El artículo de Roberto Regoli sobre la "Congregación Especial para los Asuntos Eclesiásticos de España" durante el trienio liberal (1820-1823) tiene un gran interés (1). La Iglesia jerárquica estuvo muy atenta a los acontecimientos políticos europeos (luego americanos) que hacían avanzar el liberalismo, verdadero demonio para aquella institución hasta la aparición del socialismo, que se convirtió en otro demonio aún más detestable.
"Se encuentra un paralelismo -dice el autor citado- entre la Congregación especial sobre los asuntos de España y aquella de los asuntos de Francia del 1790-1793". Gérard Pelletier, a quien se cita en el artículo que comento, indica que "el análisis curial de la Constitución civil del clero se desarrolla en paralelo al de los actos del sínodo de Pistoya, de tal manera que en ambos se subraya su componente jansenista". Este jansenismo es el que, como cajón de sastre de muchos males considerados por la Iglesia, constituye el espantapájaros romano. "El antijansenismo curial -sigue diciendo Pelletier- es el cuadro dentro del cual se desarrolla el análisis teológico de la revolución ...". El papa quiere conservar sus territorios (algo nada cristiano pero muy eclesiástico) "y pide intervenciones militares a los monarcas europeos (de todas las confesiones), y además los cardenales de curia quieren la declaración de una cruzada", cuando las cruzadas medievales habían sido concebidas para luchar contra los "infieles" (ya sabemos que también por otras causas). La cuestión del dominio temporal pontificio es fundamental para la Iglesia, sabedora de que sus doctrinas no se habrían extendido si no es entrando en confusión con el Estado desde época constantiniana. "No se negocia lo temporal con lo espiritual y Pío VI, al final de sus días, aún viviendo de las limosnas del rey de España, le niega a este último algunas reformas eclesiales que podrían otorgar una marcada autonomía de España respecto a Roma".
El sínodo de Pistoya tuvo lugar en 1786 como consecuencia de la disidencia del obispo de Prato y Pistoya, de nombre Ripio, seguidor de Jansenio, que en el siglo XVII se había inspirado en las enseñanzas de Agustín de Hipona, interpretaciones que la Iglesia no admitió. En su vertiente política el jansenismo lleva al concilarismo (combatido por la autoridad papal) y a la creación de Iglesias nacionales con autonomía y casi independencia respecto de Roma. En Francia se se dio un acusado galicanismo y en España, América latina y otros países, un regalismo que atizaron los ilustrados y no pocos obispos. Hay otros aspectos teológicos relacionados con la gracia divina, la libertad del hombre, etc. que la Iglesia, ayudada por la Compañía de Jesús, no aceptó. Es curioso que desde un punto de vista moral el jansenismo fue más riguroso, mientras que el jesuitismo más laxo.
Llegó un momento en que el jansenismo se manifestó de tantas maneras que la Iglesia llamaba jansenista, practicamente, a todo aquel que se apartaba de su doctrina entendida al modo romano o papal. En realidad el jansenismo es hijo de las revoluciones religiosas del siglo XVI en el mundo cristiano y del racionalismo del siglo XVII.
Tanto en Pistoya, como en los casos de la Francia revolucionaria y la España liberal, el cardenal Michele di Pietro participó en favor de los intereses de la Iglesia (en mi opinión más políticos y materiales que espirituales). Siempre en la curia romana, había nacido cerca de Roma; experto en Derecho colaboró con verdadero entusiasmo en la censura de libros, batalla que, desde el siglo XVI, la Iglesia tuvo perdida. Muy relacionado con el que sería Secretario de Estado vaticano, Consalvi, Napoleón lo encarceló de acuerdo con la mentalidad de uno y otro. Di Pietro es un ejemplo magnífico de esa Iglesia administrativa, política, cortesana, poco o nada pastoral, muy apartada de la Iglesia evangélica, que hoy diríamos de base o misionera. Él fue uno de los que concibió al jansenismo como un totum revolutum, como el espantapájaros de Roma.
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(1) Anurario de Historia de la Iglesia, vol. 19, 2010.
El sínodo de Pistoya tuvo lugar en 1786 como consecuencia de la disidencia del obispo de Prato y Pistoya, de nombre Ripio, seguidor de Jansenio, que en el siglo XVII se había inspirado en las enseñanzas de Agustín de Hipona, interpretaciones que la Iglesia no admitió. En su vertiente política el jansenismo lleva al concilarismo (combatido por la autoridad papal) y a la creación de Iglesias nacionales con autonomía y casi independencia respecto de Roma. En Francia se se dio un acusado galicanismo y en España, América latina y otros países, un regalismo que atizaron los ilustrados y no pocos obispos. Hay otros aspectos teológicos relacionados con la gracia divina, la libertad del hombre, etc. que la Iglesia, ayudada por la Compañía de Jesús, no aceptó. Es curioso que desde un punto de vista moral el jansenismo fue más riguroso, mientras que el jesuitismo más laxo.
Llegó un momento en que el jansenismo se manifestó de tantas maneras que la Iglesia llamaba jansenista, practicamente, a todo aquel que se apartaba de su doctrina entendida al modo romano o papal. En realidad el jansenismo es hijo de las revoluciones religiosas del siglo XVI en el mundo cristiano y del racionalismo del siglo XVII.
Tanto en Pistoya, como en los casos de la Francia revolucionaria y la España liberal, el cardenal Michele di Pietro participó en favor de los intereses de la Iglesia (en mi opinión más políticos y materiales que espirituales). Siempre en la curia romana, había nacido cerca de Roma; experto en Derecho colaboró con verdadero entusiasmo en la censura de libros, batalla que, desde el siglo XVI, la Iglesia tuvo perdida. Muy relacionado con el que sería Secretario de Estado vaticano, Consalvi, Napoleón lo encarceló de acuerdo con la mentalidad de uno y otro. Di Pietro es un ejemplo magnífico de esa Iglesia administrativa, política, cortesana, poco o nada pastoral, muy apartada de la Iglesia evangélica, que hoy diríamos de base o misionera. Él fue uno de los que concibió al jansenismo como un totum revolutum, como el espantapájaros de Roma.
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(1) Anurario de Historia de la Iglesia, vol. 19, 2010.
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