Habiendo pasado Solón a Mileto a conferenciar con Tales, dicen que se admiró de que este de ningún modo hubiera pensado en casarse y tener hijos; y que Tales por entonces calló, y dejando pasar unos días, dispuso que un forastero se presentase diciendo que acababa de llegar en diez días de Atenas. Preguntado por Solón qué había de nuevo en Atenas, instruído de lo que había de decir, respondió no haber ninguna novedad, como no fuese la de un mocito que llevaban a enterrar, acompañándole todo el pueblo; porque, según decían, era hijo de uno los ciudadanos más ilustres y principales, el cual no se hallaba allí, sino que andaba viajando hacía tiempo; a lo que contestó Solón: "¡Ay desdichado! ¿Y cómo se llamaba? -Oí el nombre, repuso el otro; pero no me acuerdo de otra cosa sino que se hablaba mucho de su filosofía y su justicia". Aumentando así el miedo en Solón a cada respuesta, y turbado ya éste, preguntó directamente el nombre al forastero, diciendo: "¿Sería el muerto hijo de Solón?" contestándoselo, empezó a darse golpes en la cabeza, y a hacer y decir lo que es común en estos tristes casos. Entonces cuentan que Tales le alargó la mano, diciéndole: "Ve ahí, oh Solón, lo que me ha retraído de casarme y tener hijos: esto mismo que tanto te conmueve a tí con ser tan sufrido; pero por lo demás sal de cuidado, porque esto no es cierto".
"Y es que nuestra alma tiene en sí misma un principio de amor" y "es la debilidad y no el amor el que causa esos extremados pesares en hobres que no están preparados...". (Plutarco, Vidas Paralelas).
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