pero lo que a mí me toca, conmigo está y estará siempre.
Añade luego que los ricos perdieron sus riquezas, los lascivos sus amores y las amigas amadas con mucha costa la vergüenza. Los ambiciosos perdieron los tribunales y lonjas y los demás lugares destinados para ejercer en público sus vicios. Los logreros perdieron las escrituras en que la avaricia, fingidamente alegre, tenía puesto el pensamiento, pero yo todo lo tengo libre y sin lesión. Una ética lejana a todos los tiempos.
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