La potencia mágica del artista en sus sueños y pinturas responde también al fracaso. "La muerte del picador" ofrece materia a este respecto. Un picador ha sido corneado de manera espantosa. El cuerno el ha entrado por las ingles, destrozándole el sexo y a la vida a la vez. Otros picadores, con sus lanzas, no consiguen salvarle, aunque un torero en el cuadro siguiente mata al toro de una estocada justiciera. Estas alternativas de potencia e impotencia realzan la anbígüedad de la serie. En los pequeños cuadros sobre brujas y magia, pintados para los duques de Osuna entre 1797 y 1798, el famoso burlador de Sevilla, Don Juan, está a punto de perder vida y alma en una pintura que solo se conoce por fotografías hechas posteriormente. Don Juan ha engañado a las mujeres que sedujo, y es lógico que se condene. Las brujas, en otros cuadros de la misma serie, tienen sus artes también, y la falculta de encartar o enbrujar.
Goya está de nuevo enfermo a finales de 1796, en Cádiz, cuando recibe la visita de Moratín. La pérdida de los amigos exiliados volvería a despertar el sentido de inseguridad en Goya. Mueren Sebastián Martínez y la duquesa de Alba, Altamirano y Martín Zapater, amigos del pintor. Tanta pérdida irreparable, tantas cosas ya ocurridas y vividas por Goya, no le permiten sino asistir aterrorizado -a pesar de su afrancesamiento- a la guerra de 1808. Luego vendrá toda esa etapa de la senectud en la que se retirará a su quinta llevando una vida cada vez más extraña y apartada. Desde cierto día de 1828 no podrá seguir más, ni siquiera con sus voces ya doblemente fantasmales.
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