miércoles, 28 de noviembre de 2012

Preparativos para el golpe en Galicia

La Puerta del Sol en Vigo

Un artículo de Julio Prada Rodríguez demuestra hasta que punto han avanzado las monografías regionales sobre las condiciones previas, el fallido golpe militar de 1936 en España y la represión subsiguiente. El autor habla de que Galicia, durante la II República española, no fue una excepción a la hora de contar con una población movilizada en busca de mejoras sociales. Tambien apunta que hubo diferentes modalidades de represión física y que Galicia constituyó una gigantesca movilización de recursos en favor de los militares sublevados al caer pronto bajo su autoridad.

El triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 (ya se sabe que hubo irregularidades en estas elecciones, pero a favor y en contra de todos) hizo que el "ruido de sables" empezase (no debe olvidarse el intento de golpe de estado de Sanjurjo en agosto de 1932 y el clima creado por la revolución de octubre de 1934). En los primeros meses de 1936 se movilizaron los falangistas gallegos y los miembros de la Comunión Tradicionalista; se repartieron armas entre ellos. Ya el 7 de febrero, por lo tanto antes del 16, día de las elecciones, el vicealmirante Calvar, jefe de la base naval de Ferrol, promulgaba una orden de operaciones para "mantener el orden" en la ciudad. También en A Coruña se estableció un "Plan de Defensa de la Plaza" desde meses antes (sigo al autor citado). Parece evidente que hubo un núcleo conspirativo en la ciudad herculina. 

A principios de mayo ya llegan noticias a Coruña de que es el general Mola el director de todas las operaciones, pero en Galicia el general Enrique Salcedo Molinuevo y el comandante militar Rogelio Caridad Pita, no se comprometieron con el golpe. Serán los oficiales de inferior rango los que tomen la iniciativa, entre ellos el teniente coronel Luis Tovar Figueras, delegado regional de la Uninón Militar Española. 

Desde principios de julio se intensifican los contactos, van y vienen panfletos y circulares y se organiza el apoyo de los elementos civiles. Poco antes de ser detenido el 13 de julio, Fernando Primo de Rivera encargó a Hedilla que se trasladase a Galicia para colaborar en la preparación del golpe. Los calvosotelistas y los de la CEDA estaban ocupados en proporcionar medios económicos a los golpistas, no en vano se codeaban con la flor y nata de los negocios. 

En A Coruña se reciben pronto las noticias de la sublevación en Marruecos, y el 19 de julio se movilizan en las principales ciudades los "Comités de Defensa de la República". Los gobernadores civiles fueron leales, por lo que, junto con los alcaldes republicanos, socialistas y comunistas, serán los más buscados por los golpistas en los próximos días. Los conjurados ordenan desplazar a los generales Salcedo y Caridad Pita en A Coruña y al contralmirante Azarola en Ferrol, cuando se niegan a ponerse al frente de la rebelión. En Vigo, la columna que sale a proclamar el estado de guerra dispara a quemarropa contra la multitud, y en el municipio cercano de Lavadores (lo fue hasta 1941) hubo una verdadera masacre. 

A partir del triunfo la represión en la retaguardia gallega fue evidente, cuando el país no formaba parte de frente alguno, lo que denota -si no estuviese demostrado hasta la saciedad- la crueldad y villanía con la que actuaron los golpistas, teniendo en cuenta que la mayor parte de los crímenes se cometieron no de forma espontánea, sino con el consentimiento del mando, de mayor o menor rango. Se destituyó a las corporaciones municipales elegidas por la población, se entró en las casas sin juricidad alguna, se llevó a las gentes a varios kilómetros de distancia para fusilarlos sumariamente, se abandonaron los cadáveres cerca de las aldeas para amedrentar a la población.

Los consejos de guerra se prolongaron durante todo el período bélico y mucho después de este dada la vis atractiva (dice Julio Prada) monstrada por la jurisdicción castrense. En 1937 se concentran la mayor parte de las sentencias de muerte, cuando la guerra ya era favorable a los sublevados y, desde septiembre de ese año, caería en sus manos todo el norte de España. Nulas garantías a los detenidos, torturas a los carabineros, que permanecieron en su mayoría fieles a la República, torturas a otros individuos sin discriminación alguna; se persiguió a intelectuales y maestros, a lídres sindicales, a diputados de izquierda o simplemente no simpatizantes con los golpistas, a los dirigentes políticos republicanos, para lo que los asesinos contaron con la colaboración del clero. Un buen número de jornaleros, marineros, trabajadores del ferrocarril y de la construcción, obreros de las manufacturas, empleados comerciales, fueron víctimas sin más "culpa" que vivir en una coyuntura que no solamente a España afectaba, el auge de los fascismos y el odio desatado de unos pocos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario