Máscara caribe precolomgina. Museo de América |
Los pueblos americanos, como se sabe, se encontraban en el siglo XV en muy diverso grado de desarrollo: unos eran agricultores, otros recolectores; los chibchas y los mayas habían constituído ciudades-estado. Mayas y aztecas levantaron extraordinarias construcciones religiosas, pintaron con un colorido variadísimo y cálido, establecieron vías de comuniación, escribieron con signos figurativos e ideográficos, pero tambien fonéticos, "con tendencia a escritura por palabras" (Elisa Luque Alcaide), llegaron a tener conocimeintos astronomicos y un calendario.
La idea de que los europeos vinieron a romper una idílica paz entre los pueblos amerindios es una falsedad: los imperios azteca e inca no se hicieron sino a sangre y fuego, los indios caribes atacaban en las Antillas a los taínos; los toltecas y los tlaxcaltecas estaban sometidos a los aztecas. En lo que ahora llamamos Colombia luchaban los zipa con los zaques y entre Argentina y Chile los incas querían someter a los araucanos.
Las caremonias religiosas de los pueblos indígenas americanos precedían a los ciclos agrarios; tenían creencias animistas y su panteón era muy numeroso. La complicada liturgia de los primeros misioneros cristianos no les debió resultar novedad especial, pues la suya era también muy compleja, pero los intentos evangelizadores en las Antillas y en las costas de Venezuela fracasaron en un primer momento. En 1493 llegó, entre otros misioneros, Ramón Pané, que se ocupó en la evangelización de los taínos de Cuba y La Española. La obra de este misionero es un precedente de lo que más tarde haría, en México, fray Beranardino de Sahagún.
Luego llegaron los dominicos, con Montesinos y Bartolomé de las Casas, Pedro de Córboba y otros. La oposición a ser cristianizados fue menor cuanto más avanzadas estuviesen las culturas; por ejemplo, en México se construyeron colegios entre 1520 y 1570. Los minoritas franciscanos estuvieron en los valles centrales de México, entre los cuales Motolinía (Toribio de Benavente) que nos ha dejado una "Historia de los indios de la Nueva España" relatando los sucesos de Tlaxcala y otras zonas entre 1524 y 1539, no siempre honrosos para los conquistadores. Luego vendrían las Juntas eclesiásticas mexicanas, entre 1536 y 1548, prueba de que el clero allí desplazado se había organizado para la evangelización. Buena parte de la labor de los franciscanos la conocemos por la obra de Juan Focher, "Itinerario", editada poco después de su muerte en 1572.
En la zona incaica las luchas entre los españoles frenaron la cristianización de los indígenas, cobrando aquí importancia Jerónimo Loaysa y luego el jesuita José de Acosta. Los de esta orden había desembarcado en Brasil, luego aparecieon en Perú y en 1572 en México. Fueron pragmáticos: siendo su principal obra las reducciones de indios para evitar que los conquistadores los sometiesen a esclavitud y malos tratos, no se distinguieron por denunciar lo que "la ley pública" establecía, es decir, la venida de España. En Brasil se enfrentaron con los esclavistas y aplicaron ese probabilismo que les ha caracterizado en contra de las ideas jansenistas a partir del siglo XVII.
En 1511 se establecieron las primeras diócesis en las Antillas, siendo todos los obispos peninsulares. En Brasil se formó en 1551 la diócesis de San Salvador de Bahía y pronto surgieron, como en el resto del continente, las polémicas sobre la jurisdicción que los obispos pretendían sobre el clero regular, que hasta un determinado momento había sido el motor de la evangelización. Una polémica famosa fue la que sostuvieron el agustino Alonso de la Vera Cruz con Alonso de Montúfar, sobre la exención del diezmo a los indios, pero el concilio de Trento fortaleció el poder de los obispos.
Elisa Luque Alcaide, recogiendo los datos facilitados por la historiografía, señala la calidad del episcopado latinoamericano, destacando Julián Garcés, obispo de Tlaxcala; Juan de Zumárraga, que llevó la imprenta a México; Vasco de Quiroga, obispo de Michoacán; Francisco Marroquín, que predicó a los indios de la actual Guatemala en su idioma, el quiché, y debe mencionarse al tercer obispo de México, Pedro Moya de Contreras. En América del sur resalta Jerónimo de Loaysa, primer obispo de Lima y luego Toribio de Mogroviejo.
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