(La batalla de Farsalia, Grecia)
Bíbulo fue un traidor a su clase: de origen plebeyo llegó a pertenecer a la nobleza a base del "cursus honorum" que algunos se procuraban. Fue un adversario empedernido de nuestro protagonista, para lo que éste se tuvo que apoyar en Servilio Cepión, con quien acordó matrimonios que le favorecían, así como hizo con Pompeyo. Apoyado por su suegro y yerno recibió Galia Cisalpina e Iliria. Su ambición era tal que compró con favores el apoyo de unos y otros. Como se trataba de conseguir prórrogas ilegales para mandatos fue citado por el tribuno L. Antistio, pero esquivó el intento. Con la ayuda de Pompeyo y Crasso, a quienes citó en Luca, mantuvo legiones a su costa, lo que era en la época algo excepcional, pues de esta manera se tendía a que la lealtad se tuviese con el pagador y no con el Senado, máxima magistratura de la República romana. Esto le sirvió para guerrear cuanto quiso en Galia, cometiendo no pocos excesos. Él mismo estableció los límites que luego quedarían, con pocas modificaciones, para la moderna Francia: desde los Pirineos hasta los Alpes, las Cervennas (entre Avignon y Perpignan), el Ródano y el Rin. Luego atacó a los germanos, siendo la primera vez que esto se hacía por un romano, atravesando el Rin. En el noroeste de la actual Francia, Bretaña, guerreó y exigió rehenes; pero también sufrió reveses que casi nunca se divulgan: en Bretaña, en un ataque por mar una tempestad deshizo su flota; fue vencido en Gergovia, en el centro de Francia (hoy al Este de Limoges) y en Germania, donde los nativos le complicaron la vida por medio de emboscadas.
Aprovechó los disturbios que se produjeron en Roma tras la muerte de P. Clodio, un tribuno de la plebe que se había hecho muy influyente en Roma al ganarse el favor popular, para volver a pagar favores tanto públicos como particulares. Construyó un foro, dio empleo remunerado a esclavos y duplicó el sueldo de las legiones. Nuestro personaje se estaba convirtiendo en un peligro para la república tradicional donde el Senado imponía su ley en nombre de la nobleza y los tribunos contrarrestaban dicho poder a partir de su elección por las clases populares. Hasta tal punto se sintió seguro que ofreció a casadas -a cambio de apoyos- por esposas, sabiendo que el matrimonio en Roma, sobre todo entre las clases pudientes, era un contrato poco fiable. Una de estas operaciones la hizo con Pompeyo, teniendo otras liberalidades que no podría soportar si no fuese por las exacciones que imponía a los pueblos sometidos en sus campañas militares. Suetonio dice de él que arreglaba cuantos asuntos personales se le presentaban, fueran legales o ilegales: "los acusados, los ciudadanos agobiados de deudas, la juventud pródiga, encontraban en él seguro refugio, a menos que las acusaciones fuesen demasiado graves, la ruina demasiado completa, o los desórdenes demasiado grandes para que pudiese remediarlos: a estos les decía francamente que necesitaban una guerra civil", en lo que demostraba un cinismo extraordinario.
En las provincias se atrajo el favor de los reyes que, lejos de poder combatir a Roma, se habían sometido a ella; ofreció cautivos y empezó a despertar temores de dictador, tal era la ligereza con que conseguía violentar las leyes. Maniobra entonces para tomar una decisión que será determinante. En Rávena reflexionó sobre si atreverse a lo que sería considerado delito de lesa patria o no. Como el Senado tomara medidas contra los tribunos partidarios de nuestro hombre, no consintiéndolo éste, tomo el asunto como pretexto para desencadenar una guerra civil (la segunda del siglo I antes de Cristo). Ahora se enfrentó a Pompeyo, miembro de la nobleza que no estaba dispuesto a que la República y el Senado palideciesen ante nuestro protagonista. En Farsalia, Grecia, pudo ver a sus adversarios vencidos, y ello le envalentonó aún más. Algunos autores clásicos opinan que había entrado en la espiral del mando y creyó propicia la ocasión de apoderarse del poder soberano. Según parece "lo creía también Cicerón que, en el libro de Officiis (de los Deberes), dice que... tenía siempre en los labios los versos de Eurípides" traducidos de esta manera:
Si hay derecho para violar, violadlo todo por reinar:
pero respetad las demás cosas.
La República romana estaba tocada de muerte.
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