viernes, 23 de diciembre de 2011

Costubres en la antigua Grecia


 Las excelencias que se suelen cantar sobre la antigua Grecia, sobre todo en el caso de Atenas, cobran su justa medida cuando se conocen algunas costumbres que vienen a poner las cosas en su sitio. Aquella civilización, brillante en muchos aspectos, era humana como las demás, y por lo tanto estuvo llena de miserias, situaciones grotescas y vicios. 

Los proletarios y jornaleros no eran admitidos para ocupar cargos públicos, y mucho menos los extranjeros, entendidos por tales no solo los que no eran griegos, sino los que procedían de otra ciudad griega. Los muy numerosos esclavos, como en todas las civilizaciones antiguas, carecían de derechos. Desde el siglo VI antes de Cristo se hiló más fino, sobre todo en Atenas, pues se establecieron normas para apelar a las autoridades en caso de haber sufrido agravios. Antes de que las poleis cobraran carta de naturaleza, e incluso solapadamente con estas, los griegos estaban agrupados en tribus, ya que disolver estas no fue consecuencia de una decisión administrativa, sino de la paulatina asunción por parte de la población de pertenecer a una patria o a otra, a una pólis o a otra. 

Dentro de una misma ciudad, como cabe esperar, había diferentes opiniones y partidos, pero buena parte de la población se mantenía al margen de estas disputas, lo que a algunos legisladores pareció inconveniente, promoviendo que los ciudadanos se interesasen en los asuntos públicos. Una preocupación, sobre todo en Atenas, fue cómo regular el matrimonio: se empezó a ver poco conveniente que una persona anciana contrajese matrimonio o se amancebase con una joven por simple conveniencia material, o como disculpa de que la joven era huérfana y necesitaba protección. Para el matrimonio existía la dote, que en ocasiones era excesiva y planteaba serios problemas a la mujer y a su familia. Solón señaló que el matrimonio no debía ser "lucrativo y venal", lo que, como sabemos, ha sido a lo largo de muchos siglos con posterioridad. Esto no es extraño, pues siendo el matrimonio concebido civilmente como un contrato, las cuestiones materiales estarían in mente de uno u otro contrayente. La madre de Dionisio, a quien cita Plutarco en sus "Vidas paralelas", pidió un día a su hijo que le permitiese casar con un determinado ciudadano, a lo que el hijo dijo que tal matrimonio estaba "fuera de la edad", lo que era contra natura. Estas "reuniones desiguales y desamoradas" eran costumbre, de forma que en una ocasión Filoctes exclamó sobre este asunto: "¡Bueno estás, miserable, para bodas!", refiriéndose a un viejo que pretendía contraer matrimonio con una joven. El mismo Filoctes, descubriendo a un joven "engordado como perdiz en jaula" en casa de una vieja, lo llevó a casa "de una mocita casadera".

Los odios entre personas y familias, como en la actualidad, se prolongaban más allá de la muerte de algún miembro, por lo que los legisladores se esforzaron en honrar la memoria de los muertos para que no se pudiese hablar mal de ellos, por muy perversos que hubiesen sido, y así "que las enemistades no se hagan eternas". Las normas, en la mayor parte de los casos, no estaban escritas, pues existía la convicción de que no por muchas leyes la sociedad funcionaría menor, de manera que se prefirió que la leyes se hiciesen "sobre lo posible, si se quiere castigar a pocos con fruto, y no a muchos inútilmente". Es decir, había una mentalidad pragmática, de forma que si un vicio era difícil de combatir se prefería no legislar sobre él, pues no por existir la ley se iba a superar. 

La mujer estuvo discriminada, así que se legisló sobre el papel que esta debía realizar en el hogar; igualmente existía la costumbre de dirimir las disputas por medio de duelos y de llorar artificiosamente en los entierros en los que los plañideros no sabían ni de qué muerto se trataba, prueba de que se pagaría a quienes así actuasen para conseguir una sensación de duelo mayor que el que el muerto inspiraba, pero algunos legisladores consideraron que esta actitud era impía. Si un padre no había prestado la debida atención a sus hijos éstos no tenían la obligación de atenderle (alimentarle) cuando fuese viejo, así como tampoco aquellos hijos que se hubiesen tenido con una mujer fuera del matrimonio por el simple placer carnal. Algunos legisladores vieron en las leyes espartanas un ejemplo, impidiendo formar parte de la ciudad a cualquier "canalla forastera"; hasta tal punto iba cuajando el concepto de patriota o ciudadano de una pólis en torno al siglo VI antes de Cristo. 

Solón estableció en Atenas la facultad de que el marido que sorprendiese a un hombre con su mujer le pudiese matar, lo que quiere decir que era costumbre. Como existió la prostitución, ninguna objeción había para el que se ayuntaba con rameras, pero sí existió la costumbre, aunque suponemos que no generalizada, de vender las hijas o las hermanas con un fin u otro. 

Los juegos fueron costumbre griega desde casi siempre, existiendo los ístmicos, los olímpicos, los délficos, entre otros. Solón abolió las leyes draconianas, pues estas imponían a casi todas las faltas la pena de muerte (otra cosa es que se aplicase rigurosamente) y se cuenta que Dracón, preguntado por esto contestó: "que las pequeñas [faltas] las había creído dignas de este castigo; y ya no había encontrado otro mayor para las más graves". 

Aunque el espacio griego ofrece cierta variedad, lo cierto es que es más bien montañoso, con entrantes del mar en la tierra y prolongadas penínsulas, y muchas de las regiones no eran aptas para la agricultura sino en espacios pequeños, lo que planteó problemas que derivaron en conflictos sociales al estar la tierra mal repartida. El país es escaso en ríos y lagos, pero había abundantes fuentes, por lo que los griegos construyeron pozos artificales, algunos de los cuales eran para el uso comunitario. En los sacrificios se valoraba de distinta manera al que presentaba un animal o a otro: oveja, lobo, buey, etc. 

Las ocupaciones profesionales fueron creando un léxico apropiado: oplitas eran la gente de guerra; ergastas los que ejercían oficios ("ergasta" hace alusión al trabajo), labradores y egícoras; estos últimos dedicados a la pastoría y ganadería. Aquí no se agota lo mucho que sabemos sobre las costumbres de los antiguos griegos, pero lo dicho contrasta con la siempre divulgada fama de su filosofía, arte y legislación, que sin duda son la gloria de aquella cultura.


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