A mediados del siglo VI a. de C. el rey Creso de Lydia había sometido a todas las ciudades griegas de Anatolia, así como a otros pueblos, de forma que Sardes, su capital, era una ciudad rica y floreciente. Heródoto lo dice de la siguiente manera: "Como la corte de Sardes se hallase después de tantas conquistas en la mayor opulencia y esplendor, todos los varones sabios que a la sazón vivían en Grecia emprendieron sus viajes para visitarla...". Entre ellos Solón el legislador, que después de haber dispuesto leyes que los atenienses habían aceptado no modificar para hacer de Atenas una ciudad poderosa, se ausentó con la intención de no ser presionado ("por no tener que abrogar ninguna ley de las que dejaba establecidas" insiste Heródoto).
Entonces Solón visitó al rey Amasis de Egipto y al rey Creso de Lydia. Este último le hospedó en su palacio y le hizo asombrarse con todas las riquezas que había acumulado. Cuando lo creyó conveniente, dirigiéndose al ateniense por creerlo deudor de la hospitalidad recibida, le dijo: Entre tantos hombres ¿has visto alguno hasta de ahora completamente dichoso? Creso hacía esta pregunta porque se creía el más afortunado del mundo. Pero Solón, enemigo de la lisonja, y que solamente conocía el lenguaje de la verdad, le respondió: "Sí, señor, he visto a un hombre feliz en Tello el ateniense". Admirado el Rey, insta de nuevo: "¿Y por que motivo juzgas a Tello el más venturoso de todos?". Por dos razones, señor, le responde Solón; la una, porque floreciendo su patria, vio prosperar a sus hijos, todos hombres de bien, y crecer a sus nietos en medio de la más risueña perspectiva; y la otra, porque gozando en el mundo de una dicha envidiable, le cupo la muerte más gloriosa, cuando en la batalla de Eleusina, que dieron los Atenienses contra los fronterizos, ayudando a los suyos y poniendo en fuga a los enemigos, murió en el lecho del honor con las armas victoriosas en la mano, mereciendo que la patria le distinguiese con una sepultura pública en el mismo sitio en que había muerto.
Creso preguntó entonces a Solón cual sería, después de Tello, el hombre más feliz, suponiendo que ahora le tocaría el turno a él. Pero el ateniense contestó: ... dos Argivos, llamados Cleobis y Biton, que en una fiesta que los Angivos hacían a Juno, fuese ceremonia legítima el que su madre [de Cleobis y Biton] hubiese de ser llevada al templo en un carro tirado de buelles, y éstos no hubiesen llegado del campo a la hora precisa, los dos mancebos, no pudiendo esperar más, pusieron bajo del yugo sus mismos cuellos, y arrastraron el carro en que su madre venía sentada, por el espacio de cuarenta y cinco estadios, hasta que llegaron al templo con ella. Los ciudadanos de Argos -sigue diciendo Solón- elogiaron a los jóvenes y las ciudadanas llamaron dichosa a su madre, de forma que esta, muy contenta, pidió a la diosa Juno que concediese a sus hijos el mejor don que ningún mortal hubiese jamás recibido. Cuando la fiesta y el banquete acabó, se fueron Cleobis y Biton a dormir, muy cansados, donde les cogió un sueño tan profundo que nunca más despertaron de él. Los Argivos les honraron desde entonces.
El rey Creso, ya malhumorado, preguntó a Solón: ¿Conque apreciais en tan poco, amigo Ateniense, la prosperidad que disfruto, que ni siquiera me contais por feliz al lado de esos hombres vulgares? ¿Y a mi, replicó Solón, me haceis esa pregunta, a mí, que sé muy bien cuán envidiosa es la fortuna, y cuán amiga es de trastornar los hombres? Le hizo ver Solón al rey Creso que debía esperar al final de sus días para ver si había sido feliz, pues la suerte que ahora tenía podía torcerse, pero antes que uno llegue al fin, conviene suspender el juicio y no llamarle [a nadie] feliz.
Creso fue el último rey de su dinastía en Lydia, soportó guerras contra los persas, fue hecho prisionero y a la postre no podría decirse que hubiese sido feliz según la lógica de Solón. (Arriba, posible busto de Solón).
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