Un príncipe sometido a uno de los reinos helenísticos consiguió independizar una pequeña parte del territorio que se encuentra entre la península de Anatolia (en la codillera del Antitauro) y el norte de Siria. Es el reino de Kommagene, que sería gobernado por el rey Antíoco entre el siglo I antes de Cristo y el I d. de C. La gran tumba del rey -no se sabe todavía si sus restos reposan allí- es una gran montaña en parte artificial formada por cantos de piedra, de forma que quitando de su sitio uno, caen otros por la pendiente. Por tanto los arqueólogos no han querido actuar en este sentido. El lugar del yacimiento se conoce como Nemrud Dag y está rodeado de estatuas de dioses, animales y bustos que alguna causa natural o humana ha dispersado por la ladera.
También son notables los relieves, que denotan tanto la influencia griega como la persa, pero lo que parece claro es que el lugar ha sido objeto de saqueos, pues no ha aparecido tumba alguna si por tal entendemos todo aquello que las define: cámara mortuoria, tesoros y demás ajuares. Otras "tumbas" serían las de personajes reales, como reinas o descendientes de Antíoco. Un importante hallazgo es el de un león que porta un calendario griego.
La capital de este reino, Samosata, está en el alto Éufrates, y mantuvo relaciones comerciales con romanos y partos al mismo tiempo. Las epigrafías griegas delatan que la cultura era sobre todo helenística, como corresponde a un territorio que estuvo bajo el dominio seleúcida.
Tras la segunda guerra mundial los trabajos de arqueología y epigráficos corrieron a cargo de Theresa Goell y el alemán Friedrich Karl, que según la primera habría colaborado con la dictadura hitleriana, lo que, siendo aquella judía, haría sus relaciones muy tensas, aunque fructíferas en algunos campos. Nemrud Dag habrá sido un gran santuario donde quizá Antíoco hizo construir su tumba, pero casi todo está pendiente de ser demostrado. Estudios geofísicos han demostrado cavidades en el interior del túmulo principal (el que está formado por cantos de piedras) que no serían obra humana, sino resultado de fenómenos naturales. ¿Pudo haber sido elegida una montaña, que se recubrió tumularmente, como morada definitiva del rey Antíoco? Las galerías naturales en el interior ¿vendrían a sustituir a las realizadas por los arquitectos e ingenieros egipcios en sus grandes pirámides?
Lo cierto es que, una vez más, estaríamos ante el afán de permanecer hasta la eternidad, sin ser molestado en el sueño eterno, aunque no esté demostrada la existencia de sepultura alguna por el momento. La abundancia de estatuas, el lugar elegido (claramente un santuario aprovechando la naturaleza apartada y solemne) las figuras alusivas a la fuerza, al poder, a lo divino, el hieratismo de los dioses sentados en sus tronos... todo es enigma por ahora aunque los trabajos epigráficos ya permiten asegurar algunas de las cosas que hemos dicho aquí.
Hermoso lugar Nemrut Dağı, sin duda con los atardeceres y amaeceres más hermosos que he visto, Antíoco supo elegir su lugr para la eternidad.
ResponderEliminarMontexiabre: tu impresión añade interés al artículo. Un saludo.
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