La crueldad de la guerra civil española de 1833 fue tal que al número de muertos se suman episodios personales como el del fusilamiento de la madre de Ramón Cabrera, militar carlista, que aún por esta causa -si no estuviese convencido del tradicionalismo que el carlismo entrañaba- le hizo actuar con más ímpetu en su lucha contra el liberalismo.
Las partidas carlistas mandadas por Cabrera habían asesinado a los alcaldes de Valdealgorfa y Torrecilla de Alcañiz, en el bajo Aragón, cerca de las estribaciones del sistema Ibérico, pero en un terreno todavía llano y con algunos cerros, donde florecen los almendros en su temporada. Por allí corren los ríos Guadalope, Matarraña y Mezquín, alfuente éste del primero en un paisaje de transición hacia la meseta. La orden para ejecutar a la madre de Cabrera, presa desde hacía unos meses, parece que procedió de Espoz y Mina, curtido en batallas desde la primera restauración absolutista de Fernando VII en 1814. Debió ser grande el odio entre quienes defendían una España tradicional y quienes querían implantar un liberalismo que nunca llegó a ser solución definitiva para los graves problemas que padecía el país. No se trataba solo de una cuestión dinástica, pues Cabrera, por ejemplo, parece haber tenido unos ideales más allá de las personas a las que parecía servir; más bien se trató de una falta de comprensión sobre el papel que algunos grupos sociales querían jugar en la coyuntura histórica de las décadas centrales del siglo XIX. ¿Como imaginar una España en la que la Iglesia fuese expropiada, la educación pasase a manos del Estado, el anticlericalismo se abriese camino y la prensa comenzase con sus polémicas que, a oídos de los tradicionalistas, sonaban a traición? (Abajo, fotografía antigua de Cantavieja tomada del blog Maestrazgo Mágico).
El caso de Ramón Cabrera es verdaderamente singular, como el de algunos otros que le acompañaron, no solamente por la pertinaz insistencia en luchar contra el liberalismo, que era igual que hacerlo contra esa clase extraña al antiguo orden, sino por la valentía, el arrojo, la capacidad de sacrificio demostrada, la crueldad y ferocidad también en una España de bandoleros y traiciones para las que no hacía falta estar en el bando enemigo sino incluso en las propias filas. Recordemos que entre los liberales se combatieron facciones distintas; entre los carlistas también hubo matices e incluso diferencias que resultaron insalvables.
La lucha de Cabrera en El Maestrazgo es lo más conocido, pero también llegó a combatir en Andalucía, donde tomó Córdoba bajo su autoridad. Luego en Extremadura hasta ser derrotado en Villarrobledo, no lejos de Alcázar de San Juan. Toda una geografía recorrida con las partidas de guerrilleros mal o medianamente armados, mal o medianamente adiestrados; con una bravura que, puesta al servicio de causas menos extremas, hubiese dado unos frutos extraordinarios. Pero España se encontraba entonces, como en otros momentos en el futuro, en los extremos, en la intransigencia, entre los que añoraban la Inqusición y los que querían ver a los monjes y a los curas sometidos al poder civil sin concesiones.
Con Marcoval, con Carnicer, con Gómez Damas; en Morella, en la montaña de Cataluña, en el centro de España y en el sur, venció y fue vencido el "Tigre del Maestrazgo". En Cantavieja (en el Maestrazgo turolense), en las afueras de Madrid; venció a Oráa y a Pardiñas; fue vencido en Morella por Espartero, después de no aceptar Cabrera el Convenio de Oñate y tener que huir a Francia por Cataluña, donde permaneció confinado, entre otros sitios en Lille. Luego residió en Lyon con una pensión del Gobierno francés, tan liberal como el que Cabrera había combatido en España. En 1848 volvió del exilio para combatir de nuevo, pero es derrotado y vuelve a Francia; de aquí marcha a Inglaterra.
Cabrera fue feroz, pero también humano con los prisioneros, a los que liberó varias veces, probablemente al comprobar que no era la vida de estos lo que merecía la pena cobrarse. ¿Era un español que sentía el patriotismo entre los que, como él, pertenecía a la clase media tradicional, clerical y acomodada? Porque renunció a las comodidades en las que sin embargo se refugiaría al final de su vida, conoció bien España, a unos y a otros, se codeó con la flor y nata del carlismo, hasta el punto de que a tres pretendientes sirvió, enquistándose su amistad con Carlos María de Borbón y Austria-Este, que lo visitaría en Londres, declinando Cabrera una nueva participación en la vía insurreccional. No le negó, sin embargo, ayuda económica, cuando estuvo en condiciones de hacerlo por su casamiento con una rica inglesa.
Al final de su vida reconocería a Alfonso XII cuando España libraba la última de sus guerras carlistas en el siglo XIX. Vencido, Cabrera habría reflexionado; quizá no creyó nunca en el liberalismo, quizá creyó que había llegado el momento de una cierta reconciliación, cuando desde Inglaterra observaba el cambio de los tiempos. Quizá se sintió cansado ya de tantas aventuras y riesgos, en un momento en que se encontraba disfrutando de la riqueza y la paz.
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