sábado, 22 de septiembre de 2012

Las misiones en Neuquén



San Matín de los Andres en Neuquén

En la cordillera andina, a un lado y otro de la misma, vivían (y quizá viven) los pehuenches y los poyas, que ofreciereon, junto con otros pueblos araucanos, fuertes resistencias a la dominación de los españoles y a su cristianización. Alejados de lo que se han llamado "altas culturas" amerindias (incas, chibchas, muiscas, aztecas, mayas...) tenían costumbres nómadas y, según algunas fuentes que nos han llegado, eran "de costumbres desvergonzadas, se [dejan] llevar de la gula y de la lujuria sin control alguno y [practican] con su increible tenacidad la superstición" (1). Por mi parte digo que igual que los europeos.

En la segunda mitad del siglo XVII establecieron los jesuítas una de sus misiones en Nahuel Huapi, una vez que se había impuesto la idea de que existían "índios indómitos". Los españoles no llegaron a Neuquén desde el este argentino, sino desde el oeste chileno, concretamente desde las islas oceánicas de Chiloé y desde Chillán, en la región de Bio-Bío. Enseguida se plantearon problemas en las relaciones entre indígenas y españoles, fuesen misioneros o no, así como en el abastecimiento de aquellas regiones. La dificultad en la cristianización de aquellos indígenas se pone de manifiesto en que los misioneros Mascardi, Guillelmo, de la Laguna, Zuñiga y Elguea murieron a manos de los indios, según María Andrea Nicoletti (2).

Los jesuítas pusiereon el acento en el bautismo más o menos precoz de los indígenas poyas, pues consideraban de que esta manera quedaban incorporados a la Iglesia. Esto no dio el resultado querido, pues los poyas volvían a sus guerras, correrías, vida salvaje (en el mejor sentido de la palabra) y supersticiones propias. Por eso los franciscanos, un siglo más tarde, cuando quieran cristianizar a los indios pehuenches, emparentados étnicamente con los poyas, preferirán el adoctrinamiento lento antes del bautismo. Los franciscanos establecieron una misión en Rainleuvú a mediados del siglo XVIII, poco antes del gran levantamiento de los pueblos araucanos de 1769.

Los jesuítas se dieron cuenta en algún momento de que su sistema de reducciones (reunir a los indios en un lugar donde se hacía vida comunitaria durante un cierto tiempo a salvo de la rapiña de los colonizadores laicos) no daba resultado y empezaron un sistema "volante" de relación con los poyas. Eran los clérigos los que visitaban los asentamientos más o menos móviles de los indios, entablaban con ellos la relación que convenía, les bautizaban si era posible y así hasta la próxima ocasión en que todo podía haber quedado deshecho o se observaba algún avance. Los jesuitas José Acosta y Luis de Valdivia, que vivieron entre los siglos XVI y XVII, nos han transmitido información sobre aquellas gentes, logicamente con los prejuicios propios de europeos. Estos jesuítas pusieron énfasis en que los misioneros estuviesen mejor preparados, conociendo la cosmovisión de los indígenas, acercándose a ellos con comprensión y sufriendo, como hemos visto, su rechado violento en muchas ocasiones.

El papa Paulo III había publicado en 1537 la bula "Sublimis Deus", en la que se defiende la dignidad humana de los indígenas americanos y su capacidad para ser instruídos en el cristianismo sin coacción ni violencia. Si alguna orden religiosa es afín al papado esta es la de los jesuítas, por lo que esta bula influyó sin duda en la acción misionera de los mismos. Suponemos al papa informado más o menos incompletamente de la situación en América, de igual manera que el rey español Carlos I, que no obstante debió de tener consejeros de opinión distinta, pues prohibió la aplicación de dicha bula algo más tarde. Un rey influido de alguna forma por el erasmismo de su corte, pero un rey que tenía también consejeros partidarios del enriquecimiento de la metrópoli a costa de las poblaciones amerindias.

Hasta tal punto los jesuítas practicaron una misión realmente humana que, cuando en el siglo XVIII se extiendan por Europa las ideas de que los indígenas americanos tenían que ser por fuerza seres inferiores a los europeos, los jesuítas reaccionaron y defendieron la idea del "buen salvaje" (2), que luego ha dado ocasión a una literatura maniquea, aunque esta no fuese la intención de aquellos misioneros. Los españoles habían invadido las malocas indígenas (caseríos comunitarios) y ello -además del natural salvajismo de los poyas- les indispuso aún más contra los "civilizadores" y evangelizadores. Antonio de Covarrubias nos muestra la mentalidad que tenía -y no sería el único- sobre aquellos indios: Bien se conoce también estorban el fruto la barbarie soberbia de estos indios, la poligamia de los caciques, las borracheras, la ociosidad, los machis [autoridades religiosas] y la falta de todas leyes, natural y divina, de las gentes y civiles: la falta de jueces que lo repriman, porque todos temen; y no hay armas ni soldados, ni presidios que no estén destrozados; ni jueces eclesiásticos, porque no hacen concepto de excomuniones; y lo que es más pernicioso no vivir en policía ni vida sociable, sino separados en quebradas, montañas y barrancas, y hallarse tan dueños del campo y opulentos en armas y soldados que en ocho días pueden poseer en campaña ocho mil lanzas (3).

Dos lógicas enfrentadas: la de quien quiere "salvar" a los indígenas de su exclusión de la Iglesia y la de quienes, ajenos a toda novedad, quieren seguir con su vida salvaje, que es una forma de civilización. Según María Andrea Nicoletti, el jesuíta Valdivia "logró frenar la desaparición del indígena pero 'no fue suficiente su fe y su palabra para cambiar circunstancias adversas. Sin embargo su mensaje no se perdió. La idea de los parlamentos o las paces, con sus éxitos o fracasos, terminó por imponerse en el siglo XVIII'". Difícil misión a la que se obligaron aquellos hombres, imbuidos de una fe a toda prueba, para llegar a los poyas "separados en quebradas, montañas y barrancas".  (Abajo, provincia de Neuquén, en el oeste argentino).


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(1) José Acosta, "De procuranda Indorum salute...", 1954.
(2) Jesuítas y franciscanos en las misiones de la Norpatagonia", 2002.
(3) Idem nota anterior.
(4) "Memorial dirigirido a la Junta de misiones".

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