El emperador Nerón, en el siglo I de nuestra era, no ha sido un personaje notable por sus virtudes, pero esto fue común entre otros muchos emperadores romanos y no romanos. Elevado a la máxima autoridad a los 16 años (lo que ya es bastante absurdo) tuvo, eso sí, preocupación por lo que pasaba en Armenia, en Britannia (recién conquistada), tuvo que combatir a los judíos en uno de tantos levantamientos nacionalistas contra la opresión romana (cultural y de todo orden), mató a su madre no se sabe si para poderse casar con su amante Popea o porque la acusó de una conspiración contra él, lo cierto es que las traiciones en el seno de la propia familia, como ha demostrado, entre otros, Robert Graves, fueron moneda común en Roma, antes y después del Imperio.
Nerón tuvo que mantener una guerra contra los partos, que frenaban el expansionismo romano hacia el Este, venciéndolos; descubrió y sofocó conspiraciones (como la de Pisón) y asistió al incendio de Roma, del que no se sabe si fue obra suya, de los cristianos (poco probable) o un accidente entre otros, pues Roma no sufríó solo este incendio del que tanto se habla por las extravagancias que se atribuyen a este César. Desde el punto de vista social quiso ayudar a las clases frumentarias, pero se opuso a ello el Senado, y soportó una importante crisis económica como consecuencia del aumento de los precios en algunos productos de primera necesidad, pero obviamente de esto fueron víctimas las clases populares y no la Corte.
En el Libro I de De Clementia, que Séneca escribe para Nerón (no sabemos si lo leyó alguna vez) el filósofo se dirige a su alumno de la siguiente manera: ...si para los hombres prudentes el interés público es preferible al particular, dedúcese que deben amar más a aquel en quien se ha transformado la república. Desde muy antiguo, de tal manerea se ha identificado el César con la república, que no puede suprimirse al uno sin daño de los dos, porque el uno necesita brazos y la otra cabeza.
No parece que muchos de los hombres públicos de la época de Nerón (y de la nuestra) hayan hecho caso a esto de poner por delante el interés público al privado, pues muchos se sirven de aquel en provecho de éste. Pero sigue Séneca diciendo: Porque si, como acabo de demostrar, tú eres el alma de la república [se está refiriendo, claro, a Nerón], ella es tu cuerpo, y creo que ves cuan necesaria es la clemencia, pues tú mismo te perdonas cuando perdonas a otro. No está hablando un cristiano, pues dicha doctrina no había hecho más que empezar y Séneca era un pagano, sino un hombre sabio que no necesita estar en esta o la otra religión sino pensar por sí mismo. Luego es necesario perdonar a los ciudadanos -continúa- , hasta culpables, de la misma manera que lo harías con un miembro enfermo; y si alguna vez es indispensable derramar sangre, contén la mano, por miedo de que la incisión sea demasiado profunda. Es, pues, como decía, conforme con la naturaleza de los hombres la clemencia; pero muy especialmente es gloriosa en los soberanos, porque por medio de ellos encuentra más que conservar y más campo para desarrollarse.
Habiendo nombrado a los dioses, propondré al príncipe el mejor ejemplo que pueda imitar, siendo para sus súbditos lo que quisiera que los dioses fuesen para él. ¿Le convendría que las divinidades fuesen inexorables con sus faltas y errores? ¿le convendría que le persiguiesen hasta el último castigo? ¿Que Rey puede estar seguro de que los arúspices no recogerán sus restos? Y si los dioses, en su indulgencia y justicia, no castigan en el acto con el rayo los crímenes de los poderosos, ¿cuanto más justo es que el hombre colocado sobre los demás hombres ejerza su poder con dulzura, y se pregunte si el aspecto del mundo no tiene más atractivo y encanto para los ojos en día despejado y sereno que en medio de los repetidos fragores del trueno que conmueven el espacio y de los relámpagos que brillan por todas partes? Terminando Séneca este asunto cuando dice: en posición humilde hay más libertad para levantar la mano, disputar, trabar pendencia y dejarse llevar de la ira: los golpes son ligeros entre iguales; en un Rey degradan la majestad hasta los gritos e intemperancias del lenguaje.
¡Qué lástica que al frente del Estado romano no hubiese un Séneca en vez de un Nerón! Igual pasa en nuestros tiempos, que los hombres sabios son preteridos en favor de los que se acomodan bien a alcanzar el poder simulando bonanza.
(Restos de la Domus Aurea)
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